martes, 20 de marzo de 2012

La cultura y sus significaciones

Por Anabella Loy (*)

La cultura, en términos antropológicos, puede ser definida como el producto de la actividad desarrollada por una sociedad a lo largo del tiempo, o como el conjunto de respuestas colectivas con que cada grupo resuelve, junto con las necesidades básicas, los desafíos que le impone el ambiente natural y social.

Se expresa en ámbitos diversos: material, simbólico, artístico, mítico, religioso, económico, social, etc.

Es el patrimonio de todo el grupo y no solamente de sus personajes más notorios. Así, el término culto no debe considerarse como adjetivo exclusivamente aplicable al hombre sabio, al científico, al artista, al profesional, al erudito, al políglota o al cosmopolita. Todo hombre es culto por el hecho de pertenecer a una sociedad, se encuentre ésta en la cúspide del desarrollo económico o en la base de la pirámide.

Un profesional universitario o un intelectual destacado son, antropológicamente hablando, tan cultos como un lustrabotas, un vendedor de diarios o una empleada doméstica. Todos los seres humanos, por el hecho de serlo y vivir en sociedad, somos cultos. Debemos desterrar, por tanto, ese odioso e impropio término de persona inculta , producto de un etnocentrismo trasnochado.

Eso no equivale a afirmar la inexistencia de diferencias entre los bagajes culturales de unos y otros, ni a descartar la presencia de gradaciones entre diversos tipos de culturas.

Los distintos grupos humanos han resuelto, desde sus tempranos orígenes, los mismos problemas alimentación, abrigo, sexo y sociabilidad- aunque de formas extremadamente variadas.

Los individuos son los portadores, actores y autores de la cultura que produce toda sociedad. En efecto, no hay sociedad humana sin cultura ni cultura sin el soporte de una sociedad humana.

Lo específicamente humano es, justamente, la cultura. Ésta trasciende, sin desconocerlos, los factores biológicos para privilegiar los simbólicos, resultantes de la interpretación colectiva de las vivencias existenciales del grupo; estas se generan en contacto íntimo y dialéctico con los elementos derivados del ambiente.

Cada grupo, en cada espacio geográfico y tiempo histórico, da lugar a una cosmovisión, a una concepción genérica del mundo a la cual los grupos menores y los individuos le imprimirán sesgos particulares ya que nadie, individualmente, es capaz de dar cuenta de la totalidad de la cultura en cuestión. Pero además, ésta se va modificando a través del tiempo: las ideologías, las costumbres, las expresiones idiomáticas, la moda, han ido variando a lo largo de las distintas épocas, a partir del paleolítico.

Ni siquiera aquellos colectivos caracterizados por un tradicionalismo extremo permanecen idénticos a sí mismos durante largos períodos: los pueblos sin historia no son más que una infeliz, malintencionada y prejuiciosa denominación signada por relaciones de poder entre el grupo calificador y el calificado. Solamente la humanidad es capaz de hacer, vivir, padecer o celebrar la historia. Ni el animal ni la planta la conocen.

En palabras de Herskovits la cultura se caracteriza por aparentes paradojas.
La primera consiste en que si bien la cultura es universal en la experiencia del hombre, cada manifestación local o regional de aquella es particular e incanjeable. Es así como existe el fenómeno genérico de la música, pero el canto popular uruguayo reviste características propias, producto de aquellos aspectos singulares referidos a la construcción de lo que se conoce como identidad nacional.

Que, además, es diferente a la música y al canto populares argentinos, brasileños o chilenos, para poner solo unos pocos ejemplos. Es en ese contexto propio que las voces de Zitarrosa, Viglietti, Numa Moraes, Los Olimareños, etc., son las representantes de un colectivo uruguayo que es a la vez producto y productor de la noción de nosotros .

De ahí que se pueda hablar de una cultura genérica, la que se escribe con mayúscula, propia del género humano en su totalidad, y de una cultura específica, que se escribe con minúscula. Esta última se configura como una de las respuestas posibles: frente a idénticos desafíos los distintos grupos se darán soluciones diferentes.

La segunda aparente paradoja se vincula con el carácter dual de la cultura: es a la vez estática conservadora- y dinámica innovadora-, estable e inestable, aferrada al pasado y, en distintos grados, abierta al porvenir. Existe así una constante tensión dialéctica entre las generaciones humanas y sus modos de ser, de sentir, de pensar y de hacer. Los ritmos del cambio son lentos o rápidos.

Ello condujo a Lévi-Strauss a afirmar que existían sociedades frías , como las de los aborígenes o pueblos etnográficos, que cambiaban casi imperceptiblemente a lo largo del tiempo al menos hasta la llegada de la globalización-, y sociedades calientes , como la nuestra, capitalista, tecnificada, masificada, urbanizada y mercantilista, en las que el cambio era -y es- consustancial a su estructura.

Finalmente, la tercera aparente paradoja reside en que aunque la cultura determina el curso de nuestras vidas, es raro que su influencia sea consciente. Nuestra vida cotidiana transcurre, mayoritariamente, sin que dichos actos sean objeto de un razonamiento específico en cada caso.

Existe, además, entre los resquicios de la cultura oficial, otra denominada underground , que expresa siempre alguna forma de rechazo contracultural hacia aquélla, como resultado de cierta especie de desagrado que se manifiesta colocándose deliberadamente en contra de las pautas habituales. Es el caso de los hippies, los punk, ciertos grupos ecologistas, veganos, antiglobalización, etc.

Si los antropólogos pretendemos explicarle a un lego qué es la cultura, el burdo ejemplo siguiente nos resultará de utilidad: el cabello con el que nacemos es un producto biológico de la naturaleza pero la manera de acondicionarlo, de limpiarlo, de peinarlo, de ordenarlo, responde al dictado simbólico de la cultura. Y, hoy concretamente, de la cultura del consumo ya que lo deseable es intentar tener la cabellera modélica que nos muestra la televisión; a tal efecto la disponibilidad de productos, cuya necesidad se hace aparecer como acuciante, es ilimitada y perentoria.


Permanencia y cambio
Así como hay culturas predominantemente conservadoras, tradicionalistas, también las hay regidas por el cambio constante. E incluso, en estas sociedades calientes , a menudo coexisten sectores que rigen su conducta por la fuerza de la costumbre, como es el caso de diversas minorías inmigrantes en países altamente tecnificados.

En todos los casos la cultura se aprende por imitación, educación familiar, enseñanza formal y coacción social no explícita, es decir, por endoculturación.

Dentro de nuestro propio contexto occidental esta mirada hacia el pasado es complementada por una tendencia renovadora que se mueve entre las vivencias de un presente modelado por la idea de progreso -herencia de la Modernidad- y un porvenir innovador. Para que haya cambio, creación, salto hacia el futuro, es preciso que exista la enseñanza.

Esta se practica fuera del hogar, en locales específicos, a cargo de un cuerpo de maestros o profesores titulados y se sirve del libro y otros materiales didácticos. La educación saca hacia fuera -esto es lo que significa la voz latina educere- la herencia social internalizada por el niño, el adolescente o el joven. La enseñanza, en cambio, coloca una marca, un signo -eso significa insignare- en el espíritu del alumno, cuya formación está a cargo de un docente que, en más de un sentido, aunque a veces se resista, debe acatar las directivas del poder político y los dictados de la cultura hegemónica emitidos por las clases dominantes o el Estado.

La cultura popular, a menudo, tiene carácter contestatario. En las definiciones de cultura no se menciona, por lo general, el tema del poder. La cultura de los vencidos, de los pobres, de los marginalizados, no cuenta en los episodios de la Gran Historia. Decía Arciniegas que para descubrir lo esencial había que meterse en el fondo de la vida vulgar, jerarquizar al pueblo y no a lo político, priorizar la base humana invisible que es la que hace la historia. (1)

A modo de ejemplo el Renacimiento italiano fue la obra de un reducido grupo de artistas y pensadores al servicio de mecenas presuntuosos, de señores de horca y cuchillo, dueños de vidas y haciendas. La enorme mayoría de la población trabajadora persistió en las modalidades culturales de un campesinado que siguió viviendo en la Edad Media y del pueblo llano de las ciudades que gozaba a pleno los placeres del cuerpo. Rabelais lo ejemplifica con sus personajes Gargantúa y Pantagruel.

Esa morralla social, que estudiosos como Le Goff introducen hoy en la historia de la cultura popular, riquísima por otra parte, fueron la clave de un tiempo profano, que se movía por fuera del poder señorial y religioso. Esta cultura carnavalizó las cuaresmas, hizo bochinches profanos en las iglesias con sus Abades de la Sinrazón, inventó licenciosas y espontáneas formas contestatarias de vida desenfrenada y burlona para enfrentar los poderes castradores de las inquisiciones religiosas y los despiadados atropellos señoriales.

Cuando la historia se mira desde abajo y se humaniza, el mundo se ve más ancho y se hace más comprensible que desde el alocado mirador de las biografías. Lo que pierde en colores lo gana en emoción humana . (2)

Podemos clasificar las culturas en: a) etnográficas o prealfabetas, b) campesinas, eminentemente tradicionales y folklóricas, c) populares de los suburbios y las calles, que constituyen los dominios del pueblo llano, y d) las de las elites urbanas, (auto) denominadas a veces, y sin fundamento, culturas superiores. Esta cultura superior suele ser la que ejerce el poder.

Las sociedades de clase requieren además que esa forma de organización y esa visión compartida del mundo se estructuren de tal manera que se legitime un sistema de explotación. Para ello es preciso mistificar la realidad social y económica. Esa mistificación invade y contamina todas las áreas de la cul¬tura . (3)


Definición y otros bemoles

Klukhohn sostuvo que la cultura es una manera de pensar, sentir, creer. La constituyen los conocimientos del grupo almacenados (en la memoria de los hombres; en libros y objetos) para su uso futuro. Estudiamos los productos de esta actividad mental: la conducta externa, el lenguaje y los gestos y las actividades de la gente, y los resultados tangibles de cosas como las herramientas, las casas, los sembrados de maíz, etc. . (4)

No existe, como se dice descuidadamente, cultura material, sino productos o precipitados materiales de la cultura. Marx expresaba que si desaparecieran todos los puentes del mundo y subsistieran los ingenieros, los puentes se reconstruirían sin dificultad. Es que la idea y la tecnología necesarias para fabricar un puente están en la cabeza de los hombres y no en la realidad de las cosas.

Esteva Fabregat define la cultura como el modo de pensar organizado de los individuos que forman la sociedad con el fin de producir actividades sociales coherentes, tanto materiales como espirituales; es decir que la define como la forma en la que piensa y actúa un grupo social.

A modo de crítica puede señalarse que no todas esas actividades son coherentes, si es que nos remitimos al un proceso cabalmente lógico de la epistemología de Occidente. No obstante, por más disparatadas o incomprensibles que parezcan, antropológicamente son explicables. Vaya un ejemplo: Malinowski cuenta en sus estudios sobre los trobriandeses que estos creen que los espíritus de los muertos flotan en el mar. Si una mujer se baña en sus proximidades el espíritu penetra en su vagina y la fecunda .

La coherencia puede comulgar con el oscurantismo, la ferocidad fundamentalista y el desprecio por la vida humana; entonces las acciones se desarrollan en un contexto que las corrobora aunque no las justifique. De tal modo son coherentes con el Santo Oficio las hogueras de la Inquisición, y el Holocausto impuesto por Hitler a los judíos, gitanos, homosexuales y opositores políticos, con la ideología genocida del nazismo.

Son igualmente coherentes, considerados así, los sacrificios humanos que los aztecas realizaban, ofrendando los corazones de los cautivos a los dioses, porque creían que el funcionamiento cósmico así lo requería.


La sinfonía de la cultura

Una metáfora muy sugerente, fruto del ingenio de un antropólogo de mediados del siglo pasado, Bateson, y una teoría, el interaccionismo simbólico, expresan que la sociedad humana es como una orquesta y la cultura -con minúscula- la música regional o local que dicha orquesta interpreta.

Esas partituras culturales generan una especie de atmósfera sinfónica, y aún polifónica, si nos atenemos al mundo de la sociedad global planetaria. En consecuencia podemos ilustrar la cultura con este símil si nos atenemos al sentido de la mencionada metáfora.

Al dividirse la sociedad en clases surgen varios sistemas de valores que se hallan, frecuentemente, en conflicto entre sí. De hecho, ningún individuo puede estar familiarizado, como ya mencionamos, con toda la cultura de su sociedad. Existen subculturas y aún microculturas. La subcultura lunfarda del antiguo Bajo montevideano y la subcultura elitista del centro de las ciudades rioplatenses de fines del siglo XIX y principios del XX dan fe de tales diferencias. En la primera área cultural citada vivían los compadritos, los tamborileros, los obreros, las empleadas domésticas.

En la segunda residían los comerciantes más o menos acaudalados, la alta burguesía, los gobernantes, los dueños de grandes o medianas fortunas así como los representantes de las clases medias y sus distintas profesiones. Pero a pesar de las variaciones, hay un código preexistente que se expresa en lengua, costumbres, creencias, valores, comunes a todo el grupo; es el núcleo de la cultura. Tal es lo que sucede con la cultura nacional uruguaya contemporánea.

El concepto mismo de cultura, que tiene una larga historia, puede ser reducido a dos significados:

 

    1) la formación del hombre, o sea el desarrollo y perfeccionamiento en lo sensorial, psíquico, intelectual y espiritual, y

 

 

    2) el producto de esa formación traducido en modos de ser y hacer, valores, símbolos y procesos colectivos que preservan las visiones del mundo y de la vida y los valores tradicionales. y a la vez alimentan sus cambios. La dinámica de la cultura, de tal modo, se presenta unida por lazos de identidad simbólica y objetivada.

 



La historia de la cultura
Muchos de los conceptos históricos sobre cultura aún forman parte de la concepción vigente en la antigüedad, al menos en algunos sectores de las sociedades contemporáneas.

Para los griegos la cultura equivalía a paideia (desarrollo y formación); para los romanos era humanitas (educación debida a las bellas artes y a los refinados pensamientos): la poesía, la filosofía, la elocuencia, etc. constituían las disciplinas que formaban al hombre verdadero. Cultura era para ellos la realización que el hombre hace de sí mismo, corroborando así la verdadera naturaleza humana.

Y como tal, como proceso formativo de la humanidad o, mejor, de cierta parte de ella-, excluía lo que se consideraba actividad infrahumana, tales como las prácticas utilitarias y técnicas relacionadas con el tratamiento de la materia. Los trabajos manuales, actividades degradantes, eran considerados propios de los obreros desclasados (banausos) y de los esclavos.

La perspectiva griega, heredada por las elites romanas, era de cuño aristocrático, ya que se circunscribía al ciudadano, esto es, al propietario, al sujeto de derechos civiles que lo convertían en integrante de la ciudad, dejando de lado, como seres inferiores, a la mujer y al esclavo.

Aristóteles decía que la sociedad se dividía en dos sectores: el de los que mandan y el de los que son mandados. El esclavo, agregaba el filósofo, lo es por naturaleza. No se hace, nace. Pero en otro capítulo de su Ética expresa que si los telares trabajaran por sí solos, no serían necesarios los esclavos.

Esa convicción continúa hasta nuestros días en forma de prejuicios o convicciones, tanto positivas (concepto de la ciudadanía occidental, cuyos derechos son más destacados que sus deberes), como negativas (creencia en que existe una población inferior, integrada por quienes, entre otras realizaciones menores, hacen artesanías y no obras de arte superior , las que, por supuesto, son propias de una elite altamente capacitada y talentosa).

La Edad Media conserva el carácter aristocrático de los antiguos pensadores grecolatinos, pero transforma el carácter naturalista de la teoría aristotélica, puesto que la finalidad de la educación es, entonces, preparar al hombre para sus deberes religiosos y para acceder jubilosamente a la vida ultramundana, considerada por entonces como la auténtica.

También se hablaba en el Medioevo de las artes liberales, las que constituyen el merecido patrimonio de los hombres libres, desconocido por las despreciadas bestias de carga, como el aldeano, el villano y el marginal de las nacientes ciudades. La cultura era, entonces, la vía para hacer accesibles al hombre las verdades reveladas por la religión.

Esa concepción de cultura medieval aún subsiste aunque adaptada al aire de nuestro tiempo. Hay grupos de fanáticos que aún hoy creen que una institución religiosa y una supuesta fe mayoritaria de un país deben seguir señalando los contenidos y los límites de la creatividad humana. No siempre se limitan a una declaración moral: a menudo realizan actos que equivalen a una censura abierta o a castigos llevados a cabo por una nueva Inquisición.

Con el Renacimiento y el Humanismo europeos hay un retorno al carácter naturalista; la cultura se entiende como la formación que permite al hombre vivir del modo mejor y más perfecto en un mundo que es suyo. La religión, por lo tanto, es aceptada en tanto instrumento espiritual que facilita el buen vivir en esta vida y no exclusivamente en la ultraterrena. Existe una clara valorización del cuerpo, y no solo en las artes. De todos modos el carácter aristocrático, como sucedía en el Medioevo, se mantiene: la adquisición de la sabiduría, reservada a unos pocos, determina que el sabio se separe de los demás hombres.

Y esa concepción sigue siendo aceptada por pensadores, escritores, funcionarios, artistas, académicos y promotores culturales de hoy en día, para quienes el genio artístico o intelectual viene al mundo con una dotación innata, patrimonio de unos pocos afortunados: el talento. No obstante, nuestra Constitución señala que todos los hombres son iguales ante la ley y que solamente los diferencian sus talentos y virtudes .

De esa visión aristocratizante -o su contracara progresista: el endiosamiento de la cultura popular-, reduccionistas ambas, me ocuparé en futuros artículos. En ellos analizaré las peculiaridades de la cultura que emerge del pueblo, las modalidades que adopta, las estrategias de apropiación y mercantilización a través de las cuales se la manipula a nivel oficial, tanto denigrándola como sacralizándola.

(1) Arciniegas, Germán. Este pueblo de América, FCE, Mex 1945.
(2) Op. Cit.
(3) Margulis, Mario. La cultura popular. http://arpamusicvet.obolog.com/cultura-popular-mario-margulis-594201
(4) Kluckhohn, Clyde. Antropología. FCE, México, 1949.

(*) Investigadora, docente. Uruguay

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