martes, 3 de mayo de 2011

La muerte de Bin Laden y el futuro de Al Qaeda

Tras la muerte del líder la organización está acabada, seguirá golpeando con terror, pero de forma más limitada y sin el potencial de antes.

La organización Al Qaeda, que se empezó a fraguar en los 80 y quedó más internacionalizada a raíz del cónclave de Jost convocado por Bin Laden para llamar a la yihad global en todo el mundo, ha tenido sus albores hasta sus grandes atentados. Desde entonces, gracias a la especialización, al cerco, a la cooperación internacional en la lucha antiterrorista y al desgaste en sus enclaves más clásicos como Afganistán e Irak, se encuentra en una fase de retracción y de merma de capacidades. Ello no quiere decir que no siga teniendo ocasiones y activos para atentar, pero menos que en su etapa más álgida.

Así como en 2006 en Irak el asesinato de Al Zarqawi y sus lugartenientes extranjeros marcaron la división interna y el declive de la organización en la zona (desde entonces la violencia y los atentados han disminuido notablemente, se ha pasado de contar víctimas en decenas de miles por año a miles), podemos esperar que la de Bin Laden termine de coronar el declive internacional de la banda terrorista que ya estaba en marcha.

Cuando muere el líder las organizaciones muy dependientes de su dogma, y así mismo del fanatismo, se desestructuran y pierden fuerza. No vuelven a ser lo que eran. Y en el caso de Bin Laden mucho más, porque ha sido un gran estratega, que supo diseminar la organización a escala mundial a través de procedimientos no convencionales, aprovechando primero las instituciones de referencia histórica en cada región planetaria para fundar sus delegaciones geográficas, que a su vez daban apoyo al fenómeno disipado de las células multiplicables y sin conexiones directas con la estructura. También supo aprovechar los cambios geopolíticos de su época para instaurar la banda, los tiempos políticos de transformación del enemigo soviético al árabe y las fallas que hubo entre el fin de la guerra fría y del proceso de descolonización del mundo árabe.

Con el fin de esa descolonización supo aprovechar los remanentes de los grupos nacionalistas islamistas clásicos y los empleó como base estructural para internacionalizar los apoyos a su causa. Bin Laden supo sacar partido de los restos de estos movimientos caducos, que en muchos casos estaban abocados a la desaparición. Sin embargo, hoy la organización está mermada más que nunca en sus principales bastiones. En los últimos años se vio obligada a desplazarse al África subsahariana buscando nuevos espacios donde sobrevivir. En Estados frágiles sin controles y bajo una geografía difícil para localizarles. Y se vio forzada a buscar financiación mediante los secuestros y mercadeos con otros grupos criminales en la región africana, precisamente para tratar de subsistir al proceso de hostigamiento internacional y de retroceso de la propia organización.   
                                  
Al Qaeda es ahora más investigada, perseguida y consabida que nunca, incluidas sus finanzas y su actividad propagandística, lo que ha mermado sus capacidades a lo largo del tiempo. Esto se lo debemos a la cooperación antiterrorista entre los Gobiernos occidentales. Los nuevos riesgos y amenazas mundiales: el hambre y la pobreza junto con los efectos del cambio climático, los cambios en las tiranías y los efectos de la crisis financiera mundial, están teniendo un impacto superior a la fuerza y composición actuales de la organización, que la superan en poder de movilización y de convulsión, de cambiar el mundo.

Los terroristas se enfrentan a un competidor supremo y arrollador, que les hace sombra y que frente a sus intentos de cambiar el mundo por la fuerza y el terror, les está dejando atrás, precisamente transformando la esfera internacional de forma pacífica y con una inmensa mayoría de adeptos. La organización tuvo sus albores y hoy el mundo árabe y musulmán está más preocupado por sus luchas de liberación y de dignidad que por el fanatismo, mirando hacia la modernidad.

Quizás debamos pensar también en qué momento llega la muerte de Bin Laden, justo cuando la coyuntura de las revoluciones árabes le quita protagonismo y la engulle, reduciendo más sus posibilidades de vengar su muerte que en una etapa anterior a las revoluciones. Al Qaeda se enfrenta a un monstruo colosal que la arrolla y la devasta como el huracán más feroz, casi sin darle tiempo a ponerse a salvo ni reorganizarse. Que intenten vengarse es un clásico, que sigan cometiendo fechorías también, pero tan obvio como que sus capacidades actuales no son las de ayer, cuando cometían atentados espectaculares. Además, a los medios de todo el mundo les coge preparados y especializados. En todo caso les quedan acólitos que emergieron en épocas pasadas. Y es que estamos adentrándonos en otros tiempos, dejando atrás amenazas anteriores y enfrentando otras nuevas, que, no olvidemos, son de mayor envergadura. Aunque por otro lado más disipadas todavía y que interactúan combinadas (las fuerzas de la economía globalizada y de la naturaleza con lo social y lo político).

Al Qaeda acabará engullida por los nuevos tiempos, por las nuevas amenazas mundiales, más tarde o más temprano, reducida a una amenaza menor ante el cambio mundial que nos adentra en una nueva era con nuevos actores y nuevas realidades. Sus actuales competidores son muchos más y más potentes: una inmensa mayoría de la población árabe y musulmana que clama democracia y no la sharia, que quiere sistemas democráticos seculares y adentrarse en la modernidad y que no ve en la religión ni en el fanatismo la solución. Frente a esto la organización está acabada, seguirá coleando tratando de organizar sus fechorías, puede que nos siga golpeando con el terror, pero de forma más limitada y sin su potencial de antes, y lo que es mejor, sin proyección de futuro.
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