miércoles, 2 de diciembre de 2009

Tensiones en América Latina: Chile y Perú

Chile, que se encuentra entre los países líderes a nivel económico en Sudamérica, parece que no se ha visto excesivamente afectado por la crisis, como demuestra la buena continuación de las negociaciones para el acceso a la OCDE. Perú, aún a cierta distancia de su vecino más rico, continúa registrando buenos resultados desde hace un par de años. Sin embargo, el caso que ha estallado hace unos días relacionado con una presunta red chilena de espionaje en territorio peruano, ha reabierto antiguos conflictos entre los dos países limítrofes, conflictos que tienen su origen en el periodo post-colonial español. Tanto ahora como en el pasado, su histórica rivalidad podría poner en peligro la relación bilateral que con tanto esfuerzo se ha ido construyendo con los años, poniendo en riesgo los acuerdos de naturaleza económica y los beneficios derivados de ellos. Precisamente estos últimos podrían frenar un mayor empeoramiento de la relación entre los dos gobiernos.

Una rivalidad aún sin sanar
El conflicto entre Perú y Chile radica en el siglo XIX y tiene sus orígenes en disputas relacionadas con los límites y territorios marítimos. A finales del siglo XIX, la “Guerra del Pacífico” los enfrentó y los tratados de paz no consiguieron poner fin a su hostilidad. El segundo, que se proclamó vencedor, se adjudicó una buena parte del territorio del primero (en cierto momento parecía que pudiera hacerse incluso con la actual capital peruana de Lima), aunque fue Bolivia, aliada de Perú, la que sufrió las mayores consecuencias perdiendo definitivamente su salida al mar. De todos modos tal desencuentro determinó una fractura histórica entre Perú y Chile, que se arrastra hasta a día de hoy, con el riesgo de que la rivalidad desemboque en un nuevo conflicto.

La confirmación de Chile como líder regional: a un paso de situarse entre los países más avanzados
Ambos con salida al mar, algo que desde siempre les aportó grandes ventajas a nivel comercial, la historia económica reciente parece haber favorecido indudablemente a Chile. Ya en el periodo de Pinochet se experimentó un marcado crecimiento económico, que sin embargo se vió corrompido por la ausencia de la democracia, oscureciendo los resultados y la credibilidad internacional. Una vez reforzado el factor democrático, a partir de los años 90, con una fase de transición seguida de una consolidación, las reformas de apertura al mercado llevadas a cabo hicieron que el país registrara resultados económicos cada vez más positivos, transformándolo totalmente por sorpresa en una realidad del continente sudamericano. Favorecidos, además, por el subsuelo gracias a las enormes reservas de cobre, los buenos resultados de la economía chilena la han llevado a situarse junto a los protagonistas ya confirmados de la región, como son Brasil y Argentina, favoreciendo de este modo el acceso a las negociaciones para obtener un puesto entre los países más avanzados, como demuestran las negociaciones puestas en marcha en 2007 con el OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). La ley aprobada por el parlamento chileno el 23 de noviembre sobre el intercambio de informaciones bancarias con fines fiscales, que como consecuencia acaba con el secreto bancario, parece acercar aún más a Chile a la organización de París. El proceso aún es largo, pero el buen transcurso de las negociaciones atestiguan el grado de desarrollo económico que Chile ha conseguido en los últimos años.

La economía peruana crece pero aún depende de Chile
Si Chile es una realidad económica regional ya consolidada, como confirma su liderazgo en las IED (Inversiones Extranjeras Directas), donde ocupa el primer puesto en la región si se calculan en relación al PIB. Perú, sobre todo en el pasado más reciente, ha intentado reducir la distancia con su país vecino más adinerado. Aunque dotado de abundantes materias primas como plata, cobre o zinc, pero también de petróleo y de actividades cada vez más consistentes ligadas a la explotación y al intercambio de gas natural como fuente de energía, sin embargo, el Estado peruano aún sufre a día de hoy una alta tasa de pobreza y sobre todo una fuerte desigualdad social. Ésto representa un fuerte límite para el desarrollo efectivo del país, a pesar de que el PIB haya registrado un importante crecimiento en los últimos dos años (aproximadamente del 9% en 2007 y en 2008), resistiendo positivamente a las consecuencias generadas por la recesión global del 2009 (+1,5%) y que, según el Fondo Monetario Internacional, se relanzará en 2010 (+5,8%). Si se analizan más a detalle estos datos, se deduce claramente que Perú, a pesar del marcado desarrollo del sector energético, aún dipende fuertemente de Chile, sobre todo a nivel de inversiones en su territorio. De hecho, en 2008, el 20% de las IED chilenas se orientaron hacia el país vecino (en segundo lugar regional tras el 30% hacia Argentina), y este año, a pesar de la caída del 5%, probablemente ligada a la situación internacional, éstas permanecen siendo consistentes. Estos datos, en términos de crecimiento del PIB, se han revelado positivos para Chile pero también y sobre todo para Perú, receptor, hoy más que nunca, de inversiones en su territorio. En otras palabras, ambos países se han visto beneficiados por las inversiones, pero ésto también significa que uno de los dos países (Perú), depende fuertemente del otro (Chile); si por un lado el país andino no quiere perder la parte relacionada con la producción, para Perú una posible reorganización de las inversiones procedentes de Santiago de Chile se traduciría como un frusco frenazo de la economía interna. Sobre todo por esto, aunque también por evitar escenarios poco fascinantes, fue refrendado en agosto de 2006 (pero no ha entrado en vigor hasta el 1 de marzo de 2009) un TLC (Tratado de Libre Comercio) entre los dos países, que reforzaba la tutela jurídica en las relaciones comerciales de ambos y favorecía el recíproco incremento de los flujos de capitales. Además, dichos canales bilaterales habrían consentido mantener de forma inalterable las ventajas correspondientes a la actividades chilenas en territorio peruano, con el objetivo último de suavizar las tensiones debidas a la histórica rivalidad político-territorial entre los dos países. Los beneficios han sido significativos, pero los antiguos antagonistas parecen haber vuelto a la carga.

Los vínculos se precipitan: la “novela de espías” pone a prueba las relaciones económicas bilaterales
Los progresos bilaterales hasta ahora alcanzados por los dos países, han sido puestos a prueba recientemente por un incidente diplomático. Se trata de un presunto caso de espionaje por parte de Chile en territorio peruano testimoniado por los periódicos locales e internacionales hace menos de dos semanas. El suceso, que tendría origen nada menos que desde 2002, tiene como protagonistas a dos militares de la aviación peruana y dos presuntos mandatarios chilenos que, además de haber sido acusados de espionaje, habrían divulgado secretos de estado y obtenido dinero por cuenta de Chile. Este hecho, todavía por verificar al detalle, ha sido suficiente para que Perú decrete el abandono del vértice APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico) desarrollado hace pocas semanas, provocando el contraataque peruano inmediato. Pocos días después, Perú presentó la demanda a la Corte Internacional de Justicia, que tiene sede en la Haya, para reivindicar la soberanía de 35.000 km² de territorio marítimo hasta ahora dividido entre los dos países. La defensa de Chile se basa en un tratado firmado en los años 50 que lo preservaría de posibles modificaciones futuras. Con razón o sin ella, la importancia de esto es relativa, el dato más preocupante es que las relaciones diplomáticas entre los dos países parecen fracturarse de nuevo. Lo mismo ocurre a nivel militar, donde las tensiones aumentan. Chile, de hecho, según el gobierno peruano, estaría participando activamente en un proceso de rearme regional, comprometiendo el espíritu democrático de Perú con base en el diálogo político en el que hasta ahora se basaba. El presidente del Consejo de Ministros peruano, Javier Velásquez, habló de estar totalmente en contra del rearme en América Latina. Sin embargo estos ataques generales, como acusaciones de revueltas en Chile desestabilizando futuras relaciones bilaterales entre los dos países. No tiene importancia, ni siquiera en segundo plano, el arranque nacionalista antichileno, jamás moderado completamente, y sin embargo ha vuelto a resurgir recientemente. Es significativo recordar que en las elecciones presidenciales del 2006, el líder peruano ultrancionalista Ollanta Humala, después derrotado por el actual presidente Alan García, obtuvo en primera ronda un grandilocuente 30%. A su vez, el estallido del caso de espionaje, ha hecho público el desapego peruano en torno a Chile, por ello han paralizado el desarrollo democrático y económico con su vecino antagonista. Todas estas causas, que se encuentran en las instituciones peruanas y por lo tanto a través de los canales oficiales, están repercutiendo de forma negativa sobre el TLC firmado en 2006 y consecuentemente sobre el proceso de cooperación económica hasta ahora comprendido por los dos países. Hay quién afirma que los acuerdos económicos refuerzan la base democrática, ya que representan un cúmulo de distracciones a las tentaciones autoritarias de hacer política. Y en torno a algunas expresiones utilizadas por el gobierno peruano, parece que no sería necesario recurrir a la fuerza, siguiendo la línea democrática que están defendiendo. De hecho el término democracia en Latino América es demasiado reciente como para excluir otros posibles escenarios por lo tanto los vínculos económicos-jurídicos pueden conducir a los dos países hacia un conflicto difícil de afrontar.
 
La relación bilateral entre Chile y Perú se consolidó en el pasado, gracias a los acuerdos económicos, oficiales y no oficiales, que junto al creciente sentido democrático y mediado por las instituciones, contuvo el progreso antagonístico entre los dos estados latinoamericanos. Sin embargo los esfuerzos hasta aquí abundantes, en parte estropeados por el reciente caso de presunto espionaje chileno a Perú, no parecen suficientes para excluir posibles revueltas recíprocas. En dichos episodios, sin mayor perturbación, destacan entre otros una gran debilidad en la base de las relaciones entre los dos países, todavía lejos de poder olvidar las hostilidades del pasado. El mismo desarrollo económico y democrático, aunque con sus debidas distinciones entre ambos países, podrían limitar afortunadamente el impacto del incidente diplomático por tres razones. La primera, concerniente a Chile, es el cumplimiento de los últimos requisitos que la OCDE está monitorizando para incluirlo dentro de los países desarrollados. La segunda, que afecta a ambos actores en cuestión, son las ventajas económicas hasta ahora mediadas por el tratado firmado en 2006. Una eventual fragmentación podría perjudicar a Perú, pero también reorganizar las ambiciones de Chile. En este sentido es significativo el ejemplo del conflicto entre Colombia y Venezuela, que está perjudicando notablemente las economías correspondientes a través del deterioro de las relaciones comerciales. Y por último la tercera, que incumbe a ambos, es la tutela del sentido democrático. Ya sea por Chile o por Perú, ésta representa una condición sine qua non para confirmar los progresos consumados.

 

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