miércoles, 24 de noviembre de 2010

El final del la Dinastía Kim

William Tobey, Investigador senior del Harvard Kennedy School's Belfer Center.

Las revelaciones de que Corea del Norte tiene, como se sospechaba desde hace mucho tiempo, un programa ilícito de enriquecimiento de uranio, la construcción de un nuevo reactor nuclear más grande y su ataque de artillería sin provocaciones previas contra territorio surcoreano agravan una situación ya peligrosa. Ha llegado el momento de ejercer un pensamiento estratégico, no meramente táctico, y de mostrarse decisivos, no apaciguadores.

El régimen oscurantista de Corea del Norte es corrupto, brutal, incompetente y violentamente agresivo. La dimensión de sus crímenes contra su pueblo puede verse incluso desde el espacio, de noche, cuando se observa una franja negra de pobreza que atraviesa la península, rodeada de las luces brillantes de la prosperidad que resplandecen desde China y Corea del Sur. Es muy probable que durante los 90 murieran más de un millón de norcoreanos, debido a las dos políticas fundamentales de Pyongyang, la fidelidad al ideario del Juche (la autodependencia) y la obligación de satisfacer ante todo las necesidades militares. Los presos políticos están encerrados en  campos repartidos por todo el país, pero la verdad es que casi todos sus ciudadanos son prisioneros del Estado.

Este régimen no podría existir sin el apoyo de China. Pekín proporciona el comercio, la ayuda y el respaldo político necesarios para impedir que este Estado fallido se desmorone por completo. La razón que le mueve a actuar así es evitar la avalancha de refugiados o una inestabilidad política que podría extenderse al gigante asiático. Además, esta trágica situación se vuelve peligrosa por el comportamiento de Corea del Norte en el extranjero.

En los 80, los agentes norcoreanos cometieron actos terroristas, entre ellos la explosión de un avión de pasajeros y el intento de asesinar al presidente de Corea del Sur durante una visita a Birmania. Pyongyang secuestró a docenas de ciudadanos japoneses y surcoreanos para que sus servicios de inteligencia obtuvieran información de ellos. El reino ermitaño es el principal exportador de misiles balísticos a regímenes peligrosos, seguramente fue el origen de parte del material enviado al programa nuclear de Libia y ayudó a Siria a construir un reactor clandestino de producción de plutonio, que habría podido servir para fabricar armas nucleares si aviones israelíes no lo hubieran destruido en septiembre de 2007. En dos ocasiones recientes, Corea del Norte ha llevado a cabo ataques militares contra su vecino del sur. Todas estas acciones son incompatibles con la paz y la seguridad internacional.

El programa de enriquecimiento de uranio recién desvelado es un factor especialmente peligroso. Ofrece a Pyongyang otra vía para construir material fisible destinado a fabricar armas nucleares y puede convertirse en una nueva fuente de ingresos procedentes de ventas ilícitas. No es creíble que este programa haya alcanzado su dimensión actual –al parecer, 2.000 centrifugadoras en unas instalaciones modernas y “asombrosas”– en los meses transcurridos entre la salida de los inspectores estadounidenses e internacionales, en la primavera de 2009, y la actualidad. Es mucho más probable que las instalaciones que se han conocido ahora sean fruto de un programa cuya existencia se sospecha desde hace mucho tiempo y que infringe numerosos acuerdos internacionales.

Es tentador abordar la situación en términos tácticos, preguntar qué podemos hacer para apagar la crisis. Es un impulso razonable; evitar una guerra es un objetivo loable. Sin embargo, también son importantes las consideraciones estratégicas. Como corresponde a sus intereses prioritarios de evitar la inestabilidad política y la avalancha de refugiados, China estará deseando calmar la situación. EE UU y sus aliados deben hacer comprender a Pekín que la estabilidad a largo plazo en la península coreana no puede garantizarse más que poniendo un auténtico fin a la Guerra de Corea. Al final, la dinastía de Kim –como todas– se acabará. Por consiguiente, el gigante asiático tiene que escoger entre continuar las medidas extraordinarias para mantener a un paciente terminal y, de esa forma, prolongar la miseria del pueblo norcoreano y las amenazas que supone la situación para la seguridad internacional, o preparar y trabajar en el proyecto de lograr una Península de Corea pacífica, estable, democrática y unida. El hecho de que China aceptara la sucesión dinástica en Pyongyang fue una equivocación. Después de los últimos acontecimientos, Pekín tiene la oportunidad de corregir ese error, y Washington dispone de argumentos más enérgicos para convencer a China de que lo haga.



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