martes, 31 de agosto de 2010

EEUU abre el telón del Medio Oriente

Las bajas expectativas rodean el inicio de las conversaciones entre israelíes y palestinos que tendrán lugar esta semana. Más que nunca el escepticismo es protagonista. Que empiece la función.


El miércoles por la noche se abre el telón en Washington. El presidente Barack Obama sentará a cenar cara a cara a los líderes Israel y de la Autoridad Palestina, en una ceremonia que marcará el inicio de unas conversaciones de paz destinadas a culminar en un acuerdo definitivo en un año. Suena histórico. Las partes sin embargo no albergan demasiadas esperanzas de lograr acercamiento alguno, a la vista de los acontecimientos sobre el terreno y del abismo que separa las posiciones de unos y otros. Académicos y analistas no entienden muy bien el por qué y el cómo de unas negociaciones, que se producen en un momento en el que, citas electorales estadounidenses aparte, la prudencia diplomática recomienda no generar excesivas expectativas. Un nuevo fracaso negociador, alertan, podría exacerbar el estado de profunda frustración y desafección política que se respira en la zona.

 

Aparte de esta cena, y del plazo de un año, lo demás está en el aire. No hay agenda, ni formato, ni equipos negociadores definidos para los meses venideros. En cierta manera no hay definición porque empezar de cero, sin condiciones respecto a acuerdos y consensos anteriores, ha sido precisamente la gran precondición israelí para sentarse a negociar. Nada de Hoja de Ruta. Nada de fronteras anteriores a 1967. Nada de nada.

Los palestinos quisieron desde un principio fijar puntos de partida y se resistieron a este modelo de hablar por hablar. Al final, claudicaron. La victoria israelí no obstante, podría resultar contraproducente para todas las partes, israelíes incluidos, como advertía recientemente Shlomo Brom, del Institute for National Security Studies de Tel Aviv. “Hay que ver si en realidad no se trata de una victoria pírrica. Israel ha arrastrado a las negociaciones a un socio debilitado, humillado, con lo que ha mermado la capacidad política de su socio y su legitimidad ante la opinión publica palestina. Y un negociador débil es incapaz de alcanzar compromisos sobre cuestiones delicadas”. 

Ante tanta indefinición y falta de mínimas garantías de éxito, las calles de Ramala, de Tel Aviv o Gaza no han mostrado el más mínimo entusiasmo por un acontecimiento que el miércoles cobrará relevancia planetaria, según los titulares de la prensa internacional. Estas enésimas conversaciones de paz lejos de levantar pasiones, se viven más como un día de la marmota en versión diplomática que otra cosa. Como una repetición cansina de una coreografía cuyos intérpretes parecen habitar un planeta distinto de aquel en el que discurre la realidad cotidiana. Pero ¿hasta qué punto está justificado tanto escepticismo? y, ¿qué dosis de cinismo y/o irresponsabilidad política hay que atribuirles a los actores de esta función?

Empecemos por Obama, por ser Estados Unidos el motor impulsor de estas conversaciones directas que hace dos años, con la invasión israelí de Gaza quedaron en punto muerto. Desde que se instalara en la Casa Blanca –horas después del cese de las hostilidades israelíes en la Franja– Oriente Medio se convirtió en una de sus prioridades. Ya con el Nóbel de la Paz en la estantería, promovió las llamadas conversaciones de proximidad o indirectas. La idea era que el enviado estadounidense a la zona, George Mitchell, hablara con las partes por separado, con el objetivo de tender los puentes, de crear la confianza que abriera la puerta a las conversaciones cara a cara más adelante. Aquellos intercambios no dieron fruto alguno, más bien al contrario. Aún así, y a pesar de que la exigencia estadounidense de frenar en seco la construcción en los asentamientos israelíes no se ha cumplido, el presidente Obama, decidió lanzar esta nueva ronda negociadora, que se inaugurará esta semana, en vísperas de las elecciones parlamentarias estadounidenses de noviembre.

Luego está Benjamín Netanyahu, alias Bibi. Son muchos los conocedores de la política israelí que sostienen que sólo un líder de la derecha es capaz de hacer las “concesiones” necesarias para logar cualquier acuerdo. La cuestión es si Bibi, más allá de sus credenciales derechistas aspira de verdad a pasar a la historia como el hombre que firmó la paz con los palestinos. En su haber está el famoso discurso en la Universidad de Bar Ilán en el que la presión de la comunidad  internacional logró arrancarle con fórceps un compromiso con la llamada solución de dos Estados, uno palestino y otro israelí capaces de vivir en paz uno al lado del otro. A partir de ahí, poco más. El primer ministro israelí ha rehusado aceptar ninguno de los compromisos que sus predecesores alcanzaron en negociaciones anteriores. Insiste en el reconocimiento por parte de los palestinos de Israel “como un Estado judío” y se encuentra rodeado tanto en su coalición de Gobierno, pero sobre todo en su propio partido por políticos que rechazan cualquier cese de la construcción de colonias en los territorios palestinos. Hasta 41 diputados de la Knesset (Parlamento israelí) han formado estos días un grupo con el que pretenden “presionar a Bibi para que no sucumba a las exigencias de Obama”, explicaba esta semana Aryeh Eldad, diputado y eterno defensor de los colonos.

           
“Como ocurrió en 2000, la percepción de unas negociaciones fallidas puede incluso degenerar en una nueva intifada”, aventura Alpher,
           

El primer gran examen para Netanyahu, pero también para el resto de actores, tendrá lugar el 26 de septiembre. Esa es la fecha en la que expira la moratoria israelí destinada a frenar la construcción en ciertos asentamientos. La extensión de esta moratoria es precisamente una de las líneas rojas infranqueables de los palestinos. El Gobierno de Abbas ha amenazado con retirarse de la mesa de negociación de no renovarse el cese de las licitaciones. Mientras, distintas voces del Gobierno israelí, incluido el ministro de Exteriores, Avigdor Leiberman, ya han anunciado que el 27 no habrá cortapisa alguna al desarrollo urbanístico israelí en los territorios palestinos.

Por último están los palestinos. Sus exigencias para dar comienzo a las negociaciones no se han cumplido ni de lejos y tanto su partido, Fatah, como la opinión pública palestina desconfían de la seriedad de un Presidente, incapaz de ofrecer progresos y mucho menos un calendario en el que figure el fin de la ocupación israelí. “No podemos permitirnos otro fracaso, tenemos que ofrecer resultados”, reconocía hace días el negociador Erekat en su oficina de Jericó. El escepticismo tiene que ver además con la incapacidad de Gaza y de Ramala para acercar posiciones y lograr la unidad palestina, necesaria para implementar cualquier acuerdo que se precie con los israelíes. 

Por si el horizonte no fuera lo suficientemente sombrío, hay quien como el analista israelí Yossi Alpher alerta además de las consecuencias que un nuevo fracaso negociador puede acarrear. “Como ocurrió en 2000, la percepción de unas negociaciones fallidas puede incluso degenerar en una nueva intifada”, aventura Alpher, codirector de Bitterlemons. Por el contrario, los más optimistas piensan que las expectativas relacionadas con la nueva ronda negociadora son tan bajas, que resultan incluso incapaces de provocar una gran decepción. La única guerra capaz de desatar, dicen, es –salvo éxito inesperado– la que librarán los actores para ver a quién se le atribuye el fracaso.

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