lunes, 26 de septiembre de 2011

China, India y Mao

Por Pankaj Mishra (*)

En el año 2008 me encontré en Beiying con el novelista chino Yu Hiua poco después de su vuelta de Nepal, donde los revolucionarios inspirados por Mao Zedong habían derribado a la monarquía.

Joven guardia rojo durante la Revolución Cultural, Yu Hua, como muchos chinos de su generación, tiene opiniones sumamente complicadas sobre Mao. Con todo, quedó asombrado, según me contó, al oír a los maoístas nepalíes cantar las canciones de su juventud maoísta, sentimientos que no esperaba volver a escuchar en su vida.

De hecho, el éxito de los maoístas nepalíes no es más que una señal del "regreso" de Mao. En el centro de la India, grupos armados que se denominan con orgullo maoístas controlan amplias franjas de territorio, y resisten ferozmente los intentos del gobierno indio de convertir los bosques de la región, ricos en recursos, en lugar seguro para las actividades mineras de las que, de acuerdo con un reciente informe de la revista Foreign Policy, dependen hoy "empresas globales de primer orden como Toyota y Coca-Cola".

Y como para no ser menos que los admiradores foráneos de Mao algunos chinos han comenzado a desplegar el recuerdo todavía profundamente ambiguo de Mao en China. Mandando frases de Mao en los mensajes de texto de los móviles, emitiendo canciones "rojas" en las emisoras de radio y televisión del Estado, y enviando a los estudiantes universitarios al campo.

Bo Xilai, el ambicioso jefe del Partido Comunista del municipio sudoccidental de Chongqing, está dirigiendo un inesperado renacer de Mao en China.

Fue el "regreso" de Marx, más que el de Mao, el que se anunció en círculos académicos y periodísticos tras la crisis financiera de 2008. Y es cierto que los teóricos marxistas, más que el mismo Marx, anticiparon los problemas de la excesiva acumulación de capital, y observaron cómo los inversores ansiosos y oportunistas provocan un desarrollo desigual en regiones y naciones, enriqueciendo a unos pocos y empobreciendo a muchos otros.

Pero el marxismo "sinoizado" y práctico, que cuenta con un manual para la rebelión armada, parece hablar más directamente a mucha gente de países pobres.

Resulta tentador denunciar a Mao como un monstruo y descalificar a los maoístas de hoy como gente no menos criminalmente ilusa que las guerrillas de Sendero Luminoso o los Jemeres Rojos. Desde luego, el grado de violencia que Mao infligió a China empequeñece otros crímenes y desastres cometidos en el curso de la construcción de la nación en los últimos dos siglos.

Pero la modernización económica y política de otros lugares también se cobró un terrible coste humano en pueblos supuestamente atrasados. Sólo en el último siglo murieron millones de personas a causa de conflictos políticos o hambrunas y fueron brutalmente despojadas y culturalmente desarraigadas en una vasta zona de territorio asiático, de Turquía e Irán a Indonesia y Taiwán. Toda nación-estado blanquea las abominaciones de sus fundadores.

Sin embargo, la influencia de los primeros constructores de las naciones postcoloniales parece hoy severamente restringida. Apenas si hay quien atienda a los Pancasila [1] de Sukarno como orientación política, o busque inspiración, como hicieron un día Nasser y Jinnah, en el nacionalismo republicano de Ataturk. De manera que las denuncias de Mao no llegan muy lejos a la hora de explicar su perdurable atractivo dentro y fuera de China.

Dicho esto, poco misterio parece haber en la invocación que hace hoy de Mao una nueva generación de dirigentes chinos, que recientemente se han remitido a Confucio como fuente de legitimidad ideológica. El recurso a Mao es un ejemplo del oportuno populismo al que acuden unas clases dominantes inseguras.

Como icono de la nueva China, Mao parece tan anodino como el jugador de baloncesto Yao Ming y el campeón de tenis Li Na, ganador del Open francés. Pero para mucha gente fuera de China hay otro Mao, mucho más peligroso, y no es el precipitado instigador del Gran Salto Adelante o el cínico perpetrador de la Revolución Cultural tampoco. Para ellos, tal como escribe Hu Yua en un libro de próxima aparición, "lo que Mao hizo en China no es tan importante, lo que importa es que sus ideas conservan su vitalidad y que, como semillas plantadas en un suelo acogedor, 'enraízan, florecen y dan fruto' ".

Mao estableció estas ideas portátiles bastante antes de su desastroso reinado como cuasi-emperador de China. Ciertamente, fue su diagnóstico, así como la cura propuesta por él para los males de la China prerrevolucionaria en breves tratados como el "Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Hunán" (1927), "Sobre la guerra de guerrillas" (1937) y "Sobre la guerra prolongada" (1938) los que le otorgaron una ventaja decisiva sobre sus numerosos rivales chinos.

Al inicio de su carrera identificó como enemigo el nexo entre las élites feudales del interior y los capitalistas de las ciudades costeras, movilizando luego con éxito a un ejército "del pueblo" a fin de destruirlo. La teoría y la praxis de Mao tuvieron siempre más probabilidades de ejercer mayor atractivo que el marxismo clásico, de orientación urbana, en muchos países agrarios, en los que élites minúsculas, a menudo con ayuda del exterior, dominaban a una población compuesta en buena medida de campesinos.

Hace casi medio, grupos nacionalistas de Vietnam y Cuba cayeron en la cuenta con éxito de la estrategia de Mao de rodear las ciudades desde el campo. Hoy son los globalizadores económicos, que rodean el campo desde las ciudades, los que proporcionan un suelo de nuevo receptivo a la teoría y praxis de Mao.

Lejos de haberse convertido en cosa irrelevante, se han transformado en algo otra vez atractivo para mucha gente que se siente activamente victimizada, más que "relegada", por un capitalismo expansionista.

Un caso pertinente es el de la insurgencia maoísta de los bosques del centro de la India, que se nutre de la despiadada decisión del gobierno indio de abrir las grandes reservas minerales de la región a corporaciones privadas y multinacionales. Los maoístas indios que articulan la retórica de Mao Zedong sobre "compradores" locales e imperialistas extranjeros pueden parecerles patéticos a quienes se imaginan que todo el mundo se adaptará en algún momento a la adoración de la democracia liberal y el Ipad .

Pero los maoístas, aunque a menudo corruptos y brutales, han encontrado una base popular entre los millones de personas de los pueblos indígenas (los llamados adivasi), [2] para quienes hasta la frágil seguridad de una economía de subsistencia ha quedado destruida por el nexo entre las corporaciones globales y sus ejecutores indios.

El escritor indio Shashank Kela apunta un dato crucial respecto al maoísmo indio y sus tropas adivasi: "Son sus circunstancias vitales, más que su ideología, las que empujan a sus seguidores a una batalla desesperada, en las últimas, contra el Estado, antes que aceptar el despojamiento".

Tal como escribe Kela, "la minería y la industria pesada desplazaron a esas comunidades, destruyeron su medio de vida, fueron incapaces de proporcionarles empleos y los disgregaron para que acabaran uniéndose a la creciente masa laboral de jornaleros emigrantes, un océano de seres humanos empobrecidos y agotados por el trabajo, reducidos a aceptar los empleos peor pagados en las ciudades y el campo .

Dista de estar claro cómo acabarán la insurgencia maoísta y los intentos de suprimirla por parte de los paramilitares indios, que se han cobrado más de diez mil vidas en la última década. Tras el derrocamiento del Estado monárquico, los maoístas nepalíes decidieron tomar parte en las elecciones. Es poco probable que los maoístas indios abandonen su resistencia armada en un próximo futuro.

Y el Estado indio se encuentra con que le resulta imposible suprimirlos manu militari. Que los beneficios de la globalización económica vayan a empezar a fluir súbitamente sobre sus mayores víctimas es todavía más inconcebible en los bosques del centro de la India que en las ciudades post-industriales de la Norteamérica del medio Oeste.

"No tienen la menor oportunidad", escribe Kela acerca de los adivasi maoístas, uno de los pueblos considerados superfluos por el capitalismo industrial, "de llegar jamás a convertirse en proletariado fabril". Se adivina un largo y sangriento punto muerto; y mientras que el maoísmo puede quedar reducido a un estado de casi total insignificancia como doctrina de Estado en China, parece seguro que muchos rincones del mundo pueden seguir siendo maoístas durante muy largo tiempo.

 


Notas del t.:

[1] Pancasila, literalmente cinco principios en sánscrito, es el nombre que reciben los fundamentos que constituyen la filosofía del estado indonesio desde su independencia como Estado moderno: monoteísmo, justicia humana, unidad nacional, democracia y bienestar social. [2] Adivasi es el término genérico (sánscrito, nepalí e hindi) usado para un conjunto heterogéneo de grupos étnicos y tribales que constituyen la población aborigen de la India y que comprenden una minoría indígena substancial del país. La palabra se utiliza en el mismo sentido en Nepal, lo mismo que el término yanayati (...) Las sociedades adivasi se encuentran sobre todo en los estados de Kerala, Orissa, Madhya Pradesh, Chattisgarh, Rajastán, Guyarat, Majarashtra, Andhra Pradesh, Bijar, Jharkhand, Bengala Occidental, Mizoran y otros estados del noreste, así como en las islas Andamán y Nicobar. Muchos pequeños grupos tribales son sumamente sensibles a la degradación ecológica causada por la modernización. Tanto las actividades forestales como la agricultura intensiva han resultado muy lesivas para los bosques que habían garantizado su secular práctica de tala y quema controladas. Estos pueblos están oficialmente reconocidos como "tribus programadas" en el Quinto Programa de la Constitución de la India, y a menudo figuran agrupados con las castas programadas en la categoría "Castas y tribus programadas" que pueden ser objeto de medidas de discriminación positiva. (De Wikipedia).


(*) Autor indio de ensayos literarios y políticos y del volumen Temptations of the West, publica este año The Awakening in Asia and the Remaking of the Modern World.
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