lunes, 18 de octubre de 2010

China y el Nuevo orden mundial

Por Noam Chomsky (*)

En medio de todas las supuestas amenazas a la superpotencia mundial reinante, un rival está emergiendo en silencio y con fuerza: China. Y Estados Unidos está analizando de cerca las intenciones de ese país.

El 13 de agosto, un estudio del Pentágono planteaba la preocupación de que China estuviera expandiendo sus fuerzas militares de manera que “pudiera neutralizar la capacidad de los buques de guerra estadounidenses de operar en aguas internacionales”, da cuenta Thom Shanker en The New York Times.

Washington ha hecho sonar la voz de alarma de que “la falta de transparencia de China sobre el crecimiento, las capacidades y las intenciones de sus militares inyecta inestabilidad a una región vital del globo”.

Estados Unidos, por el contrario, es bastante transparente sobre sus intenciones de operar libremente a lo largo y ancho de la “región vital del globo” que rodea China (y donde sea).

EEUU publicita su vasta capacidad para hacerlo: con un presupuesto militar en crecimiento que casi alcanza al del conjunto del resto del mundo, cientos de bases militares por todo el planeta, y un indiscutible liderazgo en la tecnología de destrucción y dominación.

La falta de entendimiento de las reglas de urbanidad internacionales por parte de China quedó reflejada en su objeción al plan de que el portaaviones nuclear USS George Washington participara en las maniobras militares de EEUU y Corea del Sur cerca de las costas chinas en julio, alegando que este tendría la capacidad de hacer diana en Pekín.

En cambio Occidente entiende que dichas operaciones se llevaron a cabo para defender la estabilidad y su propia seguridad.

El término estabilidad tiene un significado técnico en el discurso de las relaciones internacionales: la dominación por parte de EEUU. Así, ninguna ceja se arquea cuando James Chace, ex editor de Foreign Affairs, explicaba que, a fin de conseguir “estabilidad” en Chile en 1973, fue necesario “desestabilizar” el país, derrocando al Gobierno legítimo del presidente Salvador Allende e instaurando la dictadura del general Augusto Pinochet, que procedió a asesinar y torturar sin miramientos y estableció una red de terror que ayudó a instalar regímenes similares en otros lugares, con el apoyo de EEUU, por el interés de la estabilidad y la seguridad.

Es fácil reconocer que la seguridad estadounidense requiere un control absoluto. El historiador John Lewis Gaddis, de la Universidad de Yale, dio a esta premisa una impronta académica en Surprise, Security and the American Experience, donde investiga las raíces de la doctrina de la guerra preventiva del presidente George W. Bush. El principio operativo es que la expansión es “el camino a la seguridad”, una doctrina que Gaddis rastrea con admiración dos siglos hacia atrás, hasta el presidente John Quincy.

Adams, autor intelectual del Destino manifiesto.

En relación con la advertencia de Bush de que los estadounidense “deben estar listos para acciones preventivas cuando sea necesario luchar por nuestra libertad y defender nuestras vidas”, Gaddis observa que el entonces presidente “se estaba haciendo eco de una vieja tradición, en vez de establecer una nueva” al reiterar principios que varios presidentes ya habían defendido y que desde Adams a Woodrow Wilson “habrían entendido muy bien”.

Lo mismo ocurre con los sucesores de Wilson hasta el presente. La doctrina de Bill Clinton era que EEUU estaba autorizado a utilizar la fuerza militar para asegurar “el acceso desinhibido a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos”, sin siquiera la necesidad de inventar pretextos del tipo de los de Bush hijo.

Según el secretario de Defensa de Clinton, William Cohen, EEUU debe consecuentemente mantener una enorme avanzadilla de fuerzas militares “desplegadas” en Europa y Asia “con el fin de moldear la opinión de la gente sobre nosotros”, y “para forjar acontecimientos que afectarán nuestra subsistencia y nuestra seguridad”. Esta receta para la guerra permanente –observa el historiador militar Andrew Bacevich– es una nueva doctrina estratégica, que fue amplificada más tarde por Bush Jr. y por Barack Obama.

Como todo capo de la Mafia sabe, incluso la pérdida más sutil de control puede desembocar en el desmoronamiento del sistema de dominación cuando otros se animan a seguir un camino similar.

Este principio central de poder se formula como la teoría dominó en el lenguaje de los estrategas políticos. Se traduce en la práctica en el reconocimiento de que el “virus” del exitoso desarrollo independiente puede “contagiarse” en cualquier otro lugar y, de esta manera, debe ser destruido mientras las víctimas potenciales de la plaga son inoculadas, normalmente a manos de brutales dictaduras.

Según el estudio del Pentágono, el presupuesto militar de China se expandió a unos 150.000 millones de dólares, cerca de “la quinta parte de lo que el Pentágono se ha gastado para operar y llevar a cabo las guerras de Iraq y Afganistán” en ese año, lo cual es sólo un fragmento del total del presupuesto militar estadounidense, por supuesto.

Las preocupaciones de Estados Unidos son comprensibles si uno toma en cuenta la virtual e indiscutida suposición de que EEUU debe mantener un “poder incuestionable” sobre la mayoría del resto de países, con “una supremacía militar y económica”, mientras asegura la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” por parte de los Estados que pueda interferir con sus designios globales.

Estos fueron los principios establecidos por los planificadores de alto nivel y expertos de política exterior durante la Segunda Guerra Mundial, cuando desarrollaron el marco para el mundo de la posguerra, el cual fue ampliamente ejecutado.

EEUU debía mantener esta dominación en una “Gran Área”, que debía incluir, como mínimo, el hemisferio occidental, el lejano Oriente y el antiguo Imperio Británico, incluyendo cruciales recursos energéticos de Oriente Próximo.

Mientras Rusia comenzaba a pulverizar a los ejércitos nazis tras Stalingrado, las metas de la “Gran Área” se extendieron lo máximo posible por Eurasia. Siempre se ha entendido que Europa pudiera escoger seguir una causa alternativa, quizás la visión gaullista de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales. La Organización del Tratado del Atlántico Norte nació en parte para contrarrestar esta amenaza y este asunto permanece muy vivo hoy en día en momentos en que la OTAN se expande hacia una fuerza de intervención de Estados Unidos, responsable del control de “infraestructuras cruciales” del sistema global del que depende Occidente.

Desde que se convirtiera en la potencia mundial dominante durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha buscado mantener un sistema global de control. Pero ese proyecto no es fácil de mantener. El sistema se erosiona visiblemente, con implicaciones significativas para el futuro. China es un jugador potencial muy influyente y desafiante.

De todas las “amenazas” al orden mundial, la más consistente es la democracia –a menos que esté bajo algún control imperial– y, más generalmente, la afirmación de independencia. Estos temores han guiado al poder imperial a lo largo de la historia.

En Latinoamérica, tradicional patio trasero de Washington, los sujetos son cada vez más desobedientes. Sus pasos hacia la independencia experimentaron un avance adicional en febrero pasado con la formación de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, que abarca a todos los países del hemisferio excepto Estados Unidos y Canadá.

Por primera vez desde las conquistas española y portuguesa hace más de 500 años, América Latina está avanzando hacia la integración, un prerrequisito para la independencia. También está empezando a resolver el escándalo interno de un continente dotado de ricos recursos pero dominado por diminutas islas de élites acaudaladas en un mar de miseria.

Además, las relaciones Sur-Sur se encuentran en pleno desarrollo, con China desempeñando un papel destacado tanto como consumidor de materias primas como inversionista. Su influencia está creciendo rápidamente y ha superado a la de Estados Unidos en algunos países ricos en recursos.

Más significativos aún son los cambios en la arena de Oriente Medio. Hace 60 años, el influyente planificador A. A. Berle aconsejó que controlar los incomparables recursos energéticos permitiría “un control sustancial del mundo”. A su vez, la pérdida de control amenazaría el proyecto de dominio global. En los años setenta, los productores importantes habían nacionalizado sus reservas de hidrocarburos, pero Occidente retenía una influencia sustancial. En 1979, Irán se “perdió” con el derrocamiento de la dictadura del Sha, que había sido impuesta por un golpe militar de EEUU y Reino Unido en 1953 para garantizar que este trofeo permaneciera en las manos adecuadas.

Ahora, sin embargo, el control se está escapando incluso de los clientes tradicionales de EEUU.

Las mayores reservas de crudo se encuentran en Arabia Saudí, una dependencia estadounidense desde que EEUU desplazó a Reino Unido en una miniguerra librada durante la Segunda Guerra Mundial. EEUU sigue siendo de lejos el mayor inversor en Arabia Saudí y su mayor socio comercial, y el país árabe apoya la economía estadounidense vía inversiones.

No obstante, más de la mitad de las exportaciones petroleras saudíes se dirigen ahora a Asia, y sus planes de crecimiento apuntan a Oriente. Lo mismo puede resultar cierto con Iraq, el país con las segundas reservas más importantes del mundo, si puede reconstruirse después de las asesinas sanciones impuestas por EEUU y Reino Unido y de la posterior invasión. Y la política de EEUU está empujando a Irán, el tercer productor mundial de petróleo, en la misma dirección.

China es actualmente el segundo mayor importador de crudo de Oriente Medio y el mayor exportador a la región, reemplazando a EEUU. Las relaciones comerciales están creciendo de manera acelerada y se han duplicado en los pasados cinco años.

Las implicaciones para el orden mundial son significativas, como lo es el ascenso de la Organización de Cooperación de Shanghái, que incluye buena parte de Asia, pero que ha rechazado a EEUU. Se trata “potencialmente de un nuevo cártel energético que involucra a productores y consumidores”, comenta el economista Stephen King, autor de Perdiendo control: las amenazas emergentes a la prosperidad occidental.

Entre los diseñadores de estrategias políticas y los comentaristas políticos occidentales, 2010 es llamado “el año de Irán”. La amenaza iraní se considera el mayor peligro para el orden mundial y enfoque prioritario de la política exterior de EEUU, doctrina que Europa sigue cortesmente un poco atrás, como de costumbre. Oficialmente se reconoce que la amenaza no es militar. En realidad, la amenaza es de independencia.

Para mantener la “estabilidad”, EEUU ha impuesto severas sanciones a Irán, pero, fuera de Europa, pocos están prestándole atención. Los países no alineados –la mayor parte del mundo– se han opuesto vigorosamente durante años a la política de EEUU hacia Irán.

Las cercanas Turquía y Pakistán se han embarcado en la construcción de nuevos oleoductos hacia Irán, y el comercio va en aumento. La opinión pública árabe está tan encolerizada por las políticas occidentales que la mayoría incluso aprueba el desarrollo iraní de un arma nuclear.

El conflicto beneficia a China. “Los inversores y comerciantes de China ahora están llenando un vacío en Irán a medida que los inversores de muchas otras naciones, particularmente de Europa, se retiran”, informa Clayton Jones en The Christian Science Monitor. En particular, China está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas iraníes.

Washington reacciona a todo esto con un toque de desesperación. En agosto, el Departamento de Estado advirtió de que “si China quiere hacer negocios en todo el mundo, también tendrá que proteger su propia reputación, y si alguien adquiere la reputación de un país dispuesto a evadir y esquivar las responsabilidades internacionales, eso tendrá un impacto a largo plazo… Sus responsabilidades internacionales son claras”. En otras palabras, que debe seguir las órdenes de Washington.

Es poco probable que los líderes chinos se sientan impresionados por tales declaraciones, que constituyen el lenguaje de una potencia imperial tratando desesperadamente de aferrarse a una autoridad que ya no posee. Una amenaza mucho mayor que Irán a su dominio internacional es una China que rehúsa obedecer sus órdenes. Y que, de hecho, como potencia mayor y en crecimiento, las descarta con desprecio.

(*) Lingüista, filósofo y activista es profesor emérito de Lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. A lo largo de su vida, ha ganado popularidad también por su activismo político, caracterizado por una visión fuertemente crítica de las sociedades capitalistas y socialistas, habiéndose definido políticamente a sí mismo como un anarquista o socialista libertario. Estados Unidos.

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