lunes, 13 de febrero de 2012

Libro de la semana: Miscelánea antártica

  • Miscelánea antártica. Miguel Cabello Balboa. Edición de Isaías Lerner. Fundación J.M. Lara, 2011. XXXVII + 549 pp

Dos disciplinas de moda durante el siglo XVI fueron la Geografía y la Historia; ambas se necesitaban para dibujar un sentimiento patrio: se pertenecía a una sociedad que tenía raíces, “historia”, y se ubicaba en un territorio determinado, sobre todo ahora que no se sabía muy bien donde terminaba la tierra. Desarraigados y aventureros de la época navegaron y recorrieron la tierra trazando fronteras nuevas, también internas -desarraigados son los “pícaros”, por ejemplo- y experimentaron el vértigo de tiempo y espacio. Balboa fue uno de esos aventureros que desde Archidona viajó al Nuevo Mundo e, imbuido de la curiosidad de los humanistas, intentó casar lo que los libros contaban con lo que predicaba la iglesia y lo que él mismo estaba experimentando. El resultado fue una obra rica, compleja, deslumbrante, Miscelánea antártica, que ha circulado escasamente -existía edición peruana de mediados del siglo XX- lejos de la avidez de los buenos lectores, que recorrerán sus casi 600 páginas actuales asombrándose de la variedad y riqueza de contenidos, una verdadera enciclopedia de hacia 1580, en la que sobresalen los paños históricos del pasado -casi siempre una mezcla de leyendas, crónicas y creencias- y los numerosos relatos de Indias.

Lo de Miscelánea apunta a otro de los motivos culturales del XVI: el del espíritu en expansión que devora todo lo que conoce y se afana en conocer cada vez más. De las misceláneas se nutrió Cervantes, y la literatura de la época, al menos antes de que se convirtiera en erudición farragosa y en anécdota intrascendente, porvenir adocenado de este entusiasmo vital que las obras del humanismo tardío todavía recogen.

La Miscelánea puede ser un libro de lectura ocasional, espigando capítulos, pasajes, motivos: recomiendo el que se concede a la aparición de la imprenta, las páginas que trazan el origen del universo, las fiestas de la victoria (p. 572-3), etc. por más que sea evidente que el paso del tiempo puede extrañar al lector común, sobre todo por la acumulación de nombres (¡falta un buen índice onomástico, y algún mapa!).

La rigurosa edición de Isaías Lerner acompaña sabiamente al lector y, además de explicarle lo más viejo, le suministra el contexto histórico adecuado. Se trata, por lo demás, de una edición nueva, en el sentido de que se ha manejado lo que parece el mejor manuscrito de los tres localizados: el de la Universidad de Austin (Texas), cotejado con los dos neoyorquinos -que ya se conocían. Copias siempre, a pesar de que en la cubierta se hable de “autógrafos”. La benemérita editorial andaluza se ha esforzado en una edición que hubiera debido tener letra de cuerpo mayor y mejor papel, para compensar el esfuerzo del lector que quiera alcanzar un texto tan rico e interesante como desconocido. Sin embargo, en estos tiempos en que las multinacionales del libro electrónico se empeñan en degradar todo lo que ofrecen al lector, que una editorial andaluza -patrocinada- rescate el prolijo relato de Balboa para que nos lo llevemos de playa, mesita de noche o viaje, nos reconcilia con el viejo libro, el que necesita del esfuerzo del lector para entregarse.

Y el buen lector paladeará otros sabores que en noticia breve no podemos encarecer, por ejemplo el de la prosa majestuosa, encadenada de bimembraciones, por lentos rodeos, que culminará en el mejor Cervantes: Quedaron los indianos tan aficionados a la guerra y tan regostados a la sangre que en ella una vez gustaron, que luego a imitación de los babilonios, quisieron poner gente en campo y acaudillar escuadrones y meter en su tierra la crueldad y tiranía. Luego comenzaron los unos a los otros a quitarse las tierras justamente de sus padres heredadas...
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