jueves, 11 de noviembre de 2010

El G20 se lo juega todo

Por Richard Youngs.

¿Cuál será el papel de este foro internacional tras la crisis? Es un debate que no debería postergarse más. He aquí algunos consejos para que el G-20 evite perder relevancia y logre aumentar su letigimidad.

Las discrepancias están convirtiéndose en algo habitual antes de las cumbres del G-20. La reunión del año pasado en Toronto estuvo dominada por las diferencias de opinión sobre “más estímulos o reducción”. Este asunto desvió la atención del debate sobre el papel mundial  de este foro a largo plazo. Ahora está ocurriendo algo similar en vísperas de la cumbre del G-20 que se celebrará el 11 y 12 de noviembre en Seúl. Las guerras de divisas que han estallado en las últimas semanas amenazan con vaciar de contenido la agenda minuciosamente elaborada por Corea del Sur para su presidencia del grupo.

Da la impresión de que, en sus reuniones preparatorias, los ministros de hacienda del G-20 han conseguido apartarse del abismo de una guerra de divisas sin cuartel. Pero todavía pueden verse indicios de devaluación competitiva en las intervenciones de muchos gobiernos en los mercados. En algunos Estados se rumorea que están instaurándose controles del capital. Y es preocupante que, según parece, países como Brasil e India estén perdiendo la paciencia con el G-20.

Las dramáticas escaramuzas de las últimas semanas por las divisas han desviado la atención de otros problemas importantes. Todavía no se han llevado del todo a la práctica las nuevas reglas financieras acordadas el año pasado por los líderes mundiales. El interés por la propuesta coreana de una red de seguridad financiera global para evitar crisis futuras ha disminuido. Corea del Sur ha intentado presionar para que el G-20 adopte un papel en el desarrollo internacional, pero no parece probable que el organismo ayude a revocar los grandes recortes en la financiación de la ayuda.  El fantasma del proteccionismo comercial es mucho mayor hoy que hace dos años, pese a las promesas, ya rutinarias, del G-20 de revivir la ronda de Doha de negociaciones comerciales.

Parece posible un avance significativo. Se rumorea que habrá un acuerdo sobre límites para los déficits y los superávits. Pero, aunque eso se haga realidad, existen unas discrepancias fundamentales de base que el G-20 no puede resolver. Los Estados con déficits y los Estados con superávits están de acuerdo en la necesidad de un reequilibrio. Pero cada grupo insiste en que el otro debe hacer más concesiones. Además, no está claro qué mecanismos van a garantizar el cumplimiento de cualquier objetivo cuantitativo.

Casi todo el mundo reconoce que este organismo internacional debe ir más allá de la gestión de la crisis, una función que está desempeñando bien desde finales de 2008. Sin embargo, los pasos para ampliar sus horizontes estratégicos no dejan de retrasarse. Cada vez que surgen nuevas tensiones provocadas por imperativos económicos inmediatos, se desvía la atención del problema estructural de fondo de cuál será el papel del G-20 después de la crisis.

A pesar de las tensiones de mercado que ocupan en la actualidad los titulares, es crucial que la cumbre de Seúl empiece a perfilar una visión a largo plazo para este foro. Los dos problemas más acuciantes son:

Primero, el G-20 debe ampliar su agenda, con un criterio selectivo. Si no intenta vincular los aspectos de la regulación financiera con otros problemas internacionales más generales, corre el riesgo de perder relevancia. Pero tampoco hay que ampliar esa agenda en exceso. La incorporación de nuevas cuestiones no tendría que servir de pretexto para no cumplir los compromisos actuales. Debe proporcionar liderazgo político, estimular el debate y ofrecer nuevas ideas sobre una serie de asuntos relacionados con su mandato esencial de gestión financiera.

Aunque en Seúl se presentará como un gran éxito la reforma de las cuotas de participación y el gobierno del FMI, las instituciones financieras internacionales necesitan cambios mucho más profundos. La incapacidad del G-20 para resolver el atasco del comercio internacional tiene graves repercusiones. Los ministros franceses han rebajado explícitamente la importancia del comercio para su próxima presidencia de turno, que va a centrarse sobre todo en la coordinación del sistema monetario mundial.
                                   
  La propuesta coreana de que el G-20 promueva un desarrollo económico impulsado por las inversiones en los Estados más pobres está muy bien; pero el G-20 debe asegurarse de que la atención estricta al crecimiento no dé al traste con un decenio de avances en el pensamiento sobre el desarrollo ni los esfuerzos para respaldar la buena gobernanza. Las consecuencias económicas del cambio climático son otro tema evidente que necesita la aportación de este foro económico. Las estrategias para abordar todos estos asuntos exigen difíciles soluciones de compromiso y la construcción de coaliciones a las que el G-20 podría muy bien estar en situación de contribuir de manera fundamental.

Un segundo requisito es que el G-20 aumente su legitimidad. Al ser un organismo que se autoelige de forma arbitraria, está claro que no es, en absoluto, el tipo ideal de institución multilateral. Ahora bien, si va a seguir existiendo, al menos sus líderes deben tratar de disminuir las tensiones entre el G-20 y la agenda general de cooperación multilateral democratizadora. Estaría bien que existiera algún tipo de sistema de circunscripciones electorales por regiones. Es preciso que haya más esfuerzos estructurales para vincular el G-20 con los organismos de la ONU. Además, debe ser más transparente y comprometer más a los agentes cívicos y al sector empresarial. Quizá parezcan cuestiones relativamente poco importantes en plena guerra de divisas; pero la experiencia nos enseña que cuando más necesitan los organismos internacionales tener su credibilidad y su legitimidad bien asentadas es precisamente cuando la situación es más apurada.

Hay que encontrar el equilibrio en estos dos aspectos. El G-20 debe incorporar más temas y más voces pero mantenerse centrado en ellos y no caer en la pesadez institucional. No debe perder la agilidad que constituye su mayor ventaja. Unas unidades flexibles de apoyo en varias áreas estratégicas en las que puede influir verdaderamente, junto con algún tipo de foro electrónico de coordinación, serían mucho más útiles que el burocrático secretariado permanente que se ha propuesto.
          
El G-20 se encuentra en un momento crucial. Sería importante alcanzar un acuerdo sobre los techos de los déficits y superávits y para evitar la “flexibilización cuantitativa” competitiva. Pero la cumbre no debe olvidarse de la cuestión de fondo, que es el papel internacional del G-20 en general.

Director del think tank europeo FRIDE.
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