domingo, 27 de febrero de 2011

Twit y Revolución

Por Alexander Cockburn (*)

El presidente Obama y la secretaria de Estado Clinton se apresuraron a contrastar la brutalidad represiva de las autoridades iraníes con lo que ahora tratan de presentar como el triunfo incruento, dirigido por EE.UU., de las fuerzas por la democracia en Egipto.

Desde todo punto de vista fue un acto de impudencia extrema, a partir del hecho de que, durante las últimas semanas, los 300 muertos masacrados por las fuerzas de seguridad y los matones contratados por el gobierno cayeron en la Plaza Tahir y en las calles de El Cairo, no en Teherán, y de que más muertos se acumulan en Bahréin, base de la Quinta Flota de EE.UU.

Bueno o malo, todo tiene que ser hecho en EE.UU. Los conspiracionistas del 11-S condenan la noción de que hombres en cavernas hayan podido planificar la destrucción de las Torres Gemelas. Dicen que tuvieron que ser los menos cavernícolas Bush y Cheney, más los comandantes del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial y varios miles de fervientes cómplices estadounidenses.

Actualmente hay una pequeña industria que florece en Internet y que afirma que el derrocamiento de Mubarak tuvo lugar por cortesía del Comando Twitter-Facebook de EE.UU., supervisado por el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Twitter, encarnado en el poco apetecible y auto promovido Jared Cohen, con apoyo en los flancos de la Fundación Nacional por la Democracia (NED) y Freedom House.

No dudo de que Cohen, la NED y Freedom House se regocijen en asentir al unísono ante la afirmación de que sus esfuerzos fueron influyentes, incluso cruciales, en el impulso para que el pueblo egipcio se alzara. Sin embargo, esta pretensión es risible.

El New York Times publica interminables artículos sobre el papel de Twitter y Facebook, mientras que ignora o vilipendia a Julian Assange y WikiLeaks.

En cualquier discusión sobre papel de Internet a la hora de incitar los levantamientos en todo Medio Oriente, WikiLeaks debería estar en el centro. Los tunecinos pudieron leer la evaluación despiadada del cleptocrático régimen que los oprimía por cortesía de los cables del embajador de EE.UU., Gordon Gray, obtenidos por WikiLeaks. Los egipcios pudieron leer detalles, hasta entonces secretos, del papel de Omar Suleiman en las entregas extraordinarias de los abyectos servicios de Egipto para EE.UU. e Israel.

El New York Times, al que Assange entregó algunos de los documentos de WikiLeaks, lo recompensó (como lo hizo The Guardian) con un vulgar ataque del editor del Times, Bill Keller, en el que apoyaba esencialmente unas acusaciones evidentemente falsas respecto a la supuesta naturaleza de relaciones sexuales de Assange con dos suecas, la mismo tiempo que pregonaba la altruista preocupación del New York Times por la protección de la vida del personal estadounidense en Iraq y Afganistán.

¿No pensáis que a Keller se le podría haber ocurrido que más valía guardar silencio al respecto, en vista del papel jugado por el New York Times en el ataque contra Iraq en 2003, con una historia falsa tras la otra, de su periodista Judith Miller, sobre las armas de destrucción masiva de Sadam? Las manos del Times están cubiertas de mucha sangre. Según la página web de Michael Monk, las bajas en combate de EE.UU. en el escenario iraquí al cumplirse la semana que terminó el 15 de febrero llegaron a un total de 77.375. Eso incluye 35.540 muertos y heridos por lo que el Pentágono clasifica como causas hostiles y 42.195 muertos y evacuados por razones médicas (del 7 de febrero) por causas no hostiles .

Al mismo tiempo que la secretaria de Estado Clinton elogiaba el papel de EE.UU. en la transición democrática pacífica en Egipto y en la libertad de Internet durante su discurso en la Universidad George Washington el 16 de febrero, y en el que condenaba a los gobiernos que arrestan manifestantes y no permiten la libre expresión, sus matones de seguridad atacaban abiertamente a Ray McGovern, de 71 años, quien fue durante 27 años analista de la CIA y es ahora un activista por la paz (y colaborador de CounterPunch [y Rebelión]). Un policía y un funcionario no identificado de civil, le saltaron encima y lo arrastraron afuera, magullado y ensangrentado.

¿Qué había hecho McGovern para merecer ese asalto? ¿Gritó? No. ¿Trató de lanzarle un zapato? No. Agraviado justamente por el palabreo repulsivo de Clinton sobre la libertad en Internet (ahora que el Departamento de Justicia manda citaciones judiciales relacionadas con WikiLeaks), se levantó cuando a su comienzo y le dio la espalda. Por esto, y sin duda por su camiseta de Veteranos por la Paz, fue atacado y arrastrado a la cárcel.

La manera en la que trataron a McGovern no mereció mucho espacio ni muchas imágenes, aunque la CNN transmitió un clip. El viacrucis de Lara Logan, que víctima de abusos sexuales en la Plaza Tahrir, recibió, claro está, amplia cobertura.

Parece ser de rigor que se excluya toda sugerencia de que Logan pudo haber sido imprudente. Sospecho que todo corresponsal de guerra experimentado, si fuera franco, diría a propósito de Logan que la información responsable, que incluye la preservación de uno mismo y de sus colegas, incluye una evaluación objetiva de la presentación personal, incluido su comportamiento y, en países donde importa, su vestimenta y atuendos para la cabeza, así como de los lugares a los que podría ser aventurado o letal ir, a falta de suficiente seguridad.

Logan, presentadora de 60 Minutes, se hizo popular retransmitiendo desde Iraq, vestida sensuales camisas tropicales Abercrombie y Fitch a medio abotonar, siendo la voz del general Stanley McChrystal (más adelante denunció la historia de Michael Hastings, que liquidó a McChrystal, como un ataque violento e innecesario. Logan parece haber hecho caso omiso de reglas elementales de supervivencia y de información en situaciones turbulentas, particularmente en esa región. Es extraño, porque había habido otros ataques contra periodistas occidentales, como el del espantoso Anderson Cooper en la Plaza Tahrir.

¿No estaba presente ningún productor experimentado de CBS para llamar a la prudencia? Tal vez no, porque a fin de cuentas, lo que llevó a Logan a la Plaza Tahrir ese día fueron las demandas de la industria del entretenimiento de EE.UU., que exige que las estrellas de sus noticias sean, si es posible, mujeres atractivas en situaciones excitantes. Sería mucho mejor para todos, y a Logan y Anderson Cooper no los molestaría nadie, si las secuencias en el extranjero para EE.UU. fueran filmadas en el patio trasero de los Estudios Universal, en la ciudad en la que se conciben esos nuevos papeles en las noticias.


(*) Periodista, codirector del bimensual CounterPunch

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