jueves, 3 de febrero de 2011

Nuevo orden en el Medio Oriente

Por Robert Kaplan.

No hay que confundir las revueltas de Túnez y Egipto con la de 1978 en Irán. Pero eso no significa que la diplomacia estadounidense en el mundo árabe no vaya a ser complicada de ahora en adelante.

El aspecto más significativo de las manifestaciones contra los regímenes gobernantes que han sacudido el mundo árabe es lo que no son: no consisten en un clamor por la difícil existencia de los palestinos bajo la ocupación israelí; ni tampoco son, al menos abiertamente, antioccidentales, ni siquiera antiamericanas. Los ciudadanos están indignados por el desempleo, la tiranía y la falta general de dignidad y justicia en sus propias sociedades. Y ése es un cambio trascendental en la historia moderna de Oriente Medio.

Por supuesto, así comenzaron las manifestaciones contra el sha de Irán en 1978 y 1979, antes de que los islamistas se adueñaran de la revolución. Pero en ninguno de estos países árabes existe un líder radical carismático capaz de convertirse en centro de la oposición, como era el ayatolá Jomeini; y las diversas organizaciones islámicas actuales del mundo árabe no se apoyan tanto en un antiamericanismo teórico e ideológico como lo hacía el clero chií. En Egipto, hasta cierto punto, los Hermanos Musulmanes ejercen de organización de autoayuda comunitaria, y tal vez no se sientan obligados a apoderarse de la revolución como ocurrió en Irán. Y al presidente egipcio, Hosni Mubarak, no se le identifica tanto con los intereses de Estados Unidos como ocurría con el sha. Las diferencias entre el Egipto de 2011 y el Irán de 1978 son más profundas que las semejanzas.

Además, sea cual sea el resultado de estas revueltas, parece evidente que los árabes y sus nuevos dirigentes van a tener que centrar su atención quizá durante bastante años en los defectos de sus propias sociedades, más que en las injusticias cometidas por Israel y Occidente en el extranjero. En Túnez, las manifestaciones comenzaron, en parte, por los cables de WikiLeaks que mostraban la ambigüedad de Washington respecto al régimen y las escasas probabilidades de que lo apoyara en caso de crisis. En resumen, es posible que la política en el mundo árabe se normalice, en lugar de radicalizarse. Recordemos que uno de los objetivos fundamentales de Al Qaeda  era derrocar regímenes como el de Mubarak, porque decía que oprimían a su pueblo y eran siervos de los intereses estadounidenses e israelíes. Si Mubarak se va, la red de Bin Laden perderá un argumento para reclutar militantes.
                                  
Ahora bien, no hay que menospreciar los peligros que puede representar para los intereses estadounidenses lo que suceda a partir de ahora en el mundo árabe. Si se extendieran realmente las protestas a Jordania y Arabia Saudí, EE UU podría encontrarse al borde de una catástrofe. Es difícil imaginar un régimen más progresista y proestadounidense que el que existe hoy en Jordania. En cuanto a la familia real saudí, seguramente constituye la peor forma posible de gobierno para ese país, con excepción de cualquier otra que pudiera sustituirla. Imagine que todas las armas que Estados Unidos ha vendido a los saudíes desde hace decenios cayeran en manos de radicales wahhabíes. Imagine que Yemen volviera a dividirse en norte y sur, o que el control central de la capital, Saná, sobre el resto del país fuera aún más débil. Washington se encontraría prácticamente solo ante el peligro de Al Qaeda en la zona.

Por ahora, todas estas revueltas parecen más o menos iguales, como ocurrió en Europa del Este en 1989. Pero, igual que en los países del Este, cada uno acabará siendo un poco distinto, y la evolución política será un reflejo de la situación demográfica, educativa e institucional concreta de cada Estado. Polonia y Hungría recorrieron unas vías relativamente fáciles hacia el capitalismo y la democracia; Rumanía y Bulgaria vivieron sumidas en una pobreza abyecta durante años; Albania sufrió brotes esporádicos de anarquía; y Yugoslavia cayó en una guerra civil que mató a cientos de miles de personas. En ciertos aspectos, el mundo árabe es más variado que Europa del Este, por lo que es preciso que Estados Unidos tenga en cuenta las características específicas de la situación política e histórica de cada país a la hora de calibrar su política.

El Gobierno del presidente Barack Obama debe defender los principios de la sociedad civil, la no violencia y los derechos humanos en todas partes; y siempre que parezca que un autócrata está a punto de caer, como ha sucedido en Túnez y como podría ocurrir en Egipto, Washington puede desempeñar un papel constructivo y facilitar su marcha, además de tender la mano a las nuevas fuerzas políticas. La diplomacia estadounidense en el mundo árabe va a complicarse aún más. Ya no consistirá en tener un número de teléfono crucial en cada país. A partir de ahora, la superpotencia tendrá que tratar con docenas de personalidades políticas para conseguir las mismas cosas que antes lograba con un sólo líder. Democracia equivale a complejidad.
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