martes, 9 de marzo de 2010

Pakistán y su futuro incierto



A poco más de un año de las elecciones del presidente Asif Ali Zardari, la situación política dentro de Pakistán no se ha visto afectada por relevantes cambiamentos, y la tendencia democrática, después de la salida de la escena de Musharraf, no consigue alzar las alas. El principal problema que aflige al sistema estatal pakistaní es la indeterminación, definir las competencias, entre la esfera militar y la política-civil. La debilidad manifestada por el binomio Zardari-Gilani, el aumento de las operaciones militares a lo largo de la Durand Line, la presión estadounidense y la oposición cada vez más estrecha de Sharif, dibujan un cuadro de precariedad debido a la incierta evolución.

Un duopolio en el poder y ambigüedades en el ISI

La mayor parte de los expertos en política pakistaní, piensan que en Pakistán actualmente, se puede reconocer un sustancial duopolio en la gestión del poder político. Las principales instituciones electivas del país, la presidencia y el parlamento, aunque formalmente poseen la plena soberanidad legislativa y ejecutiva, dan por descontado el fuerte condicionamiento que los vértices militares ejercitan en los procesos de toma de decisión en los sectores relevantes de la política nacional. El cuartel general de Rawalpindi continúa, incluso bajo la presidencia de Zardari, manteniendo una influencia determinante en los temas de política externa, sobre la seguridad nacional y en relación con la gestión del programa nuclear pakistaní. Además, el ejercito, es titular de toda una serie de ganancias, prerrogativas y beneficios económicos que continúan aún a estar garantizados y tutelados, a pesar de que su crecimiento desmedido se haya producido bajo la presidencia de Musharraf. Con todo, es posible revelar como bajo el mandato del presidente pakistaní, Ashraf Kayani, cuyo final se vislumbra en el mes de noviembre de 2010, esta tendencia a la hiperextensión del cuerpo militar se haya limitado en un cierto modo, el poder de las fuerzas armadas pakistaníes necesita de una legitimación social y política constante, de las que surge la importancia del sustento de la leadership política y de las élites burocráticas del país. Se deriva una situación de desequilibrio confirmado por la actitud de Zardari que, por una parte, continúa a rebatir su voluntad de llevar al ejército bajo el control del gobierno civil, por otra, a través de los hechos demuestra la oportunidad de aplazar cualquier reforma que se oriente en esta dirección.Emblemático de esta actitud resulta la decisión, sucedida en julio de 2008, de transferir el control del Inter-Service Intelligence (los servicios secretos pakistaníes), bajo el control directo del Ministerio de los asuntos Internos, decisión anunciada por entonces, por el gobierno Zardari pero que fue inmediatamente revocada. El rol del ISI respecto al ejecutivo y en relación con el resto del aparato militar es uno de los nudos que presentan mayor controversia en la política pakistaní. Si la visión del ISI como “Estado en el Estado” puede parecer excesiva, es verdad también, que solo formalmente responden al primer ministro, mantienen un gran margen de acción independiente y que el peligro de radicalización de alguno de sus repartos es considerado como un punto preocupante.

¿Un futuro político en vilo?

Característica de un duopolio es el riesgo de que se pierda el equilibrio, que uno de los dos polos atraviese una fase crítica, es en esta dirección que la debilidad del presidente Zardari obliga a acompañarse de un interrogativo sobre el futuro político del Pakistán. Al menos son cuatro los diferentes escenarios que pueden ser tomados en consideración: la posibilidad de que el país se incline hacia un proceso de consolidación democrática (I); el riesgo de que una explosión dentro del sistema político-institucional transforme Pakistán en un estado fallido (II); un cierto mantenimiento del statu quo (III); y, por último, la posibilidad de un nuevo golpe a manos de los militares.

1. Consolidación democrática.Se trata de un objetivo de ardua realización, sobre todo, si se espera realizar en un breve periodo. La capacidad de institucionalización por parte de los partidos pakistaníes y la afirmación de prácticas políticas democráticas necesitan tanto de estabilidad y de tiempo, dos condiciones que ni Zardari ni su partido, el Partido del Pueblo Pakistaní (PPP), parecen en grado de cumplir, como de una cultura democrática que tiene el riesgo de fragmentarse. Cultura que, la delicada convivencia de los civiles y los militares, la falta de renovación en la leadership política nacional y la histórica incapacidad de los gobiernos civiles pakistaníes de llevar hacia delante los mandatos electorales, parece fisiológicamente alejarse.
2. Pakistán, estado fallido.El riesgo que sufre Pakistán de transformarse en un estado fallido, parece entre otras cosas, difícilmente factible. El hecho de que existan regiones periféricas fuera del control del gobierno central no es una condición suficiente para prever la implosión en el interior del sistema pakistaní. Los éxitos en las operaciones militares realizadas en el Waziristan del sur y en el valle de Swat, finalizados el pasado mes de agosto con el asesinato de Baitullah Mehsud, líder del movimiento Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), han además, mostrado la capacidad que tiene Islamabad para desplegar un control adapto en territorios donde la guerrilla talibana ha afianzado raíces profundas. El riesgo de una quiebra institucional parece con todo evitar, antes que la capacidad de control demostrada por Islamabad, la exigencia estadounidense que se orientan a mantener el país lo más estable posible. Hasta que el ejército estadounidense sea mandado a Afghanistan, la estabilidad de la región quedará como objetivo estratégico principal para los Estados Unidos. Un objetivo que sería irreversiblemente comprometido en el caso de que las instituciones del país, las cuales se estiman disponen de al menos 80/100 cabezas nucleares, cayeran presas del caos.
3. Mantenimiento del statu quo.Es la prospectiva más realista y comprende al menos dos opciones diferentes: por una parte la derivante del binomio Zardari-Gilani que gracias al sustento de los gobiernos occidentales podría mantener inalterado el precario equilibrio creado tras la salida de la escena política de Musharraf; por otra parte, la formación de una nueva coalisión de gobierno en el caso de que las dificultades del PPP desencadenaran una crisis política irremediable. Zardari está considerado por muchos, dentro del país, como un político corrupto, su popularidad está decayendo y su dirección es juzgada por presentarse demasiado débil como para emanciparse del soporte americano, por ser ineficaz a la hora de tener que afrontar los problemas que acaden en su país, desde la necesidad de mejorar la economía, gravemente afectada por la crisis internacional, hasta las reformas necesarias para la realización de un proceso de democratización. A pesar del terremoto judicial, presionado por el plazo de la National Reconciliation Ordinance, que ha envuelto a diversos miembros del PPP, Zardari, ha conseguido mantenerse al margen gracias a la inmunidad presidencial; la constante presión de la oposición del PML-N podría suavizar la situación llevando, con antelación, al país a las urnas.
4. Golpe a manos de los militares. En cambio, se presenta poco probable la realización de un nuevo golpe de estado militar. Como se ha dicho, el ejército mantiene todas sus tradionacionales prerrogativas y su capacidad de influencia política no ha disminuido con el nuevo curso político democrático. La importancia de la colaboración de los vértices militares para hacer frente a la guerrilla de los talibanes pakistaníes, que podría intensificarse contextualmente con el envío de posteriores treinta mil soldados estadounidenses en Afghanistan, hace difícil el alcanzar a ver un cambio de dirección de Zardari, como para poder llevar a un desencuentro entre militares y civiles. El curso del proceso de democratización pakistaní, considerando una conditio sine qua non para mantener e implementar la partnership estratégica con el ejército estadounidense. Otro elemento que disminuye las probabilidades de un golpe organizado en Rawalpindi. Ni siquiera la probable victoria del PML-N en caso de que se produjeran nuevas elecciones parlamentarias, considerando que son las relaciones más estrechas que existen desde el punto de vista cultural entre el líder, Sharif y la base del ejército, dejaría intuir una línea de desencuentro entre el nuevo gobierno y las fuerzas armadas. Solo en caso de que se ocasionara un fuerte choque interno o externo, sería posible presentar una hipótesis sobre el incremento de los poderes militares.

El eje Washinton-Islamabad
La continúa implicación de Islamabad en el control de la zona del confín septentrional es seguramente, el tema que más aprecia la Administración Obama, responde a la estrategia del Af-Pak, que según ellos no sería posible tratar por separado los dos puntos de la Durand Line. Exactamente la estrategia que Robert Gates, hace pocos días, ha rebatido durante su visita a Islamabad. Además de haber tenido en consideración los esfuerzos realizados por Pakistán en las recientes ofensivas, el Secretario de la Defensa estadounidense ha rechazado la inoportunidad de tener que distinguir entre talibanes afghanos, talibanes pakistaníes, terroristas de Al Qaeda u otros grupos extremistas operantes a lo largo de las regiones de confín. Pakistán es un aliado estratégico de cara a los EEUU, Washington, por su parte se esfuerza en compensar su compromiso para alcanzar los objetivos comunes a través de un partnership aún más intensa. La promesa presentada por Gates ha llevado a la Casa Blanca a demostrar su deseo por mantenerla, teniendo como propuesta para la maniobra financiera del 2011 una asignación de 1,2 mil millones de dólares.Sin embargo, las palabras de Gates han dejado entre ver como las ayudas financieras estadounidenses non podrán más ser destinadas solo para objetivos militares (en gran medida utilizados por Islamabad en función de disuasivo anti-indio), deberán aumentar sus límites, tomando en consideración la necesidad de mejorar la economía militar, la hazaña de desarraigo del extremismo islámico que encuentra terreno fértil en regiones pobres, devastadas y con altas tasas de desocupación. Los aspectos civiles se han convertido en aspectos centrales para los estrategas en Washington, sobre este punto, se registran las carencias más relevantes en la acción política del binomio Gilani-Zardari, como se ha visto aún más reacias como para romper los intereses económicos de las fuerzas armadas pakistaníes.Por último, la petición de Washinton para una mayor cooperación en la gestión de los arsenales nucleares pakistaníes, aunque actúa con mucha prudencia a través de canales oficiales, es muy rígida, sobre todo, en caso de activación de los procedimientos de emergencia.Las relaciones entre Washinton e Islamabad están constantemente bajo debate público pakistaní, y el fuerte antiamericanismo difundido en la sociedad produce un argumento político relevante para la competición nacional de los dos partidos. Un sentimiento alimentado por las reiteradas injerencias estadounidenses, en relación con las frecuentes operaciones militares que saltan el confín entre Afghanistán y Pakistán, condocidas a trvés de la utilización de los llamado droni (velívolos sin piloto contratados por la CIA para ataques orientados contra los terroristas) y por la tradicional sospecha desencadenada por las estrechas relaciones diplomáticas que Washinton mantiene con el rival indio.

La incertidumbre sobre el futuro de la escena política pakistaní viaja en paralelo con la evolución de las dinámicas del duopolio antes descrito. En los próximos meses, las relaciones entre civiles y militares serán vigiladas bajo la perspectiva del proceso de democratización de Pakistán.Así, resultará crucial no solo ver quién será el próximo comandante general del ejército pakistaní, de cara a la equilibrada dirección llamada Kayani, sino también con el fin de medir la temperatura de las relaciones ente Pakistán e India. Un tema, este último, que más que las evoluciones en la escena de guerra afghana, representa la verdadera fractura geopolítica, en grado de cambiar las relaciones de poder dentro de Pakistán. Solo una verdadera mediación estadounidense podría dar un nuevo impulso al proceso de paz, evitando así que la histórica rivalidad caiga nuevamente en llamas, contraproduciendo la decisión de Islamabad contra el fundamentalismo islámico, impracticable, para la leadership civil nacional, todo tipo de tentativa de reorientación del poder detenido por el ejército.

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