martes, 20 de marzo de 2012

Pueblo, etnia, nación

Por Daniel Vidart (*)

Un lugar para vivir. Otra acepción de la voz pueblo es de naturaleza geográfica o, si se quiere mayor precisión, de carácter espacial.

La geografía tiene injerencia en el asunto, por cierto. Una rama de esta disciplina, la geografía humana, estudia todo lo que tiene que ver con la actividad paisajística de nuestra especie, cuya labor a lo largo de los milenios quita o agrega elementos materiales a los lugares terrestres donde se asienta.

Según una costumbre generalizada, que tiene que ver con las concentraciones humanas que van de menos a más, se denomina pueblo a un núcleo humano relativamente pequeño el número de habitantes varía según las escalas adoptadas en cada país- existente en un determinado hábitat del planeta Tierra.

Dicho hábitat constituye, a la vez, una objetivación edilicia y estructural de la cultura, una encrucijada económica y un escenario social al mismo tiempo. En tal sentido está constituido por construcciones de diverso tipo: habitaciones familiares, locales públicos, casas de comercio, edificios donde se alojan las instituciones del gobierno local o la administración nacional, vías de comunicación, espacios abiertos para el encuentro y expansión de las gentes a partir de la plaza y el mercado, que muchas veces comparten un mismo ámbito, etc. Existe también un acepción ecológica de hábitat: se llama así el ambiente donde reside una población biótica. Pero volvamos a lo nuestro.

Un pueblo San Juan Bautista, Bella Unión, Valentines- constituye un núcleo de pobladores mayor que una aldea y menor que una ciudad. Pero ¿cuál es el criterio distintivo que caracteriza a cada uno de los núcleos donde se manifiestan los distintos tipos cuantificables de asentamientos humanos?

Bruno Jacovella al referirse a la comunidad folk apunta lo siguiente: "Solo cabe precisar que el folk es solo un tipo de comunidad civilizada, subcivilizada o protocivilizada que se manifiesta con distintos grados de intensidad y extensión entre dos polos de la comunidad pura primitiva (pueblos no civilizados o sin ciudad) y la sociedad-masa de las postrimerías de la civilización.

Tales grados, hoy día históricamente sobrevivientes o residuales, pueden ordenarse de la siguiente forma, desde un punto de vista antropogeográfico: campo (puestos aislados de pastores y recolectores, inclusive agricultores inferiores), aldea (pequeñas aglomeraciones agrarias), villa (pequeña ciudad rural, con comercio y algunas oficinas del Estado), ciudad provinciana o lugareña ("gran aldea") y "ciudad antigua" o gran ciudad autóctona (con pocos extranjeros y poca industria).

Subiendo mucho la apuesta demográfica aparece finalmente la urbe cosmopolita con su fuerte centralización y su estratificación clasista, cuya influencia uniformizadora se extiende rápidamente a las citadas expresiones preexistentes de la vida social"(15).

El estudioso argentino confunde lo cualitativo con lo cuantitativo. La comunidad folk se distingue de la civilizada por sus caracteres intrínsecos y no por los extrínsecos. Una comunidad folk residente en una aldea y la muchedumbre solitaria (Riesman) de una ciudad no se distinguen por lo contable sino por lo cualificable. Y como veremos, las cifras propuestas son contradictorias y varían según los tiempos y lugares.

También yerra al conceptuar como "campo" el lugar donde residen las comunidades indígenas prealfabetas o ágrafas de agricultores inferiores que se bastan a sí mismos, cocinándose en su propio jugo autárquico, donde lo económico y lo cultural dialogan sin interlocutores externos. El campo cobra sentido con relación a la ciudad.

El campo es la trastierra agraria, la aureola productiva trabajada por la gente que se extiende tras los ejidos. El campo existe en función del mercado urbano y los intercambios que allí se realizan. El espacio ocupado por los "primitivos contemporáneos", en cambio, es un sitio, un lugar, una comarca, un bolsón espacial habitado por comunidades que se autoabastecen. Ese espacio neutro no tiene la calidad de campo.

Campus en latín significa llanura, y de ahí derivan las voces españolas campaña, campeador, escampar, acampar, campestre, etc. En la Edad Media fue relacionado con el "campo de batalla", pues la llanura era el sitio apropiado para librar el combate. Pero esta acepción es lateral al asunto que aquí nos concita.

Jacovella no intercala la figura del pueblo entre la aldea y la villa. O lo olvida o no lo considera como un asentamiento humano digno de ser tenido en cuenta, si bien está ampliamente consagrada su razón de ser en la realidad socio geográfica y en la presencia lingüística.

A decir verdad, el problema verdadero se origina con la noción de ciudad. George Chabot, hace ya de esto muchos años, lo cual podría, legítimamente, hacer pensar que los criterios han cambiado, comprobó que si bien la definición cuantitativa de la ciudad, basada en el número de habitantes, es cómoda, existen oscilaciones que de algún modo la ponen en duda. En efecto, en Francia, Alemania, Checoslovaquia y Turquía se consideraba (1948) que había ciudad cada vez que la población agrupada en la cabeza de la comuna sobrepasara los 2.000 habitantes. En cambio los EE.UU. y México elevaban la cifra a 2.500 y Bélgica, Holanda y Grecia a 5.000, en tanto que Irlanda la abatía a 1.500.

Agrega luego que este canon numérico es susceptible de sensibles variaciones. En Hungría, Bulgaria y Sicilia existen aglomeraciones de varios miles de habitantes que son solamente aldeas populosas donde se hacinan campesinos privados de los servicios administrativos, sociales y culturales que caracterizan a ciudades cuyo volumen demótico es inferior al de aquellas (16). Tal es lo que sucede con la presencia del Stadtrat, el Concejo de antiguas ciudades alemanas, vaciadas de su caudal humano por la emigración hacia los grandes centros cívicos.

En consecuencia, donde hay Concejo hay ciudad. Pero a este criterio monovalente se le oponen otros de idéntico tipo: la ciudad tiene alta nupcialidad y baja natalidad (Rümelin); vive del trabajo agrícola de los campos adyacentes (Sombart); constituye un centro industrial (Ratzel); es una encrucijada de intercambio económico y cultural (Sieveking); configura un punto de concentración intensa del comercio (Wagner); etc. (17) Hay definiciones polivalentes de ciudad, que hacen justicia a sus múltiples funciones. Una de las más aceptables es la de Mumford: La ciudad es un plexo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, un teatro de acción social y un símbolo estético de unidad colectiva ( 18)

Volvamos al concepto de pueblo como mediana concentración de habitantes ubicada entre la aldea y la villa, esa eterna aspirante a ciudad provinciana de continuo frustrada en su intento de lograrlo por la escasez de su vecindario y la flaqueza de sus instituciones. El pueblo rural, uno de los especímenes magistralmente descritos por Azorín (19) y, rebajando los méritos del autor y la calidad del estilo, interpretado al modo criollo en un libro de mi autoría (20), no tiene en nuestro idioma una definición precisa.

En la última edición del Diccionario de la Lengua redactado por la Real Academia se dice así: "Pueblo. Ciudad o villa. 2. Población de menor categoría". Ninguna de las nociones es precisa. Pero a veces la experiencia de la vida suple estas lagunas conceptuales y cada uno de nosotros conoce, o intuye, las diferencias existentes entre un mero rancherío, un pueblo y una ciudad uruguaya de tierra adentro.


La vertiente étnica
Examinadas y desechadas las anteriores acepciones de la voz tenemos ahora que enfrentarnos con la noción étnica de pueblo.
Comencemos con un ejemplo histórico, que carga con un poderoso fardo teológico. Cuando un conglomerado social se proclama "elegido" por una potencia sobrehumana -Yahvé- para desempeñar una relevante misión en la Tierra, tal cual establece la Vieja Alianza al referirse al Pueblo de Israel, ya nos encontramos ante otro concepto, revelador de una aguda acentuación etnocéntrica.

En este caso particular, aunque no único pues la denominación que a sí mismos se han dado los pueblos arcaizantes del pasado o la actualidad significa "los verdaderos hombres" (innuit, cheyenne, muisca, ainu, chónik, etc.), un pueblo, el judío, que constituía un grupo de familias, comunidades y tribus de antigua data, se sintió llamado por Dios para emprender una cruzada etnocentrista. No para convencer a los otros de la excelencia de su religión y catequizarlos, incorporándolos a ella, sino para, con la ayuda del Dios de las almas y los ejércitos, defender de toda impureza interior y de todo ataque exterior la acendrada conciencia del Nosotros que lo animaba.

Dicho pueblo, en virtud de los padecimientos comunes soportados por todos sus miembros con amor y con ardor, había alcanzado la categoría de Nación, habitara o no el suelo patrio, transformado más de una vez en Tierra Prometida. Los judíos, galvanizados por su vínculo étnico, ya eran nación en Egipto, soportando la esclavitud, y luego, asistidos por el dios del Sinaí, el de la Zarza Ardiente, reafirmaron los lazos sagrados de unión en escaso territorio, antes y después de la conquista romana, y continuaron siendo nación dispersos por el mundo, luego de la Diáspora.

Lo siguen siendo hoy, ya asentados en Eretz Israel, ya repartidos en los países donde se han establecido. Sea cual fuere su residencia allí edifican sus sinagogas y despliegan sus concepciones de la vida y de la muerte, sus ideas acerca del mal y del bien, y sus doctrinas referidas a la misión trascendente del hombre en este hogar terrestre.

En definitiva, los judíos constituyen una nación y poseen una clarísima certidumbre de lo que una nación significa.

Y con esto abrimos otra puerta y entramos en el polisémico recinto donde hierve el caldero de un concepto que puso en marcha en el siglo pasado la máquina infernal del nazismo. Se trata de la nación de hombres llamados a regir el mundo, de lo nacional-socialista, del nacionalismo excluyente, todo un complejo ideológico y militar cuya vertiente satánica se convirtió en un arma de combate, en un azote para el Otro: el descastado, el de sangre sucia , el de raza inferior .

El Holocausto, la Shoá que acabó con seis millones de judíos, a los que debe agregarse un caudal indefinido, pero muy numeroso, de gitanos y homosexuales, arde hoy en la conciencia de la humanidad contemporánea como una llaga viva.

Primitivamente la voz nación -que provine del nasci latino, conjunto de personas nacidas en un mismo lugar- se refería al común origen genético y geográfico de una población determinada. Durante el Medioevo los estudiantes universitarios constituían naciones, en cuanto grupos provenientes de determinados territorios europeos, dotados de cultura específica . El concepto siguió rodando, historia adentro. Los conquistadores españoles del Rio de la Plata denominaban naciones a las diferentes etnias que encontraban a su paso.

La etnia es más que una tribu. La tribu apunta a lo cuantitativo o, mejor, a lo distributivo y a lo territorial. Según la historia- o la leyenda- Rómulo, el fundador de Roma, dividió a la población de la ciudad en tribus partibus, es decir, en tres partes. Pero si nos remitimos a la raíz celta treb cuya filiación indoeuropea es evidente- descubrimos que esa voz significaba ordenar, organizar, distribuir coherentemente las partes que integraban un conjunto. Todo ello se relaciona con lo que Dumézil nos enseñara acerca de la tripartición divina que respondía al ordenamiento social de los indoeuropeos: guerreros, sacerdotes y productores.

Bien. Encarémonos ahora con ese lábil, aunque a veces catastrófico, concepto de nación. En la posterior mentalidad europea se definieron tres concepciones de esta.

Una nación "es un alma, un principio espiritual" decía el francés Ernesto Renán. Podríamos tildar a esta concepción como afectiva, sentimental, propia del anima, como dirían los romanos.

Por otra parte, y fundamentalmente, la nación, según este modo de considerarla, es el producto de un largo proceso de esfuerzos, de sacrificios, de abnegaciones. No se improvisa; no surge súbitamente. Necesita tiempo para madurar. "Tener glorias comunes en el pasado y una voluntad común en el presente; haber hecho grandes cosas juntos; querer hacerlas aún: he aquí las condiciones esenciales Se ama en proporción de los sacrificios consentidos, de los males que se han padecido En lo que atañe a los recuerdos nacionales, los lutos valen más que los triunfos porque imponen deberes, porque imponen el esfuerzo común.

Una nación es, pues, una gran solidaridad constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de los que se está dispuesto a hacer aún. Supone un pasado; se resume, sin embargo, en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida en común. La existencia de una nación es -perdóneseme la metáfora- un plebiscito de todos los días " (21)

Pero, y esto va como advertencia al pasar, no caigamos en la tentación de buscar la etimología de la voz plebiscito para relacionarla con el término pueblo . pues nos saldría al paso la plebs y no el populus.

El anterior concepto de nación responde a la corriente de pensamiento francesa. La tendencia alemana, difiere, digamos que pragmáticamente, de ella, dada la sentida necesidad de unificar la colcha de retazos de los disjecta membra particularistas que conglomeraban en minúsculos fragmentos territoriales los pueblos que portadores de los genes y parte de las costumbres traídas a cuestas por los antiguos invasores germánicos. Dicho modo de concebir la nación y lo nacional se expresaba así en el pensamiento de Herder: La nación no es una idea abstracta; es, ante todo, una comunidad de seres humanos.

Dicha comunidad está consolidada por la sangre y por el hecho de compartir una idéntica cultura, la cual se integra con elementos básicos tales como la religión, la raza y, sobre todo, la lengua. Vista de tal modo la nación supone e implica el predominio del orden social sobre el político, expresado por el Estado .(Filosofía de la historia, 1774). Inspirado en estas ideas Fichte, en el año de 1808, escribió los Discursos a la nación alemana, cuya intensa repercusión política y cultural tuvo su anverso y su reverso. Su anverso se expresó en la unificación de la Vaterland (tierra del padre o, mejor, de los antepasados), es decir la Heimat (patria) donde Volk (pueblo) y Geist (espíritu) iban de la mano.

Su reverso se insinuó con la guerra franco-prusiana del 1870, maduró sus trágicos frutos en la Primera Guerra (1914-1918) y culminó catastróficamente con el hitlerismo y su secuela de horrores durante la Segunda Guerra, ya mundial, que desde 1939 a 1945 cambió la faz, el cuerpo y el alma del mundo.

La alemana conforma una concepción orgánica, podríamos decir, de acuerdo con las posteriores ideas de Spengler desarrolladas en La Decadencia de Occidente, 1919, y de Frobenius, el Lawrence africano, en Paideuma, 1921. En ambos libros se consideraba a las culturas como organismos vivientes, cuyos compartimentos estancos eran impenetrables para las otras Weltanschauugen, o sea cuerpos de costumbres y visiones del mundo.

Finalmente interesa el concepto italiano de nación. Manzini contemplaba el tema desde el ángulo político-jurídico-administrativo (Della nacionalitá come fundamento del diritto delle genti, 1851). Este famoso jurista dijo en el citado libro: la nazione è un soggetto necessario e originario, che non è mai stato creato, non ha avuto un inizio e non avrà una fine; le nazioni costituiscono una dimensione naturale e necessaria della storia umana, la cui vitalità storica dipende tuttavia dalla loro libertà e indipendenza. Non è stata creata su un patto tra gli uomini (origine contrattualistica della nazione). La nazione è sempre esistita, magari anche solo nella coscienza degli uomini; è una componente necessaria; gli uomini hanno bisogno della nazione .


Pueblo y etnia

Descartando los aspectos misionales, comandados por el imperativo teológico, y aún sin alcanzar el rango de nación, un solidario e interrelacionado conglomerado social constituye, en el sentido étnico -la etnia engloba lo somático y lo cultural, la carne y el espíritu, la raíz y el fruto- un grupo de personas que se sienten y se saben allegadas, una comunidad -Gemeinschaft- cuya projimidad anímica es más intensa que su proximidad física.

Se trata de un conglomerado humano que posee un mismo código de comunicación, comparte un mismo cuerpo de costumbres y valores y, por añadidura, es asistido por una clara conciencia de esa condición colectiva y de la voluntad de conformar un todo afectivo, una unanimidad deseada. Saltando sobre la valla de las metáforas Benedict Anderson afirma que la nación es una comunidad imaginada.)

Etnia significaba pueblo o nación en griego. Pero los antropólogos han refinado y depurado el concepto. Dicen Bonte e Izard (Diccionario de Etnología y antropología, 1991) : mientras que en Alemania, los países eslavos y Europa del Norte los derivados de ethnos colocan el acento en el sentimiento de pertenencia a una colectividad, en Francia el criterio determinante de la etnia es la comunidad lingüística .

Y agregan algo muy interesante, que nos remite al criterio de Manzini, inspirado en los tratadistas del mundo grecorromano: del uso antiguo del vocablo race subsiste la idea de que constituye una esencia cuasi natural y por lo tanto inmutable. El esclavo lo es por naturaleza , enseñaba Aristóteles

A esta altura del análisis, resulta claro que este haz de rasgos, conjugados en un sistema de interacciones de toda índole, determina que un pueblo el uruguayo, el japonés, el austríaco-, cualesquiera fuere su espesor cuantitativo, se encuentra en estado de gracia para convertirse en nación.

Para serlo de modo efectivo le harían falta la evocación retrospectiva de un pasado de luchas y sufrimientos comunes y el propósito, plenamente compartido, de conquistar metas largamente acariciadas por una esperanza que a veces es solamente una larga espera- gracias a un sostenido esfuerzo solidario. Memoria acendrada delayer por un lado-tradición- e ideales que impulsen hacia el mañana- proyecto histórico- por el otro: he aquí los ingredientes del sentimiento nacional, ese invisible lazo que liga a una comunidad de conciencias. La nación no constituye un ente material, no se ve, no se palpa: se experimenta o se comprueba mediante una operación del espíritu.


Una aclaración necesaria
Los conceptos de sociedad, pueblo, Estado y nación han sido intensamente discutidos por los juristas, los políticos y los sociólogos. Se han efectuado muchos intentos para clarificar un intríngulis que tiene más de pantano lingüístico que de caos filosófico. A principios de este siglo un autor francés propuso un inteligente esquema que compendia y esclarece las relaciones existentes entre estos cuatro elementos cardinales.

Su razonamiento es el siguiente: "Los términos pueblo y nación designan un grupo cuando es considerado en su estructura. Los términos sociedad y Estado lo designan cuando es considerado desde el punto de vista de su funcionamiento " ( ) "Ahora bien ¿cómo el pueblo se distingue de la nación y la sociedad del Estado? He aquí las diferencias: los términos pueblo y sociedad se emplean cuando se piensa en la multiplicidad de elementos que contiene el grupo, o en los fenómenos que su vida presenta.

Los términos nación y Estado convienen cuando se quiere designar la unidad que vincula estos elementos o que preside estos fenómenos. Una nación es un pueblo ordenado [por una tradición y un proyecto histórico comunes, debe agregarse, a título aclaratorio]: un Estado es una sociedad disciplinada por un gobierno y un conjunto de leyes. La vida es espontánea en la sociedad y plena de obligaciones en el Estado. De idéntica manera el pueblo puede ser una multitud dispersa mientras que la nación es una masa coherente".

Debe entenderse esta última afirmación en sentido moral, afectivo y volitivo a un tiempo, y no en términos de masa: lo nacional brota de una conciencia colectiva, de un Nosotros histórico, no de un mero conjunto físico de hombres o de cosas. Worms redondea su pensamiento de este modo: "En los estadios inferiores de la historia, en la humanidad primitiva o en los tipos atrasados (sic) de la humanidad actual, solamente hay pueblos y sociedades y no se conocen ni naciones ni Estados" (22).

Visto lo anterior, estamos en condiciones de preguntarnos qué es y qué no es la cultura popular.

Referencias
1. 1. Robert Redfield. The Primitive World and its Transformations. Cornell University Press, Ithaca, New York, 1953.
2. Mijail Bajtin. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Alianza Editorial. Madrid, 1987.
3. C. W. E. Bigsby. Approaches to Popular Culture. Edward Arnold, London, 1976.
4. Id. Ibid.
5. La definición clásica de cultura, propuesta por Tylor en 1871 (Primitive Culture, John Murray and Co., London) es la siguiente: That complex whole which includes knowledge, belief, art, morals, law, custom, and any other capabilities and habits acquired by man as a member of society.
6. Leslie White. The science of culture. Grove Press. New York, 1949.
7. Daniel Vidart. El espíritu del carnaval. Editorial Graffiti. Montevideo, 1997.Segunda edición corregida, Editorial Banda Oriental, Montevideo, 2000
8.Ciceron. De Republica, I, 25, 39.
9. León Bloch. Luchas sociales en la antigua Roma. Editorial Claridad, Buenos Aires, s/f.
10. Antonio Gramsci. Literatura y vida nacional. Juan Pablos Editor, México, 1976.
11. Los escritos de Meng-Ke, transformado en Mencio por los occidentales, han sido traducidos fielmente al inglés por James Legge, The Chinesse Classics, Clarendon Press, Oxford, 1895. Puede consultarse una versión española muy prolija en Confucio, Mencio, (Traducción de Joaquín Pérez Arroyo), Alfaguara, Madrid, 1981.
12. Henry Kamen. The Iron Century. Social Change in Europe (1550-1660). Weidenfeld & Nicholson, London, 1971.
13. Manuel Kant. Antropología en sentido pragmático (1798). Revista de Occidente. Madrid, 1935.
14. Id. Ibid.
15. Bruno Jacovella. Los conceptos fundamentales clásicos del Folklore. Análisis y crítica. Cuadernos del Instituto Nacional de Investigaciones Folklóricas Nº 1. Buenos Aires, 1960.
16. George Chabot. Les villes. Aperçu de géographie humaine. Armand Colin. París, 1948.
17. Daniel Vidart. Sociología Rural. Tomo 1º Salvat, Barcelona, 1960.
2. 18. Lewis Mumford. La cultura de las ciudades. Buenos Aires,1945.
19. Azorín (José Martínez Ruiz). Los Pueblos. Ensayos sobre la vida provinciana. Losada. Buenos Aires, 1944.
20. Daniel Vidart. La trama de la identidad nacional. Tomo 2º, El diálogo ciudad-campo. Banda Oriental. Montevideo, 1998.
21. Ernest Renán. ¿Qu est-ce une nation? (1882), in Discours et conferences. C. Lévy. París, 1928.
22. René Worms. Philosophie des sciences sociales. I. Objet des sciences sociales. M. Giard & E. Brière, París, 1913.



(*) Antropólogo, escritor y poeta. Uruguay
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