jueves, 7 de enero de 2010

China y la cumbre del clima

El 7 de diciembre dio comienzo la cumbre mundial sobre el cambio climático en Copenhague. China se presenta como portavoz de los países en vías de desarrollo que piden la colaboración y la ayuda a los estados industrializados. A pesar de las promesas y de la labor realizada por el gigante chino, coexisten también muchas incoherencias...

China es el país que en mayor medida contribuye a la polución ambiental en nuestro planeta con la emisión de un total global de 20,7% de gases de efecto invernadero, correpondiente a un 1,152 de toneladas de gases de efecto invernadero producidos por unidades del PIB. Junto a los Estados Unidos, China es además responsable del 40% de las emisiones de dióxido de carbono en la Tierra. El rápido crecimiento con el que ha contado la economía china, hasta situarse como una de las primeras potencias del mundo, ha estado acompañado, además de por un aumento en el sector productivo, por un sucesivo incremento en el consumo de energía. El carbón es la principal fuente de energía utilizada en China, este es su mayor productor y consumidor. El sector del carbón, que garantiza el 70% de la producción total de energía es sin embargo, el combustible que cuenta con las más altas emisiones de dióxido de carbono, así pues, el que más contaminación presenta. En los últimos años, la potencia asiática ha comenzado a adentrarse en el desarrollo del sector de los hidrocarburos, con el aumento de las importaciones de petróleo de los países del Medio Oriente y de África, y con el sondeo, en su propio territorio, en busca de nuevas reservas. Con la latente problemática relativa a la escasez de recursos y el cambio climático provocado por las emisiones de gases de efecto invernadero, China está tentando, como sustento para los sucesivos años, encontrar fuentes alternativas, como pueden ser la energía hidroeléctrica, la nuclear y las renovables que, por ahora, hacen esfuerzos por cubrir al menos un pequeño 3% de la demanda.

China, además de situarse entre los principales responsables de la polución que deriva de la producción de energía, es también uno de los principales responsables de la deforestación de algunas de las grandes áreas verdes, fuente de recursos del planeta: la selva amazónica, las selvas de África central y las del sureste de Asia.

La deforestación, a nivel global, es una de las causas más importantes por las que el dióxido de carbono se ha expandido a gran velocidad y peligro por la atmósfera. Los principales motivos de destrucción de las áreas verdes son la excesiva demanda que tiene la madera y sus nuevos usos, como por ejemplo, la producción agrícola y la explotación en el sector minero. Según un estudio realizado por Greenpeace, China es uno de los mayores compradores de madera, violando las normativas vigentes que intentan proteger las áreas forestales. Así, se sitúa como principal importador de madera tropical y su mercado, en rápida expansión, pone en riesgo las zonas de bosque más grandes del mundo.

De Kioto a Copenhague
El protocolo de Kioto es un acuerdo que reúne a los estados que apuestan por la reducción de las emisiones de elementos contaminantes y que cuenta con el objetivo fundamental de evitar el peligro, siempre cada vez más inminente y grave, de los dramáticos cambios climáticos. El tratado fue firmado en 1997 pero no entró en vigor hasta el 2005, tras la anexión de los instrumentos necesarios para su completación. El pacto prevé la tarea por parte de los países industrializados, de reducir, en el período 2008-2012, la suma de las emisiones al menos al 5% respecto a aquellas que fueron registradas en 1990, y de participar para la puesta en marcha de un desarrollo industrial sostenible; para los países en vías de desarrollo, en cambio, no se ha previsto ninguna obligación.

China se ha incorporado al acuerdo en febrero de 2002, entrando directamente en el grupo de los países no industrializados, sin tener la obligación, por lo tanto, de reducir las emisiones de dióxido de carbono ya que, en el momento, sus emisiones no estaban, aún, al nivel de un país en vía de desarrollo. Su gran crecimiento económico lo ha llevado, en pocos años, a situarse como el segundo "contaminante" del mundo, después de los Estados Unidos (este último, sin embargo, se ha mantenido al margen del protocolo).
Con la aproximación al límite que se ha fijado como fin del protocolo de Kioto para la reducción de las emisiones (2012), los países miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático han organizado la conferencia de Copenhague, a nivel gubernativo, en la que participan casi todos los países del mundo.

En vistas de la cumbre internacional, China ha tomado "ciertas medidas" de manera autónoma, anunciando estar dispuesta a limpiar el 40% de las emisiones medias por unidad de producto industrial, respecto a los niveles del 2005, antes de 2050. La iniciativa, que podría verse como extraordinaria, en realidad parece ser más un simple paliativo, una artimaña con la que demostrar su involucración en el tema a nivel internacional que, sin embargo, no producirá resultados concretos. Si se considerasen las previsiones de crecimiento económico chinas se podría deducir que la reducción de las emisiones por unidad de producto industrial no corresponden con una verdadera involucración para la reducción de los gases de efecto invernadero. De hecho, si el producto industrial aumentara, aumentarían también las emisones permitidas. Más allá de esta nueva iniciativa, el Consejo de Estado ha afirmado estar dispuesto a esforzarse para incrementar el consumo de energía que no derive de los combustibles fósiles, al menos en un 15% del total de la demanda.

En la conferencia mundial, iniciada el 7 de diciembre, China y la India, el otro gran gigante asiático, se declaban dispuestos a colaborar para alcanzar un acuerdo sobre la reducción de los gases de efecto invernadero y para fomentar el desarrollo de tecnologías limpias. Los dos gigantes se han alineado con el grupo de los países en vías de desarrollo (PVS), denominado el grupo de los 77.

Las expectativas logradas a través del éxito de la conferencia son verdaderamente importantes y, probablemente, desproporcionadas respecto a las reales posibilidades de acuerdo, como demuestran las divergencias surgidas durante el desarrollo de las negociaciones preliminares -preparatorias para las decisiones de los jefes de estado y del gobierno-. Un primer motivo de choque entre los diversos países es el borrador del acuerdo final, presentado los primeros días de la conferencia y preparado por la presidencia danesa junto a otros representantes de los países industrializados. Tal documento ha suscitado la ira de los países en vías de desarrollo, según los cuales este borrador pondría de relieve una posición de desigualdad entre los dos grupos de los países, permitiendo a aquellos industrializados producir el doble de las emisiones previstas por los PVS. Además, el borrador de los países ricos prevé un distanciamiento del protocolo de Kioto, único documento que hasta ahora era vinculante, y la asignación al Banco Mundial la tarea de controlar los movimientos financieros para el cambio climático y de proporcionar una menor influencia de las Naciones Unidas sobre la cuestión.

En medio de este desacuerdo general, algunos países africanos han amenzado con abandonar en el caso de que no fuesen escuchados. China apoya las posiciones de los países en vías de desarrollo, haciendo de portavoz y pidiendo una mayor colaboración por parte de los gobiernos occidentales, tanto en términos de percentual de reducción de las emisiones, como en términos de ayudas financieras.

Las grandes dudas que enmarcan a la conferencia, se encuentran ligadas a la cooperación formal que China y Estados Unidos podrían aprobar. Sin embargo, los dos países han iniciado a jugar favorablemente. China estaría dispuesta a reducir un 50% de las emisiones antes del 2050 si los Estados Unidos y los otros países industrializados aprobaran una reducción del 25-40% antes del 2020, respecto a los niveles de 1990. En cambio, los Estados Unidos, por su parte, están dispuestos a aceptar un acuerdo vinculante si fuese previsto un organismo de control con poderes de inspección, con grandes contrastes respecto a China que, como la India, sostiene que este órgano violaría el principio de no interferencia en los asuntos internos de los estados.Las posiciones de los dos países están influenciadas también por la división entre países richos y países pobres. Como los países en vías de desarrollo, China querría fijar un acuerdo final a la par del estilo proporcionado por Kioto, que prevea unos límites más rígidos para la reducción de las emisiones de los países industrializados. Mientras los Estados Unidos, en línea con los otros países industrializados, piden que el acuerdo sea vinculante también para los países de fuerte crecimiento, entre los cuales se encontraría China, la India, Brasil y Sudáfrica.

Las controversias entre los países ricos y los países probres alejan la posibilidad de llegar a un acuerdo concreto en grado de conseguir una seria colaboración de todos los estados para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y para el control del aumento, a un máximo de 2 grados centígrados, de la temperatura terrestre. Todo esto se presenta en la fase final del acuerdo. En este contexto, China está realizando un papel ambiguo: por una parte, sostiene la necesidad de un acuerdo vinculante con el fin de evitar posibles cambios climáticos; por otra parte, no parece que tenga la intención de participar seriamente en un acuerdo que vincule a todos los países (no solo a aquellos industrializados), en cuanto que no quiere que ningún organismo viole su propia soberanía.
Es difícil prever un compromiso concreto a través de la conclusión de la conferencia de Copenhague, sobre todo, si los dos mayores responsables de la polución, China y Estados Unidos, no hallan un punto de encuentro. La anexión de un acuerdo vinculante o uno menos vinculante, dependerá de las concretas acciones que los dos países realicen.

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