miércoles, 28 de octubre de 2009

Los limites del AFPAK

La Administración Obama parece haberse apropiado de la idea de que Afganistán y Pakistán deben ser considerados como dos realidades de un mismo problema. Ésto puede sintetizarse con el término “AfPak”, que ensambla los nombres de los dos países. En realidad, un análisis más en profundidad demuestra que los dos países afrontan retos diferentes y, por lo tanto, considerarlos como si fueran una única cosa terminará siendo contraproducente, y no sólo para Estados Unidos.

La idea de AfPak
La política “AfPak”, concepto recientemente adoptado por la clase política y militar estadounidense, se basa en la idea de que Afganistán y Pakistán constituyen, por una serie de razones, si no una sola realidad, al menos dos escenarios fuertemente dependientes entre sí en lo que se refiere a la seguridad. Simplificando mucho, según este punto de vista, para Estados Unidos es mejor adoptar estrategias que afronten la situación, en concreto relacionado con la seguridad, de los dos paises como si se tratase de una única zona. Cuando en marzo de 2009 se hizo público el éxito de la política exterior en la zona, la Administración Obama reconoció la importancia de involucrar en el asunto del futuro de Afganistán a todos los Estados interesados.

Se ha dicho que esta teoría nació con finalidades puramente prácticas, sobre la base de una serie de experiencias que, sin embargo, no se han llevado a cabo. El objetivo que se persigue es el de poner fin a la guerrilla en Afganistán y estabilizar tanto el país como su vecino meridional. Pero el hecho de que la guerrilla de los talibanes activos en Afganistán haya sido (o según muchos analistas lo es aún) apoyada por Pakistán, se añade a la existencia de una serie de cuestiones internas independientes de la crisis afgana. Por lo tanto, suponer que al solucionar la crisis de Afganistán contriburá a resolver la de Pakistán es cuanto menos discutible. La complejidad de los factores de inestabilidad en el segundo es el que, si hipóteticamente se resolviera la crisis en Kabul, Islamabad lo mismo debería afrontar una crisis irreversible.

Sin embargo, el problema fundamental es que ninguno de los dos está de acuerdo en ser comparado con el otro, por razones culturales, políticas e históricas. En una entrevista para el Financial Times a primeros de septiembre, el Presidente pakistaní, Asif Ali Zardari, declaró que “Afganistán y Pakistán son naciones claramente diferentes y no pueden ser comparadas por ningún motivo”. Por otro lado, Islamabad reivindica la existencia de una estructura institucional sólida, de una economía desarrollada, además de que dispone de enormes fuerzas militares y armas atómicas. Por su parte, el Presidente afgano, Hamid Karzai, considera que su país es una nación (entendido como una comunidad unida por valores, ideas y por un sentimiento nacional), algo que, según él, no se puede decir de Pakistán. En conclusión, tanto los pakistaníes como los afganos piden que se sepa diferenciar cada situación.

¿Antiterrorismo o contrainsurgencia?
Para Obama, el principal objetivo de la intervención militar en Afganistán (la que ha definido durante la campaña electoral del 2008 como una “guerra de necesidades”) es la lucha contra la organización Al Qaeda y los grupos talibanes que la apoyan dándole asilo. Según algunas declaraciones, se interviene en Afganistán para impedir a Osama Bin Laden y a los suyos que organicen un atentado similar al del 11 de septiembre de 2001. Y para ésto también hay que tener en cuenta a Pakistán.

Si el objetivo es más o menos compartido por toda la clase política estadounidense, surgen divisiones en el modo en que llevarse a cabo.

La estategia que parece prevalecer por el momento es la llamada counter-insurgency (contrainsurgencia). A través de un compromiso militar consistente se intenta limpiar el terreno de la presencia de guerrilleros o milicianos de Al Qaeda, así como de otras formaciones subversivas (“clear”); mantener las posiciones conquistadas defendiendo la población de los ataques (“hold”); y construir o reconstruir las infraestructuras materiales o sociales del país para impedir a la guerrilla de tomar la delantera (“build”). En esta óptica hay quien, sobre todo en los altos cargos militares, propone un aumento de las tropas actuales en el territorio (alrededor de 68.000 soldados). El reciente informe presentado por el comandante de las tropas de EE.UU y de la ISAF en Afganistán, el General Stanley McChrystal, parece ir en esta dirección. En unas declaraciones al New York Times (publicadas el 8 de septiembre), Andrew J. Bacevich, profesor de relaciones internacionales, ha afirmado que Obama y los suyos en realidad están intentando hacer “con mayor empeño lo que ha hecho en los últimos ocho años” la Administración Bush.

Sin embargo, hay quien, por una serie de motivos, propone reducir la presencia de soldados estadounidenses en Afganistán y luchar contra el movimiento talibán y Al Qaeda con una serie de acciones antiterroristas y, por lo tanto, a través de un mayor empleo de aeronaves sin piloto, de ataques aéreos, operaciones dirigidas por las tropas especiales, y de un fomento de las capacidades del servicio de inteligencia. Tampoco se excluye el desembolso de dinero para convencer a los “señores de la guerra” locales a sublevarse contra los rebeldes. La idea de fondo es perseguir los mismos objetivos con un despliegue de hombres y medios más reducido, minimizando los costes en términos humanos y la presencia en el campo, que está comenzando a pesar demasiado sobre la población local.

En Washington son conscientes que está guerra no la ganará sólo Estados Unidos, ya que el apoyo de sus aliados está siendo fundamental.

Será necesario esperar el resultado de la segunda ronda de las Presidenciales, el próximo 7 de noviembre, para conocer quien será el nuevo líder afgano. Sea quien sea el ganador de los comicios, para Estados Unidos seguirá siendo un objetivo principal el consolidar las estructuras estatales de Afganistán. Y ésto prevé, en primer lugar, la afirmación de un liderazgo creible y acreditado que pueda cosechar el apoyo de la población en la lucha contra la guerrilla.

Pero ésto podría volverse contra Washington. Un líder elegido con una amplia y sólida mayoría podría desvincularse de la tutela de los estadounidenses y buscar otros aliados, como la India o China. Podría intentar, por ejemplo, un acuerdo con los líderes talibanes, incluso contra los intereses de Washington.

Indudablemente, todo lo sucedido a Hamid Karzai, que en los últimos años de su mandato ha perdido toda su credibilidad ante Estados Unidos, es algo que, gane quien gane, deberá tener en cuenta.

La “Kerry-Lugar Bill” y sus implicaciones
En la fase actual, la relaciones diplomáticas entre Washington e Islamabad se han centrado en la cuestión de la ayuda estadounidense al aliado asiático. Se calcula que durante la Administración Bush Pakistán recibió 11.800 millones de dólares desde Washington en forma de ayuda. Según el periodista pakistaní, Ahmed Rashid, el 80% de la ayuda ha acabado en manos de los militares, que han gastado 8.000 dólares en la compra de armamento para utilizarlo en caso de un posible conflicto con la India. Esta estimación parece ser confirmada por algunas recientes declaraciones del ex Presidente pakistaní, el General Pervez Musharraf, que asumió el poder mediante un colpe de Estado militar.

Para evitar que ésto se repita, los estadounidenses han creado un marco legislativo que los pakistaníes deben aceptar. El “Enhanced Partnership with Pakistan Act of 2009”, conocido como “Kerry-Lugar Bill” por el nombre de sus principales defensores (según algunos debería ser llamado “Kerry-Lugar-Berman Act”), constituye el texto legislativo que debería regular el flujo de financiaciones públicas aportadas por Estados Unidos al aliado. A grandes rasgos, prevé para los próximos cinco años 1.500 millones de dólares al año en ayuda para fines civiles en Pakistán. Como contrapartida, se les pide el poner en marcha toda una serie de medidas que garanticen un apoyo más convincente en la lucha contra el terrorismo internacional, la proliferación nuclear y la estabilidad de la zona. En realidad, la prioridad, según la prensa, se ha dado a un control más exhaustivo de los políticos sobre el Ejército y las Fuerzas Armadas.

Tanto en Pakistán como en Estados Unidos, la “Kerry-Lugar Bill” ha sido juzgada como un instrumento de Washington para hacer ingeniería política en la nación asiática, modificando el equilibrio de las fuerzas en favor de la dirigencia civil y en detrimento del peso que tienen los militares, sobre todo en la definición de la política extranjera y de seguridad. Éstos ya han dado a conocer de forma clara su opinión: para ellos la “Kerry-Lugar Bill” es sustancialmente inaceptable. Esta opinión se ha encontrado con el apoyo de algunos analistas norteamericanos, convencidos de que en esta fase de recrudecimiento de la guerrilla de los talibanes en Pakistán, no es oportuno desestabilizar la estructura institucional del país.

Desde hace tiempo el sentimiento anti-americano presente en la sociedad pakistaní en diferentes niveles, está aumentando de manera exponencial. La decisión de Estados Unidos de agrandar su Embajada en Islamabad y aumentar su personal ha sido visto por muchos como una prueba de la voluntad de predominio de Washington sobre Pakistán. En concreto la presencia en varias zonas del país de personal de las Fuerzas de Seguridad estadounidenses (específicamente de las Fuerzas Especiales, que actúan a menudo bajo protección) ha desencadenado un resentimiento que se alimenta con teorías conspiradoras.

Sin embargo, hay que decir que el Congreso de Estados Unidos emitió el pasado 14 de octubre de 2009 un “Nota explicativa” que atenua las peticiones de la Kerry-Lugar Bill, principalmente reduciendo la presión sobre los altos cargos militares de Pakistán. Hasta el momento no está claro que imposición prevalecerá. La historia nos dice que, en el pasado, medidas similares a las de la Kerry-Lugar Bill por parte de Estados Unidos, fueron retiradas o resultaron ineficaces por las protestas de los pakistaníes y por ésto Washington está convencido de que es necesario acceder a las peticiones de los militares de Islamabad.

Desde el punto de vista de la política exterior, Afganistán corre el riesgo de convertirse en el elemento distintivo de la política de Obama, como resultó Iraq para su predecesor. Y él parece tener la intención de evitar que esto suceda. De hecho, debe afrontar una creciente desconfianza de la opinión pública en relación a cómo está gestionando la crisis afgana. Algunos sondeos demuestran que los ciudadanos estadounidenses cada vez son más contrarios a un nuevo envío de tropas a Afganistán.
Las relaciones con Pakistán siguen siendo poblemáticas. Como afirma Rashid, una inyección de fondos no será suficiente para motivar a las autoridades de Islamabad en la lucha contra los talibanes afganos, apartando soldados y medios desplegados para combatir contra la India. Los militares pakistaníes han demostrado en el pasado una notable habilidad para convencer a algunos sectores de los altos cargos estadounidenses para aceptar sus peticiones y abandonar cualquier intento de apoyo a la democratización del país.
Algún analista estadounidense comienza a barajar la hipótesis de que Obama intente estabilizar la situación a corto plazo, aceptando las peticiones de los militares de enviar más tropas a la zona, procediendo a su retirada cuando sea políticamente conveniente. De hecho, la política extranjera del actual jefe del Ejecutivo estadounidense no está dejando ver las novedades que muchos se esperaban.

De todos modos, los dos países representan escenarios diferentes, aunque existen influencias recíprocas.
 

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