martes, 7 de julio de 2009

Corea del Norte: amenaza nuclear y diplomacia


El 5 de abril, Corea del Norte lanzó el misil Taepodong-2, colocando a la comunidad internacional ante un desafío. La acción llevada a cabo por Pyongyang no es una prueba de fuerza por sí misma, pero está considerada dentro de una sutil estrategia destinada a obtener ayudas económicas indispensables para la supervivencia del régimen, utilizando la amenaza nuclear. Las concesiones periódicas de las potencias asiáticas y occidentales a Corea del Norte sirven para ralentizar el proceso de nuclearización del país, pero no logran interrumpirlo. De hecho, el régimen utiliza las ayudas económicas para abastecerse, bloqueando el proceso diplomático cada vez que se le requieren garantías sobre el desmantelamiento del programa nuclear.

En este juego diplomático engordado por la cuestión nuclear hay numerosos participantes. Por un lado está Estados Unidos, que se encuentra en el ámbito de las negociaciones a seis bandas, que discute para evitar que Corea del Norte se convierta en una potencia nuclear a todos los efectos. Por otro lado, Corea del Sur y Japón, que por razones geográficas consideran en riesgo su propia seguridad. Además, también Rusia y China, que aunque están de acuerdo en la necesidad de desmantelar el peligro nuclear, permanecen en desacuerdo con las posiciones recientemente expresadas por la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, sobre la necesidad de endurecer las sanciones, ya previstas en la resolución 1718 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

La estrategia de Pyonyang
La elección de lanzar un misil balístico ha sido considerada el enésimo acto de arrogancia del régimen liderado por Kim Jong-Il, que habitualmente responde con tonos duros a las críticas procedentes del exterior. En realidad, no se trata simplemente de uno de los muchos capítulos ligados a la inquietud de un régimen despótico e incumplidor. Al recorrer el trazado marcado por el “Grupo de los Seis”, surge que las manifestaciones de hostilidad de Pyongyang reflejan un esquema predefinido y algunas veces exitoso. La política del diálogo, fuertemente perseguida por Estados Unidos y por las otras potencias implicadas ha logrado llevar a Corea del Norte a la mesas de negociaciones que, sin embargo, sólo fueron ventajosas para ésta última. Las consultas comenzaron en 2003 con la perspectiva de un progresivo desmantelamiento del programa nuclear norcoreano a cambio de ayudas para el desarrollo económico del país. Estados Unidos, Corea del Sur y Japón ayudaron con grandes cantidades de alimentos y energía tras las primeras conversaciones, pero esto no fue suficiente para garantizar la fidelidad de Pyongyang a los acuerdos. En los primeros meses de 2006 Corea del Norte probó siete misiles balísticos, acto que precedió al test nuclear en octubre de 2006. Este acto provocó la resolución 1.718 que le prohíbe realizar cualquier experimento nuclear, así como el lanzamiento de misiles. El endurecimiento de las sanciones obligó a Corea del Norte a enviar nuevas señales de apertura, aceptando la clausura del complejo nuclear de Yongbyon, en noviembre de 2007. Mientras tanto, el régimen continuó recibiendo ayudas externas, utilizándolas para el enriquecimientos de los cuadros gubernamentales y el refuerzo del régimen, pero no para el sustento del pueblo norcoreano. En 2008, Corea del Norte escogió alzar la apuesta y reabrir la estructura abierta un año antes, alcanzando el máximo nivel de tensión con el lanzamiento del misil balístico en abril de 2009. El recorrido, a veces incoherente del gobierno norcoreano, marcado por acuerdos continuamente ignorados, hace difícilmente sostenible la hipótesis de un régimen dividido sobre los objetivos a lograr. Parece más verosímil sostener que los altos cargos del régimen actúen según una estrategia a largo plazo. La amenaza nuclear es, sin duda, la única carta que puede jugar este país al borde del colapso económico y aislado diplomáticamente. Corea del Norte es consciente de que el único instrumento para poder apostar en la mesa de negociaciones es su tecnología nuclear. El objetivo fundamental no es el simple mantenimiento del statu quo, sino un reconocimiento definitivo como potencia nuclear, con objeto de aumentar la capacidad de supervivencia del propio régimen. Desde este punto de vista, las esporádicas y estériles aperturas de diálogo están destinadas a preservar los flujos de ayuda, ofreciendo a cambio el congelamiento temporal del programa nuclear.

Los numerosos intereses en juego bloquean una acción colectiva
La administración Obama ha decidido mantener una aproximación que privilegia la diplomacia con respecto al enfrentamiento directo, mientras que las otras potencias implicadas en el diálogo se encuentran fuertemente divididas. Las razones de seguridad expresadas por Japón y Corea del Sur están fundamentadas. Por un lado, Tokio alimenta sus preocupaciones con los misiles de corto alcance que dispone la Corea Popular, mientras que Seúl teme que el refuerzo internacional del régimen pueda alargar hasta el infinito las posibilidades de reunificación de la península. En el otro lado de la balanza están China y Rusia, que cuentan con el derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y que están en posición de bloquear cualquier hipotética acción de fuerza para resolver el punto muerto. Tras el lanzamiento del misil, Moscú se mostró cauta y poco propensa a emprender acciones que puedan significar entrar en una espiral de tensión. Las razones para esta postura podrían responder a una naturaleza puramente política. El Kremlin retiene que Pyongyang no representa un peligro inmediato, así como que disminuir el poder contractual de Corea del Norte significaría aumentar el poder decisional de Estados Unidos en la escena global. El gobierno de Medvedev, fuertemente influenciado por el ex presidente Vladimir Putin, prefiere no apoyar sanciones demasiado duras hacia el régimen. Por su parte, China tiene un papel especialmente delicado en esta disputa, debido a su posición de mediador asignado por Hillary Clinton. El gobierno de Pekín podría aprovechar sus buenas relaciones con el régimen de Kim Jong-Il para contener el riesgo de un conflicto regional y reconducir a Pyongyang hacia la mesa de negociaciones, oponiéndose, sin embargo, a cualquier medida que pudiese erosionar la capacidad nuclear y militar. De esta manera, China contribuiría a mantener a Washington en una posición de apertura por una parte, mientras que por la otra alejaría el peligro de acelerar el proceso de democratización de Corea y la consecuente reunificación de la península. Esta última es una hipótesis poco agradable para el gobierno chino, es por ello que China insiste en que no se interrumpa el flujo de ayudas, favoreciendo así la supervivencia del régimen.

Conclusiones
Con el abandono de las Reuniones a Seis a finales de 2008 y el lanzamiento del misil, Corea del Norte se ha marcado como objetivo entrar en la lista de prioridades de la administración Obama. Washington se arriesga a caer en la trampa de limitar su propia acción en los instrumentos diplomáticos, alentando las presiones económicas. Sin embargo, habría que tomar nota de la línea política ya expresada por Corea del Sur, que ligaría la concesión de ayudas a concretas operaciones de desmantelamiento de los planos nucleares. Solamente de esta manera las intimidaciones de la comunidad internacional tendrían credibilidad a los ojos del régimen, induciendo a Pyongyang a reconsiderar una cooperación concreta con sus vecinos. Sin embargo, para Estados Unidos, el objetivo a largo plazo debería ser el de vigilar las dinámica s internas del país, que está cerca de cambiar a los altos cargos políticos. El régimen se encuentra actualmente dividido en las hipótesis de sucesión y si el final del Querido Líder cogiera de improviso al gobierno y se verificase un colapso del régimen, Estados Unidos debería intervenir conjuntamente con Seúl para rellenar el vacío de poder con una nueva clase dirigente, dispuesta a cooperar con transparencia y a favorecer la transición democrática. Aunque hay temor por los próximos movimientos de Pyongyang, la comunidad internacional tiene una gran ocasión para bloquear el proceso de desarrollo del programa nuclear y la cooperación llevada a cabo con Irán y Siria. Ante la imposibilidad de efectuar una acción coordinada en el seno de las Naciones Unidas por el posible veto chino y ruso, Estados Unidos, Japón y Corea deberían emprender políticas específicas relativas a la cooperación económica. Sería útil romper el sistema de ayudas intermitentes, fuertemente ligado a las concesiones incumplidas del régimen. Se debería apuntar hacia los flujos escalonados, condicionados por la posibilidad de verificar un efectivo desmantelamiento de las instalaciones nucleares. Por otro lado, sería útil para Estados Unidos instaurar una línea roja con Pekín, que consistiría en un control más eficaz sobre los planes de Pyongyang y mejorar la gestión ante una eventual crisis.

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