jueves, 24 de marzo de 2011

El que sigue: Marruecos

“¡Queremos el fin del despotismo!” “¡El pueblo rechaza la Constitución de los esclavos!”. Unas 40.000 personas desfilaban el 20 de marzo por la avenida de Hassan II de la mayor urbe del país, Casablanca. Más de 10.000 se manifestaron en la capital, Rabat. Hace un mes exacto de las primeras concentraciones marroquíes: es la protesta más numerosa en el país árabe desde que comenzaron las revueltas que sacuden al mundo árabe. Había islamistas de diferentes sensibilidades –la formación ilegalizada Justicia y Caridad apoyó desde un principio la contestación al régimen—, socialistas y un sinfín de siglas de pequeños partidos de izquierda. La base, empero, era la del movimiento juvenil del 20 de febrero, que lidera a través de las redes sociales desde comienzos de año la protesta contra el régimen de Mohamed VI. Por lo general, no aspiran a la caída del jefe del Estado, que goza del respeto de la mayoría de los marroquíes, sino una monarquía constitucional –o parlamentaria, siguiendo la terminología española. Un Rey que reine y no gobierne. Dos artículos, el 19 y el 23 de la actual Constitución, consagra el papel del rey como árbitro y garante del correcto funcionamiento de la actividad política. Un texto que concede al monarca prerrogativas ilimitadas.

Los activistas marroquíes exigen asimismo la caída del régimen corrupto creado alrededor del majzén, así como la retirada de los tentáculos reales del tejido económico de Marruecos. Pero la mayor protesta que registra el país magrebí llega diez días después de que el monarca anunciara una profunda reforma constitucional que la clase política local calificaba de revolución silenciosa. Y que aspiraba a calmar los ánimos definitivamente. Un aviso a navegantes.

El discurso del rey

Acompañado por su hermano Mulay Rachid y de su hijo de siete años, Mulay Hassan, Mohamed VI anunció por televisión que emprenderá una “reforma constitucional global”. El rey alauí aseguró que antes de junio una comisión consultiva llevará a cabo una reforma de la Carta Magna que reforzará el poder del Primer Ministro, quien procederá de la principal fuerza parlamentaria. Sin embargo, nada hace indicar que el refuerzo de la figura del Gobierno irá en detrimento del poder absoluto del monarca.

Además, el rey afirmó que este proceso de “democratización” profundizará en la separación de los poderes del Estado y en el funcionamiento independiente de los mismos. No es la primera vez que anuncia una reforma en profundidad de la justicia. Mohamed VI habló también de un nuevo impulso al proceso de regionalización avanzada, que mencionó por primera vez a finales de 2008 como solución al conflicto saharaui.  

Sobre el papel, el monarca hizo suyas las principales reclamaciones del llamado movimiento 20 de febrero. No hace alusión alguna a las modestas manifestaciones de su país, pero sí a “que hay que tener en cuenta las opiniones” de todos los colectivos. Asimismo, menciona la promoción y defensa de la identidad beréber, otro de los problemas irresueltos del complejo escenario marroquí. La reacción de la clase política nacional es entusiasta. El Gobierno español, que había asegurado que las revueltas nunca llegarían a Marruecos, felicita a Mohamed VI.

Razones para preocuparse

De la Península del Sinaí a Orán, de un extremo al otro del norte africano, las revueltas reflejan un hartazgo generalizado ante la falta de libertades y de futuro. En Marruecos, sin embargo, la protesta sigue siendo minoritaria. La cronología de las convocatorias se remonta al 20 de febrero, cuando la capital marroquí reunió en un ambiente festivo a más de 10.000 personas para pedir cambios constitucionales ante las puertas de un Parlamento cuya disolución reclamaban. Predominan los universitarios y las clases medias urbanas en la marcha. No es un grito de la juventud desesperada ni de las clases populares desheredadas. El ambiente pacífico de las concentraciones en las grandes urbes, donde la policía fue mero testigo, dejó paso a revueltas violentas como la que se registraron en Alhucemas, donde cinco personas fallecieron calcinadas en una oficina bancaria. La policía se enfrentó duramente a los manifestantes en varias localidades rifeñas, también en Marrakech y Tánger.

En las semanas que siguieron a la protesta decayeron en intensidad y las fuerzas de seguridad se batieron sin piedad contra los activistas. El Rey acababa de hacer su gran anuncio por televisión el 9 de marzo y, sin embargo, el régimen se mostraba implacable contra los críticos que siguen gritando su escepticismo. El carácter divino de la autoridad real –el monarca es líder espiritual o comandante de los creyentes— explica por qué los marroquíes, por lo general, no dirigen su descontento hacia el jefe del Estado. Mohamed VI, pese a todo, desconfía.

¿Revuelta en ciernes?

“Las desigualdades sociales de Marruecos darían lugar, de estallar las revueltas, a enfrentamientos mucho más sangrientos que en el resto de países”, escribe Aboubakr Jamai, ex director del histórico semanario crítico Le Journal Hebdomadaire, desde su exilio. Los indicadores socioeconómicos no engañan. Marruecos ocupa el número 114 en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano. Túnez, por ejemplo, se encuentra en el 81. Los niveles de analfabetismo rondan el 50%, lo que contrasta con los registros sensiblemente mejores de sus vecinos. Un factor, éste que no pocos analistas consideran el principal atenuante de las protestas y, a un tiempo, un potencial riesgo. La pobreza y las desigualdades preocupan a las elites marroquíes.

Mayoritariamente, la clase política –y la prensa—abrazan al sistema instaurado por el monarca. Los nacionalistas conservadores del Istiqlal –mayor fuerza parlamentaria—, el Movimiento Popular, Justicia y Desarrollo –islamistas moderados—, la Unión Nacional de Independientes (RNI) y el Partido de la Autenticidad y la Modernidad (PAM) del amigo del rey –Fouad Ali El Himma— se desmarcaron siempre de las mayores críticas contra el régimen. No en vano, el propio El Himma, a quien se señala como próximo primer ministro tras los comicios generales de 2012, o Mounir Majidi, consejero personal del Rey, cuya fortuna no pasa desapercibida para los marroquíes, son objeto de las iras de los manifestantes.

De momento, los activistas ya hicieron el pasado 20 de marzo una demostración de músculo en las calles de Marruecos mostrando su disconformidad con el discurso del rey. Los anuncios reformistas del monarca vienen siendo recurrentes desde los últimos años, pero la lentitud de los procesos abiertos carga de razones a los escépticos. No en vano, en la declaración del monarca no hay evidencia alguna de que los artículos 19 y 23 de la Carta Magna vayan a ser sometidos a revisión. Tampoco parece claro que la comisión consultiva dará cabida a todas las formaciones políticas del país.

Poco se conoce de una de las mayores críticas de los activistas: la creciente influencia del majzén –confirmada por los cables de wikiLeaks— en la vida económica de Marruecos. Alrededor del 30% de la actividad está controlada por el monarca alauí y su familia, según publicó en 2009 el semanario TelQuel. Dudas que el tiempo resolverá en el todavía remanso marroquí. La violencia empleada contra los manifestantes días después del anuncio del monarca no invita, desde luego, al optimismo desmedido. Los marroquíes, que comienzan a despertar del letargo, ya han avisado.

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