martes, 12 de abril de 2011

¿Hay alternativas al capitalismo?

Por Carlos Santiago (*)

Las crisis naturales que se suceden en el planeta parecerían que confirman lo adelantado por algunos catastrofistas, que situaban en este siglo que recorremos, cambios tan sustanciales como traumáticos que, inclusive podrían modificar los actuales esquemas del poder mundial, mucho más allá de su paulatina evolución.

El terremoto en Japón, haciendo que ese país – una de las potencias mundiales – se encuentre en una situación desesperante sin haber podido superar todavía los problemas nucleares provocado por el posterior tsunami que destruyó la enorme central atómica cuya radiación todavía no ha podido ser contenida. El saldo es de miles de muertos y se especula con la cifra final de 30 mil.

El otro terremoto en Chile que recibió a la nueva administración, las inundaciones en el sur de Brasil, en otros países de nuestro continente, con centenares de muertos y damnificados, barrios enteros destruidos. Un mundo caotizado por desastres naturales, algunos de los que, algunos científicos le asignan a las contingencia del calentamiento global.

En lo político también están cambiando las cosas. Lo que ocurre en el norte de África, en donde “estables” dictaduras, que parecían eternamente consolidadas como la de Mubarak en Egipto o la Gaddafi en Libia, en el “trono” desde hace 40 años – regímenes, los dos, que últimamente tenían la bendición de occidente – perdieron totalmente su legitimidad.

El dictador libio todavía resiste por fuerza de un ejército mercenario que lo respalda, pero parecería claro que su tiempo, como gobernante, ha finalizado porque hasta sus últimos aliados lo están bombardeando. Podríamos seguir señalando otros procesos similares ocurridos en países vecinos, como Jordania, Marruecos, etc., en los qué la necesidad de una expresión democrática ha superado, de manera desorganizada, todas las expectativas.

No sabemos como quedará el mapa de esas zona a fines de este década, pero es evidente que varios de estos países árabes se habrán sacudido de encima las viajas formas patriarcales, antidemocráticas, que se expresaban – en distinta proporción – en cada uno de esos gobierno que han tenido cambios en cadena.

Parece evidente que el poder mundial se está desplazando y las relaciones internacionales entran en ebullición, situación que no es comprendida por todos. Y los desastres naturales no respetan a ningún país, no son un “rayo divino” que castiga el desastre, como algunos señalaban en con lo ocurrido en Haití, sino que no tienen en cuenta el PBI y menos las cifras de crecimiento y multiplicación de la riqueza. De un día para otro todo ello se cae en el dramático pozo de la desolación y la muerte.

Claro, tampoco las esperanzas que abrigamos muchos hace varias décadas sobre el cambio cualitativo del mundo, confiados en las reformas revolucionarias que comenzarían al interior del sistema bajo la presión de las luchas de los trabajadores y campesinos, y que según nuestra ingenua creencia, terminarían por transferir a los trabajadores (la clase obrera, como gustábamos denominarla en nuestro ya perimido lenguaje clasista), ya no existen más. Se han derrumbado en el enorme océano del mercado de la globalización.

Pero aquí nos surge otra interrogante. ¿Este mecanismo de continuo recalentamiento, de lucha por ampliar el consumo, es viable? ¿Podrá mantenerse en el tiempo? ¿No estaremos ante otro tsunami, de otras características, que ahogará a la humanidad?

Los uruguayos asistimos hoy a un recrudecimiento del proceso inflacionario vinculado a varios elementos coyunturales, siendo uno de los más importantes, el consumo desenfrenado en que ingresamos todos en los últimos tiempos. ¿Serán los primeros síntomas de un descalabro mayor? ¿Se podrán revertir las consecuencias de toda una tendencia que está dada por la orientación de la totalidad de la economía y sus objetivos ideológicos?

Hoy, algunos pensadores de la cosa económica que prevén para el futuro la existencia de un mundo nuevo multipolar, de imprevisibles consecuencias para el desarrollo de la humanidad. El ascenso de China, el poder de los movimientos de izquierda en América Latina, la afirmación de la diplomacia india trastornan la geopolítica planetaria en todos los planos: financiero, comercial, político, militar.

Nos preguntamos: ¿Es que la trampa neoliberal se está desarmado y los Estados regresan con fuerza mitigándose la globalización? ¿Es que se acerca el fin de la economía de continua acumulación? Es más que difícil predecirle larga vida. Y no lo decimos nosotros, ni lo sostenemos por lo observado luego de la crisis cíclica del sistema, quizás una de las más hondas que se tenga noticia.

Hay también pensadores de la enjundia y profundidad del desaparecido André Gorz, que tienen una visión aguda y prospectiva, reflejando una realidad incontrastable: la producción en el sistema capitalista necesita cada vez menos trabajadores activos, afirmación qué perfectamente podemos trasladar con lo que ocurre en nuestra producción agropecuaria, en que la mano de obra permanente, el viejo campesino, es sustituido de manera creciente por empresas que realizan tareas zafrales.

La producción solicita cada vez menos trabajo, distribuye cada vez menos poder de compra y necesita cada vez de menos trabajadores activos. El trabajo aparece en el sistema capitalista cómo cada vez más discontinuo, disperso entre prestatarios de servicios externos o zafrales sin comunicación entre sí (en nuestro país tenemos más ejemplos insipientes al respecto), relacionados por un contrato comercial en lugar de un contrato de trabajo. (Las tercerizaciones, los contratos de servicio y de obra, etc., modalidad, inclusive, que fuera utilizada para el rubro servicios por organismos públicos)

El pensador citado no es nada optimista en este proceso, dice: Las promesas y los programas de retorno al pleno empleo son espejismos, cuya única función es mantener el imaginario salarial y mercantil, es decir, mantener la idea de qué el trabajo debe ser necesariamente vendido a un empleador y los bienes de subsistencia comprados con el dinero ganado. Esto está demostrando – dice- que dentro del sistema no hay otra salida que no sea el sometimiento del trabajo al capital, y que no hay vida y sociedad más allá de las necesidades del consumo de mercaderías. No hay vida ni sociedad más allá de la sociedad de consumo y del trabajo mercantilizado, ni otro modelo que no sea el del capitalismo, agrega.

Esta realidad que, sin duda, es la hegemónica, impide vislumbrar cualquier posibilidad de salir rápidamente del capitalismo cerrando, también, todo camino distinto, inclusive alguno construido en un imaginario anticapitalista. Un sistema, claro, con pies de barro. Con una vida claramente limitada por la necesaria reestructuración ecológica que se producirá indefectiblemente en el planeta, rompiendo la lógica económica del crecimiento permanente que se mantiene desde hace 150 años.

El capitalismo luego de varias etapas de diverso sufrimiento humano, en que se vieron expresiones del más duro imperialismo, pasando por el enfrentamiento de la “guerra fría”, luego de la “caída del muro” tuvo el camino expedito para lograr una hegemonía mundial. Consiguió llegar hasta los rincones más escondidos, menos en algunos puntos casi folklóricos, como Corea del Norte. En ese sentido puede afirmarse que la civilización de raíz occidental es hoy la única del planeta (incluyendo adaptaciones culturales muy diversas).

Pero esta victoria de la globalización está llegando en el mismo momento en que comienza su decadencia. Si miramos esta primera década del siglo desde el largo plazo la concreción del dominio planetario del capitalismo aparece como el primer paso de su decadencia.

En consecuencia la condición necesaria pero no suficiente para la emergencia del post capitalismo ya está instalada y el verdadero paradigma del capitalismo, en el que se avanzó mecánicamente, parece, estar llegando a etapas finales.

(*) Periodista.
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