jueves, 7 de octubre de 2010

El futuro de la izquierda

Por Matt Browne, John Halpin y Ruy Teixeira

Una vez que las celebraciones de Ed Miliband por haber ganado el liderazgo del Partido Laborista británico se hayan apagado, éste tendrá que vérselas con los desastrosos resultados electorales de su partido a comienzos de este año, que supusieron el segundo porcentaje de votos más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. Quizá le consuele que el laborismo no está solo en su estancamiento en la oposición: según parece, en toda Europa la izquierda moderada está atravesando tiempos difíciles.

La socialdemocracia, que una vez fuera el orgullo de Europa, un movimiento político genuinamente autóctono que luchó por el Estado del bienestar y mejoró las vidas de millones de personas, está hoy en crisis. Los socialdemócratas suecos acaban de presenciar cómo sus rivales conservadores logran la reelección por primera vez en cien años. Sólo cuatro gobiernos del continente están dirigidos por socialdemócratas -en Grecia, Portugal, España y Noruega- y varios de ellos tendrían muchas probabilidades de verse obligados a abandonar el poder si las elecciones se celebraran hoy. A lo largo de 13 países europeos, incluyendo aquellos con los partidos socialdemócratas tradicionales más fuertes, su porcentaje medio de votos ha caído 7 puntos desde los 70.

Sin embargo, la socialdemocracia no es una causa perdida. Hay mucho que se puede hacer para detener el desangramiento del centroizquierda de Europa y ayudar a los progresistas moderados del continente  a volver por sus fueros en el siglo XXI.

El primer paso sería simplemente reconocer lo profunda que es la crisis. La socialdemocracia sencillamente no se construyó para tiempos como estos; el movimiento comenzó como un medio para que la clase obrera lograra una voz política tras años de habérsele negado. Cuando comenzaron a organizarse los trabajadores no podían votar, no podían sindicarse, y soportaban condiciones laborales deplorables que no eran reguladas por el Estado. Los socialdemócratas convirtieron a estos ciudadanos en algo más que una pieza prescindible de la maquinaria capitalista; a cambio, recibieron su perdurable lealtad política.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los socialdemócratas se convirtieron en los principales defensores y constructores del Estado del bienestar, expandiendo enormemente el acceso a la sanidad, la educación, las pensiones, la vivienda y las ayudas económicas para la clase trabajadora. Los 70, sin embargo, plantearon nuevos desafíos. El crecimiento económico en los países avanzados se ralentizó bajo el impacto de la crisis del petróleo y la competencia internacional. A los socialdemócratas les pilló desprevenidos. Carecían de un programa para recuperar los altos niveles de crecimiento económico necesarios para sostener y expandir el Estado del bienestar.

El primer intento real de dar al centroizquierda europeo una puesta al día moderna se produjo en los 90 bajo la bandera de la Tercera Vía. Ésta era un movimiento que pretendía posicionar a los socialdemócratas como modernos partidarios del mercado que abrazaban la globalización a la vez que conservaban su compromiso con los principios básicos del Estado del bienestar. Inicialmente pareció ofrecer alguna recompensa electoral: a finales de los 90 había 14 gobiernos europeos encabezados por socialdemócratas. Pero se trató sólo de una tregua temporal, y el declive continuó a ritmo acelerado en la década de 2000 hasta alcanzar sus bajos niveles actuales. La Tercera Vía resultó no ser del todo el elixir de modernización que sus defensores daban a entender.

Lo que no quiere decir que la modernización sea una mala idea. Pero importa mucho de qué clase sea. La Tercera Vía era en el fondo una modernización bastante superficial que reemplazaba el dogma socialista por la dependencia de tecnócratas cuya fe en los mecanismos del mercado fue incapaz de producir un crecimiento económico estable y ampliamente compartido.
En su lugar, nosotros proponemos que los socialdemócratas adopten una nueva y más profunda modernización que aborde tres aspectos del movimiento relativos a sus coaliciones, a su propia definición y a su organización.

Los socialdemócratas de hoy tienen que enfrentarse a una mayor competencia en el centroizquierda de la que han tenido nunca. En muchos países, el panorama incluye ahora a partidos de tres partes del espectro político: los verdes, la extrema izquierda y los centristas liberales. El primer desafío para los socialdemócratas será ganarse a estos competidores para formar alianzas duraderas en coaliciones. Después de todo, estas nuevas formaciones generalmente están logrando sus mayores apoyos entre los grupos demográficos emergentes (por ejemplo, los jóvenes, los licenciados universitarios, los solteros o los profesionales), precisamente los grupos cuyo apoyo luchan por obtener los socialdemócratas tradicionales.

La habilidad de estos competidores para atraer nuevas caras ha permitido a sus partidos captar un mayor porcentaje de votos en las últimas décadas. Actualmente obtienen, en conjunto, más apoyo que los socialdemócratas: los verdes, los centristas liberales y la extrema izquierda lograron el 55% del voto de izquierda en la última década en los 13 países europeos mencionados anteriormente.

Las formaciones socialdemócratas no tienen otra opción que adoptar una filosofía de gran paraguas que descaradamente intente abarcar a otros partidos políticos y organizaciones progresistas del centroizquierda. Las fuerzas progresistas de Europa sólo pueden forjar una mayoría estable si van más allá de las fronteras de los partidos. Puede que a los socialdemócratas no les resulte cómodo tener que hacer esto, y desde luego no será fácil. Pero es necesario: sólo ellos tienen el músculo organizativo, la madurez política y las raíces en la clase trabajadora que se requieren para forjar una coalición de este tipo.

Los socialdemócratas europeos deben además hacerlo mejor a la hora de definir qué es lo que representan y en qué se diferencian de los conservadores. Los partidarios de la Tercera Vía lograron conciliar el pensamiento progresista con la economía de mercado, el individualismo y la globalización, pero lo hicieron de tal modo que esto permitió a los conservadores difuminar sus diferencias con la izquierda. Un enfoque más eficaz sería el articular nuevas políticas propias que sean atrevidas e inconfundibles, y por tanto mucho más difíciles de neutralizar.

Podrían, por ejemplo, liderar el giro de Europa hacia una economía con bajas emisiones de carbono. El tipo de cambio social a gran escala que se requiere no se producirá, sin embargo, sin un mercado doméstico para la energía renovable sustancialmente ampliado, y es improbable que esto suceda sin una política industrial postmoderna que cree incentivos positivos para las empresas e invierta en infraestructura sostenible. Mientras que las políticas económicas de los conservadores europeos han equivalido, como mucho, a poco más que un keynesianismo ad hoc  (del que se han desecho desde entonces para sustituirlo por una rotunda austeridad), los socialdemócratas ahora tienen la oportunidad de presentar una alternativa atrevida.

Una UE más cercana podría ser otro objetivo distintivo de un renovado movimiento socialdemócrata. El proyecto europeo ha estado dominado hasta ahora por el objetivo de la integración del mercado, pero esa era ha acabado. En Europa existe actualmente un consenso respecto a que los líderes han fracasado a la hora de proporcionar una suficiente consideración a la coordinación económica y fiscal entre los Estados miembros para promover el crecimiento mutuo. Los socialdemócratas están en la mejor posición para conseguir aglutinar a la opinión pública detrás de políticas que corregirían los desequilibrios económicos de Europa y permitirían una prosperidad compartida.

Por último, los socialdemócratas han sido incapaces de modernizar sus partidos, a pesar, incluso, de que sus propias sociedades están experimentando oleadas de cambios demográficos y sociales. Parte del gancho de muchos de los nuevos partidos de izquierda, y de las muchas organizaciones cívicas progresistas del continente no adscritos a formaciones políticas, es que son más abiertos y menos jerárquicos que los partidos socialdemócratas. En concreto, la Tercera Vía estaba organizada en torno a una estructura de mando y control muy rígida. En un intento de manejar el ciclo de noticias de 24 horas, el desarrollo de las políticas y los mensajes de la Tercera Vía estaba estrechamente controlado y su propagación estaba centralizada; y con frecuencia se veía con malos ojos el debate en el interior del partido.

Hoy, la llegada de los nuevos medios sociales de comunicación y la blogosfera hacen que resulte imposible controlar el ciclo de noticias. Además, los miembros de las formaciones tienden a ser menos deferentes hacia los políticos y representantes de estas; ausente la identificación con el partido a través de la clase económica, sus simpatizantes quieren desempeñar un papel más activo y personal en el proceso político. Los partidos socialdemócratas necesitan hacerse más transparentes, difundir sus mensajes de un modo más amplio y organizar y potenciar a sus seguidores de manera más efectiva a nivel de las bases. Pero no deberían engañarse pensando que simplemente importar las tecnologías usadas en la campaña presidencial de Barack Obama e injertarlas en las suyas será suficiente. La clave es crear una infraestructura nueva y más democrática en torno a estas tecnologías y cultivar una relación abierta entre esa infraestructura y los votantes progresistas.

En este momento de crisis para la socialdemocracia, no debería existir debate sobre la necesidad de modernización. Para evitar convertirse en simples reliquias del siglo XX, necesitarán adoptar cambios. Regresar a los viejos métodos y a los viejos votantes sólo garantizará un continuo declive. Y sería una tragedia que la socialdemocracia ya no fuera capaz de inspirar pasión sino, más bien, sólo nostalgia.
--

No hay comentarios:

Publicar un comentario