jueves, 19 de noviembre de 2009

Perspectivas d ela Conferencia de Copenhague

El 7 de diciembre se abre en Copenhague la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Es un encuentro de primera importancia para definir el panorama que sucederá al Protocolo Kyoto una vez que éste quede sin efecto, en 2012. Aún, después de las grandes esperanzas del primer momento, el tono de los líderes de los principales protagonistas internacionales es cada vez más prudente. Ni siquiera, los organizadores del encuentro, se esperan que se llegue a un acuerdo vinculante ni exhaustivo. Las organizaciones ecologistas buscan la manera de poder dar a conocer la urgencia de tomar medidas serias y eficaces en la lucha contra el cambio climático. Probablemente el encuentro no será resolutivo y representará solo un punto de partida para futuras negociaciones. Se espera con todo, que el hecho de que en la definición de los principios, los frentes a negociar no presenten una contraposición estricta entre países pobres y países ricos, los primeros ya, aparentemente se presentan disponibles a apoyar también de manera financiera los esfuerzos de los segundos.

La Conferencia de Copenhague
El próximo 7 de diciembre, se abrirá en Copenhague la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, cuyo objetivo declarado es el de disponer las bases de un acuerdo internacional para el periodo en el que el Protocolo Kyoto finalice. Las mayorías de las previsiones, particularmente las de las organizaciones ecologistas y las de los sectores de la sociedad civil se basan en la redacción de un texto más racional, ecuánime, compartido y que sea más respetado que los resultados de la Conferencia de Kyoto en 1997, que pueda ser modificado tantas veces como sea necesario y se declare no perteneciente solo a los protagonistas más relevantes de la cuestión.
La Conferencia está promovida por la ONU y se dirige universalmente, a todos sus miembros; que participarán enviando ministros y delegados competentes en esta materia. Se puede deducir que cualquier acuerdo que se alcance no tendrá valor relevante y tendrá que ser traducido como otros instrumentos de derecho internacional para adquirirlo. El máximo objetivo sería el de alcanzar un acuerdo sobre la drástica reducción de gases de efecto invernadero antes del fin del 2015. Cada vez se hace más preocupante el desconocimiento que se tiene sobre las consecuencias del cambio climático, que acelera velozmente, y la amenaza irreversible de su impacto que pueden llegar a ser más inminente de lo que se haya imaginado hasta ahora. Según algunos estudiosos y ecologistas, los países industrializados deberían esforzarse para reducir sus emisiones al menos al 40% antes del fin del 2020 respecto a los niveles de 1990, con medidas mayoritariamente, internas y sin la necesidad de recurrir a mecanismos insidiosos. Los países en via de desarrollo deberían, en cambio, esforzarse en reducir el crecimiento de sus emisiones al 15-30% respecto la escena actual antes del fin del 2020. A estos últimos se les reclama poner en práctica una introducción en el extranjero, sin necesidad de ayudas económicas. Por lo que está previsto que los países desarrollados intervengan para apoyar a estos últimos con medios financieros y técnicos adaptos para sostener el pasaje a un sistema energético pulcro, con el fin de frenar la distribución de los bosques tropicales y para adaptarse a los inevitables impactos climáticos. El aumento de fondos necesarios está estimado al menos en 110 mil millones de euros anuales antes del fin de 2020. Se prevé llegar a esta suma gracias a la creación de un fondo común, para gestir de manera multilateral, que debería surgir por el pagamento de “permisos de emisión”.
Es necesario un trato diverso respecto a la contaminación de los gases de efecto invernadero ya que aunque la responsabilidad recae, en mayor medida, sobre los países industrializados las consecuencias interesan también a las áreas menos desarrolladas del planeta debido a que las repercusiones de los primeros afectan directamente a estos últimos. La inminencia del encuentro se está tomando con cautela y prudencia; muchos países clave, sobre todo, Estados Unidos y China, parecen poco entusiastas aunque se hayan mostrado, en un principio, preparados para colaborar.

Los EEUU

El presidente Obama espera que en Copenhague se pueda alcanzar un acuerdo significativo, pero ha admitido públicamente que será muy improbable que se trate de un momento desisivo. Es más realista la adopción de un acuerdo que deje espacio a sucesivas negociaciones más detalladas. En efecto, aunque la orientación de la nueva administración es muy diversa respecto a la precedente, la credibilidad estadounidense en lo relacionado con la involucración en los asuntos parece ser más comprometida, hecho que no incentiva al resto de los países a mostrarse demasiado activos.
Concretamente, para los próximos años, está previsto un plan energético de los Estados Unidos, que estará listo en la próxima primavera; antes de esto será improbable una vinculación verdadera y sensata. Al mismo tiempo, al frente de la agenda del Congreso la situación no presenta mejores condiciones. En junio, tuvo lugar un difícil episodio en la Cámara de los Representantes; en el Senado, el partido democrático no ha podido dar paso a una ley sobre el cambio climático. Tras la negativa votación, además, ha sido decretada una pausa de cinco semanas para efectuar ciertas prácticas para la revisión financiera del texto legislativo. Es bastante irreal que se consiga alcanzar un mínimo progreso con el inicio de la Conferencia el 7 de diciembre, así como antes del 2010.

China

Otro protagonista relevante es China, responsable de la emisión del óxido de carbono así como caracterizado por impresionantes tasas de crecimiento de la población y de la economía, que pueden llegar a comprometer al futuro del planeta. El primer ministro Hu Jintao, se ha declarado en numerosas ocasiones a favor del acuerdo y preparado para actuar en modo que su país asuma las responsabilidades que les concierne de cara a las futuras generaciones. También ha remarcado numerosas veces, que no se debe olvidar la diversa responsabilidad que deben asumir los países de reciente y de más remota industrialización. Rechazando la impostación de límites para la emisión de gases de efecto invernadero, ha propuesto en cambio, la creación de un sistema de cuotas máximas de óxido de carbono que se puedan emitir en relación a la consistencia del PIB nacional.
A las puertas de Copenhague y en el contexto de la “hoja de calculo” de Bali, el gobierno chino ha presentado un programa que define la posición que tomará ante las negociaciones para el propio país. Recordando que hasta ahora, han respetado las medidas lanzadas por las Naciones Unidas en el contexto del Programa Cambio Climático con fuertes políticas y esfuerzos importantes, y que aún se esfuerzan por continuar sobre esta línea, rechazando el tomar por su cuenta, soluciones a los problemas de la actual crisis financiera internacional. Los principios que orientan su acción son, la multilateralidad del proceso, la responsabilidad común pero diferenciada entre los países industrializados y no el desarrollo sostenible ni el apoyo financiero a los países pobres.

La UE y sus miembros
Aunque la UE ha redactado un acuerdo que presenta ciertos recursos para devolver a la lucha los cambios climáticos, las divisiones internas entre los estados permanecen fuertes y con todo el potencial para limitar su puesta en práctica en los esfuerzos requeridos en Copenhague. La línea de separación más definida es la que existe entre los países occidentales, Alemania y Suecia a la cabeza, y la Europa del este. Los preocupados por el gravamen de las políticas anticrisis, temen ver comprometidas sus posibilidades de mejora por el esfuerzo requerido de cara al cambio climático. Polonia ha expresado la perplejidad de este grupo de países, sosteniendo que sería necesario dar una mayor importancia a la desigualdades existentes en la distribución de la riqueza en el continente y prever una diversificación interna del programa lucha. En el frente opuesto, en cambio, se ha propuesto que Copenhague sea una ocasión a explotar al máximo para poder definir los puntos del nuevo régimen que deberá entrar en vigor cuando finalice el Protocolo de Kyoto, en 2012. Los funcionarios europeos han demostrado gran disponibilidad con respecto a la demanda financiera de los países emergentes y han subrayado, en numerosas ocasiones, que este aspecto es relevante. Así han confirmado su particular voluntad de intervención.
Alemania y Suiza, que sostienen año tras año la Presidencia de la Unión, se han convertido en los defensores de la iniciativa, proponiendo un programa con peticiones diversas para cada país dependiendo de si son desarrollados o no. Los primeros deberían guiar al resto hacia el desarrollo y la introducción de nuevas tecnologías, con el fin de reducir su dependencia a las fuentes energéticas no renovables y crear al mismo tiempo nuevas oportunidades de trabajo. Además deberían ocuparse de perseguir objetivos rigurosos, vinculados a reducir emisiones o ayudando a financiar las acciones de los países en vía de desarrollo. A los países pobres, se les pide que desarrollen estrategias ambiciosas para reducir el crecimiento de las emisiones, combatir la contaminación y promover los sistemas de producción ecológicos, además de adoptar medidas concretas con el apoyo técnico y financiero de los países industrializados.
La Unión Europea ya ha realizado acciones de sensibilización a nivel internacional, se ha comprometido a reducir las emisiones al menos un 20% respecto al porcentaje existente en 1990 teniendo como plazo hasta 2020. Además está dispuesta a llegar hasta el 30% si Copenhague firma un acuerdo internacional objetivo y concreto. Finalmente ha desarrollado políticas renovadas para la gestión del sistema de cambio de cuotas que espera sean seguidas también por el resto.

Los países en vías de desarrollo
Los líderes de los países en vías de desarrollo se han declarado a favor de la colaboración de un nuevo acuerdo, pero también han pedido que no se les discrimine al relacionarse con los países ricos. De hecho, en más de una ocasión han recordado que sus regiones son fundamentales para contratacar al cambio climático aunque nunca hayan contribuido de forma sustancial. Por lo tanto, han pedido enormes financiaciones. En ésto se han visto apoyados por la UE y por las declaraciones de Obama, pero ven un defensor de sus derechos y de las preocupaciones medioambientales sobre todo en China. Ésta podría tomar el mando del grupo y formar un frente compacto e influyente en la próxima Conferencia.

Permanece, pues, a la espera un importante texto que se pueda desprender de la Conferencia, aunque parece más realista que se trate de un momento en el que se pueda tomar verdadera consciencia sobre la situación del clima a nivel mundial que debería llevar, no a un acuerdo concluyente, sino más bien a un progreso significativo, si no al primer paso hacia el cambio. El presidente estadounidense ha declarado que el tiempo que queda para llegar a la cumbre de Copenhague es ya muy escaso para poder llegar a un acuerdo determinante. Por esto, ha propuesto limitarse a establecer solo la dirección, que el año próximo puede llegar a convertirse en acuerdo relevante. El encuentro de Obama con el presidente chino Hu Jintao, será fundamental también para conseguir este propósito, el acuerdo entre las dos potencias con un mayor índice de contaminación podría ser determinante. Pero diversas fuentes piensan que China no se alineará completamente con las posiciones estadounidenses y que se anunciarán solo modestos progresos. La crisis económica es un contexto complejo en el que parece imposible poder pensar en disponer medios idóneos en la lucha del cambio climático. Una solución podrá llegar sólo si a corto plazo, ésta se tomara como una oportunidad para fijar la base de un modelo de desarrollo nuevo, fundado sobre la renovación del sistema productivo de línea ecológica.

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