martes, 7 de septiembre de 2010

La conexión pakistaní-talibán

Fawaz A. Gerges | Profesor de Política de Oriente Medio y Relaciones Internac., London School of Economics

En una reciente visita a India, el primer ministro británico se pronunció en los siguientes términos sobre Pakistán, estrecho aliado de Occidente desde el punto de vista histórico: "No podemos tolerar en ningún sentido la mera idea de que a este país se le deje mirar a los dos lados a la vez, ni que pueda, de hecho, dar alas a la exportación del terrorismo, ya sea a India, a Afganistán o a cualquier otro lugar del mundo".

Recibidas por el Gobierno pakistaní como un bofetón en pleno rostro, las observaciones de Cameron estuvieron a punto de provocar una ruptura diplomática de las relaciones entre ambos países. Sus afirmaciones se produjeron pocos días después de la filtración de documentos en la página de internet de Wikileaks en los que los servicios de inteligencia pakistaníes (ISI) eran acusados de ayudar y azuzar secretamente a la insurgencia talibana en Afganistán, que desencadenó un encendido debate en las capitales occidentales sobre la cuestión de si Pakistán es un amigo o un enemigo.

El discurso dominante en Occidente en la actualidad dice que Pakistán es un enemigo y se dedica al doble juego; es decir, que ayuda a la insurgencia afgana en secreto al tiempo que recibe más de un millardo de dólares al año de Washington por su ayuda en la lucha contra Al Qaeda y grupos afines. Según el senador demócrata estadounidense Jack Reed, del comité de Servicios Armados del Senado estadounidense, que ha visitado Pakistán en agosto, "la carga de la prueba corresponde en este caso al Gobierno pakistaní y a sus servicios de inteligencia, que han de demostrar que no mantienen contactos (con los militantes) en la actualidad".

En una visita a Pakistán en julio, la secretaria de Estado estadounidense mencionó públicamente la sospecha y desconfianza de Washington con respecto a su aliado, afirmando que alguien en el seno del Gobierno pakistaní es sabedor del escondrijo del jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden, en las zonas tribales a lo largo de la frontera con Afganistán. La declaración de Clinton constituyó una condena implícita del doble juego de Pakistán y fue desmentida airadamente por los dirigentes pakistaníes, que manifestaron que Estados Unidos infravalora su apoyo y grado de sacrificio en la tarea de combatir a las huestes de Al Qaeda.

Este razonamiento simplista pasa por alto el hecho de que Pakistán atiende a sus propios intereses nacionales y sólo coopera con Occidente cuando se trata de promover tales intereses.

Un principio subyacente en las relaciones internacionales dice que los países sólo tienen intereses, no amigos permanentes. Tal es su juego desde el sistema político instaurado a partir de la paz de Westfalia en 1648. La política exterior de Pakistán constituye un buen ejemplo de ello.

Durante la guerra fría –periodo de rivalidad entre los aliados encabezados por Estados Unidos y el bando soviético–, Pakistán se alió con Occidente y libró enfrentamientos demoledores con India, su rival estratégico y socio de confianza de la Rusia comunista. Los líderes pakistaníes aprovecharon la guerra fría para obtener ayuda técnica y militar de Estados Unidos y de las potencias occidentales.

Cuando las tropas soviéticas invadieron Afganistán –el patio trasero de Pakistán–, Pakistán actuó como punta de lanza estadounidense de la lucha contra el imperio del mal, y sus servicios de inteligencia se pusieron al frente de la amplia campaña de la CIA para instruir, armar y dirigir a los muyahidines afganos, con la participación del contingente afgano de Osama bin Laden.

Pakistán, en mayor medida que ningún otro país, desempeñó un papel clave en la resistencia armada que convirtió a Afganistán en el Vietnam ruso. A cambio, las fuerzas de seguridad de Pakistán recibieron ayuda logística y financiera de Estados Unidos. Pero, sobre todo, empezaron a dominar en Afganistán, ejerciendo una función de árbitro de suma importancia en los asuntos internos de su vecino.

Tras retirarse las fuerzas armadas soviéticas de Afganistán en 1989 y sumirse el país en una guerra civil, los dirigentes pakistaníes se sintieron abandonados por Estados Unidos y hubieron de enderezar la situación intentando aportar cierta estabilidad al país devastado por la guerra. Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos no tenía interés en Afganistán ni en Pakistán, vestigios de la guerra fría.

Pakistán confió en los talibanes –movimiento de orientación islamista a cargo de los estudiantes de las escuelas islámicas–, que salieron a la palestra e impusieron un sistema draconiano con faz de emirato islámico en Afganistán en los años noventa. Los servicios de inteligencia pakistaníes estrecharon lazos con los talibanes y consolidaron su hegemonía en el desgarrado país.

Aunque Pakistán fue amigo de confianza de Estados Unidos desde los años cincuenta hasta 1989, los años noventa marcaron el inicio del recelo y la desconfianza entre los dos países. Los dirigentes pakistaníes, en especial el aparato de seguridad, se sintieron despreciados y abandonados por su ex padrino y protector, que cortó la ayuda militar a Pakistán debido a su programa de armamento nuclear y le amenazó con la imposición de sanciones.

Lo cierto es que la relación entre Pakistán y Occidente no puede circunscribirse a una simple dicotomía en términos de o una cosa / o la otra.

Por ejemplo, desde el año pasado los responsables políticos estadounidenses dicen que las fuerzas armadas pakistaníes han lanzado una fuerte ofensiva contra los talibanes pakistaníes, aliados con los talibanes afganos, porque los primeros empezaron a amenazar al Gobierno pakistaní actual (las fuerzas armadas pakistaníes han sufrido más de dos mil bajas hasta la fecha y cientos de miles de ciudadanos han sido desplazados).

Las fuerzas armadas pakistaníes reiteran que están librando una guerra total contra Al Qaeda y sus aliados extremistas, los talibanes pakistaníes, en tanto que los responsables políticos estadounidenses coinciden en haber observado un cambio en las actitudes del país hacia los talibanes en el último año y medio.

Por otra parte, las fuerzas armadas pakistaníes se muestran reacias a atacar a los talibanes afganos, como pide Occidente, porque quieren sacar partido de los talibanes en cualquier posible acuerdo susceptible de ser alcanzado en Afganistán. Para los dirigentes pakistaníes, los talibanes afganos constituyen una importante baza de negociación y elemento de reserva estratégico en el que confiar cuando las tropas occidentales salgan del país desgarrado por la guerra.

Como sus peores enemigos occidentales, los talibanes afganos lamentan amargamente que los pakistaníes empleen un doble juego también con ellos, y dicen que con una mano los alimentan y con la otra los detienen y matan. No hay desafección ni distanciamiento entre Pakistán y los talibanes: se trata de una relación basada en consideraciones egoístas y de naturaleza política.

La rivalidad estratégica de Pakistán con India excede cualquier presión ejercida por Occidente sobre Islamabad para acabar con el apoyo a los talibanes afganos. El proceder de Pakistán con relación a Afganistán obedece a inquietudes de orden estratégico y al temor a la influencia india en su patio trasero, no a intrínsecas hostilidad o amistad hacia Occidente o hacia los talibanes afganos.

Si las potencias occidentales quieren indisponer entre sí a Pakistán y a los talibanes afganos, deben abordar las inquietudes e intereses geoestratégicos de Pakistán con relación a India. Un acuerdo exitoso en materia del conflicto afgano-pakistaní debe abarcar toda la región y contar con la participación de India, Pakistán, Afganistán, Irán y China, una misión casi imposible.
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