lunes, 5 de septiembre de 2011

México: Casino Royale

Por Ximena Peredo (*)

¿Qué decir? Me pregunto sentándome frente a la pantalla con la tristeza a cuestas. Ya no reconozco a Monterrey.

Estoy cansada de esforzarme tanto en encontrar motivos para seguir amando a mi Ciudad. Trato de tomar aliento al contemplar sus atardeceres o sus montañas desperezarse al tacto del sol tierno. Pero al bajar la mirada advierto que sigo aquí, pasajera en esta nave de locos.

No queremos abandonarte, Monterrey, aunque nos escupas en el rostro, porque tu historia es la nuestra, porque no podemos hablar de nosotros sin hablar de ti. Porque no podemos salvarnos, si antes no te salvamos a ti. Porque vemos en las calles la confusión nuestra, porque hemos sembrado discordia y ahora éstos son los podridos frutos que cosechamos.

¿Tiene otro sentido acusar a las autoridades por su ineptitud o su complicidad, que no sea el desahogo? Porque me resisto a reaccionar a la tragedia del Casino Royale como lo hemos venido haciendo, exigiendo a las "autoridades" su renuncia, acusándolas de ineptas o de cómplices. Yo ya no. Me ha pasado algo que percibo irreversible. Ya no creo que éstas son autoridades. Luego, no creo que valga la pena descoserme en exigencias que son recibidas como cuencos vacíos. El problema de fondo es que están interpretando un papel -el de autoridades- que no comprenden. Su renuncia sólo los aliviaría a ellos mismos.

Sin embargo, me asusta la reacción de Rodrigo Medina y Alejandro Poiré de seguir inventándose un gobierno que ya no existe. Decir que darán todo el apoyo a las víctimas y prometer que darán con los culpables raya en el ridículo. Sabemos que ya no existe capacidad de reacción. Las víctimas se lamen las heridas solas. Los deudos de esta guerra reciben estas promesas televisivas como cachetadas, porque han comprobado que el Estado es un cascarón de palabras, una ficción inverosímil.

Los familiares de las personas que hasta anoche aún no habían sido rescatadas reportan que se les niega toda información. No hay reportes periódicos. No hay interlocutor. Están abandonados con el nombre de su madre o de su hermana en los labios. Están por enterarse, como otros miles de mexicanos, que no hay gobierno. Que la ciudadanía está sola y no sólo eso, sino que debe defenderse de quien debiera protegerla.

Aunque usted vaya a gritarles y a zarandearlos, quienes detentan el poder creen que lo correcto es salir a deslindarse de la tragedia. Creen que lo que procede es hablar sobre los permisos de un casino hecho cenizas. Creen que lo que corresponde es condenar el terrorismo. No comprenden que esta sociedad pide a gritos autoridades. No se atreven a romper el guión. Insisten en replicar discursos fáciles, carentes del peso inobjetable de la verdad.

¿Dar con los responsables de la tragedia del Casino Royale? ¿Y los culpables del Café Iguana, del Sabino Gordo? Rodrigo Medina cree que resuelve todo con la magia de sus declaraciones. Sus promesas sólo evidencian que no comprende la complejidad de la tragedia. Los culpables están en todas partes, señor Gobernador: quien dispara es acaso el último eslabón de una cadena de perversidades cómplices que usted conoce bien.

Monterrey se ha convertido en una gigantesca falla del sistema neoliberal en donde vivir es absurdamente caro y matar es asquerosamente barato. Las políticas públicas están encaminadas a que el sistema se sobreponga a sus propios achaques, pero no advierten que lo que nos hace falta es advertirnos humanos. De seguir así vendrán tiempos peores. Esperar a que las cosas mejoren haciendo exactamente lo mismo que hemos hecho durante años es aceptar la derrota.

Una de las testigos de la masacre de ayer en el Casino Royale narró una anécdota que quedó diluida entre la cascada de información sin valor. La clientela, presa de pánico, frente a una puerta de emergencia clausurada, entre detonaciones y gases decidió ceder la preferencia a una mujer embarazada. Nuestras vidas valen igual, pero ella representaba dos, por eso ayudamos a que saliera primero que nadie, narró la sobreviviente.

Sobre ese Monterrey honorable debe refundarse la Ciudad.


(*) Escritora mexicana.
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