martes, 6 de marzo de 2012

El alcalde, el policía y los pozoleros

Por Alejandro Páez Varela (*)

Lo que narro a continuación le sucedió a un alcalde de cierta ciudad en la franja de ciudades y pueblos que corre al norte de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.

No doy ninguna coordenada por las implicaciones que tendría para los que resultaron involucrados de manera involuntaria en esta historia.

Lo cuento para que lo recuerde usted, lector, cada vez que –a diario– Felipe Calderón repita que mantendrá su estrategia contra el crimen organizado.

Así podrá entender por qué van 50 mil muertos que nunca verán la justicia. Podrá, también, imaginar con más datos (si no es que ya los tiene todos) el México que vivimos hoy, gracias al error de lanzar una guerra sin consultarlo con nadie, sin planearla, por razones políticas.

Cuenta el alcalde –un ranchero, un hombre bueno– que hace un año aproximadamente el servicio de recolección de basura le reportó la desaparición de los depósitos por toda la ciudad. Eran tambos de 200 litros que dona la industria; que se pintan y que sirven para que la gente deposite sus desechos en la calle. Dice el alcalde que pensó que se trataba de un acto de vandalismo común. Los mandó reponer. Solicitó a las maquilas donativos, volvió a pintarlos, los colocó y a la mañana siguiente ya no estaban.

Ordenó un operativo: vigilarlos discretamente con agentes policiacos, para saber quiénes se los estaban llevando.

El jefe de la policía se le acercó, y le dijo: "¿Sabe qué? Mejor ya no los pongamos".

–¿Por qué? –preguntó–. ¿Usted sabe quién se los lleva?

–Sí –respondió el jefe–. Son los malos.

Y entonces le contó: "Se los están llevando a los ranchos. Son usados para el 'pozole'".

"Pozole" es lo que hacen con los cuerpos de la guerra. Ya no los meten en ácido, cuenta el alcalde, porque sale muy caro. Los muertos de la guerra, los desaparecidos, son metidos en estos tambos de 200 litros; los llenan de diesel que arde día y noche hasta que convierten los cadáveres en cenizas.

Alarmado, el alcalde le dijo a su jefe de policía que hicieran algo para controlar, por lo menos, el diesel.

–No se puede, alcalde –le respondió el jefe de la policía.

–¿Cómo que no se puede? –dijo el alcalde, y le pidió una explicación.

Los soldados instalaron un retén, le contó el jefe, a la salida del pueblo, poco después de la gasolinera.

Para llevar el diesel a los ranchos, los "malos" necesariamente debían cruzar por el retén.

Entonces lo que hicieron fue recolectar los datos de todos los agentes de la policía municipal y les avisaron: "Sabemos que tu mamá, tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus tíos, tus abuelos viven en tales y tales direcciones. ¿Quieres que vivan? ¿Sí? Pues a cooperar".

Ahora los policías son los que compran el diesel en la gasolinera. Llenan las cajuelas de las unidades y llevan el combustible a los ranchos en donde "se preparan los pozoles".

A las patrullas no las revisan los soldados.

El alcalde cuenta que le dio una orden al jefe de limpia: Recojan todos los tambos de 200 litros que sirven para la basura, y háganles agujeros para que no sirvan a los "pozoleros".

El siguiente en recibir la visita de "los malos" fue el alcalde.

Un día se vació la ciudad de policías. Entró un convoy de camionetas hasta la presidencia municipal. Se bajaron armados, sacaron al alcalde, lo rociaron de diesel y le dijeron: "¿Usted también quiere su lección? Nada más va a ser una". Lo cachetearon, lo orinaron frente a la presidencia.

Lección aprendida.

Volvió a colocar los tambos de 200 litros sin agujeros en las calles.

Si se desaparece alguno, o varios, no dice nada. Se reponen y ya.

Es probable que los policías no sean corruptos, dice el alcalde; que ni siquiera reciban dinero por llevar el diesel.

Pero ese puñado de soldados no podrá defender a sus 300, 400 familiares plenamente identificados por "los malos".

Mejor cooperan, como el alcalde.

Hay muy poco que yo pueda agregar a esta historia.

Sólo que esto, amigos, es en lo que derivó la guerra irresponsable de Felipe Calderón. La que, lejos de amainar, va por más.

Los horrores que nos esperan, mexicanos.


(*) Periodista y colaborador de nuestra aparente rendición.


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