miércoles, 31 de agosto de 2011

Libro de la semana: El mapa y el territorio

  • El mapa y el territorio, Michel Houellebecq. Anagrama. Barcelona, 2011. 384 páginas.

Con Houellebecq uno ya sabe que habrá costras levantadas y que alguien, un misterioso y muy elegante narrador, meterá la nariz en la realidad de forma incómoda, escalpelo en mano, y que al revelarnos su versión, su desnuda puesta en escena sin maquillajes ni concesiones, acabará tarde o temprano por salpicarnos de algo que puede ser fétido, proveniente de los más complejos charcos de lo humano, o su contrario: de las refinadas galerías parisinas de arte, de sus frívolos y galantes vernissages en donde Jed Martin, el protagonista de esta grandiosa novela (Premio Goncourt 2010), realiza su ascendente carrera artística, desde su primera muestra, llamada por él Homenaje al trabajo humano, hasta su consagración y llegada a la cima del mercado del arte, haciendo "una descripción objetiva del mundo", o aquello que la crítica dio en juzgar "una reflexión fría, distanciada, sobre el estado del mundo".

¿De dónde proviene Jed Martin? De un medio aburguesado y culto, aunque algo triste. Su padre, exitoso arquitecto, fue una figura distante y rígida. La madre se suicidó cuando él tenía siete años. De ahí su necesidad de suplir carencias desde joven con la lectura de Platón, Esquilo, Sófocles, Racine, Molière, Hugo... Su primer amor, Geneviève, fue una escort. "A decir verdad, las relaciones humanas no son gran cosa", piensa, cenando en Navidad con su padre anciano, solos, sin mucho que contarse y mirando el reloj.

A medida que avanza la vida de Jed, en una narración sobria en la que aparece como personaje importante el propio escritor Michel Houellebecq y su amigo Fréderic Beigbeder ("una especie de Sartre de la década de 2010"), se habla de la relación del hombre con el trabajo y la productividad, y en general sobre los oficios de toda índole, tema de los cuadros más famosos de Jed: Bill Gates y Steve Jobs conversando sobre el futuro de la informática, o Aimée, escort-girl, o Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte. Se habla sobre la vida y las ocupaciones, y por supuesto sobre arte: "La cuestión de la belleza es secundaria en la pintura", afirma el narrador; sobre los cambios de estilo, alguien dice: "Las más favorecidas son las artes plásticas. En literatura, en música, es totalmente imposible cambiar de rumbo, te lincharían, te lo aseguro. Por otro lado, si haces siempre lo mismo te acusan de repetirte y de estar en declive".

La vida europea de hoy y de un futuro no muy lejano es expuesta y analizada con cierta melancolía: las costumbres veraniegas, los vuelos low cost, la soledad y el tedio, la filosofía gastronómica de los restaurantes de moda, la capacidad matemática de los cerdos, las relaciones del arte con la prensa y el papel de esta en la formación del gusto popular (incluyendo una parodia del crítico literario de Le Monde, Patrick Kéchichian), las aguas minerales noruegas o la solitaria condición del artista, "alguien sometido. Sometido a mensajes misteriosos, imprevisibles", que cada tanto debe exponer, salir a la luz pública, "menos para recibir su juicio que para tranquilizarte sobre la existencia de ese trabajo e incluso sobre tu existencia propia, la individualidad es apenas una ficción breve dentro de una especie social".

Houellebecq, calificado de misógino, racista y de hacer apología del turismo sexual por tratarlo desde personajes fríos o acríticos (en libros como Plataforma o La posibilidad de una isla), muy pronto saca su armamento. Hablando de la seducción, le hace decir a su narrador: "Las mujeres de carnes exageradas sólo interesaban ya a algunos africanos y algunos perversos". Marylin, la jefa de prensa de la galería, que según el narrador viste con prendas que le dan "un falso aspecto de lesbiana intelectual", exclama al regresar de sus vacaciones en Jamaica: "He follado superbién". El propio Houellebecq personaje informa de que desde abril a fines de agosto, cada año, se va a Tailandia, época en que los burdeles funcionan a medio gas, pero "las prestaciones siguen siendo excelentes o muy buenas".

En la tercera parte ocurre un hecho insólito que le da un vuelco a la historia, convirtiéndola además en un apasionante thriller. Una peripecia descomunal y aterradora que podría lesionar cualquier otro libro por exceso de carga explosiva, pero no este, pues la verdad es que Houellebecq, ya es hora de decirlo, es de lejos el mejor escritor francés de hoy  y uno de los tres o cuatro mejores de Europa, y esta novela, El mapa y el territorio, uno de los libros más complejos, ricos, estimulantes y totalizadores de los últimos tiempos, dentro de una estética nihilista que emparenta a Houellebecq con los grandes heterodoxos franceses, y que lo proyecta hacia el futuro, interrogando el porvenir de un modo lúcido y avasallador.
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Encuesta de preferencias electorales, agosto 2011

En México estamos casi a un mes de que inicie legalmente el proceso electoral que finalizará con la elección del 1º de julio de 2012 donde entre muchas autoridades se elegirá al nuevo Presidente de México.

  • Impera el desinterés ciudadano: uno de cada 10 mexicanos muestran en agosto de 2011 un alto interés en la política.
  • En agosto de 2011 el PRI obtiene el 39% de las preferencias ciudadanas, seguido de 19% del PAN y 14% del PRD. La alianza de 3 partidos de izquierda prácticamente se queda a sólo 2 puntos del PAN y el PRI alcanza 40% al sumarle al PVEM.
  • Las combinaciones en las que los ciudadanos piensan que el PRI será el primer lugar son las que prevalecen pero en esos casos son más (30%) quienes dicen que el PAN será el segundo lugar que los que mencionan al PRD (21%) en esa posición.
  • Ahora que el PRD aprueba el método de encuestas y sin establecer aun las reglas hacemos nuevos escenarios: (a) si consideramos a los ciudadanos que hoy preferirían votar por alguno de los 3 partidos considerados en la alianza de izquierda, Andrés Manuel López Obrador tiene ventaja de 32 puntos; (b) si unimos a los que actualmente votarían por la izquierda con los ciudadanos considerados independientes (es decir se excluyen simpatizantes de partidos opositores) de nuevo la ventaja es de López Obrador ahora por 8 puntos.
  • La preferencia electoral que muestran los ciudadanos independientes, es primero una tendencia a no votar (28%), después favorece por lo pronto al PRI con 25%, seguido de 12% del PAN y 9% del PRD.
  • Más de la mitad de los ciudadanos prefiere que el próximo congreso tenga mayoría de algún partido. Esos mexicanos están divididos en 35% que dice que esa mayoría debe ser del mismo partido que el presidente y 18% de uno que sea opositor al primer mandatario. 1 de cada 4 mexicanos prefiere que la situación de congreso sin mayoría se mantenga en la próxima legislatura.

La medición de agosto, aunque presenta algunas variaciones, no muestra grandes diferencias respecto a lo que se ha medido a lo largo de 2011: ventaja del PRI; Peña Nieto adelante; contienda interesante en el PAN; indefinición de cómo seleccionar al candidato del PRD y desinterés ciudadano en la elección.

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lunes, 29 de agosto de 2011

Entrevista al Juez Garzón: Es un error la participación de fuerzas militares en investigaciones de criminalidad

¿Cómo describiría usted este momento con relación al crimen organizado? Tal vez primero desde el punto de vista global y después, en lo particular, en México.


Realmente la lucha contra las drogas, contra el narcotráfico, es algo que ya viene de antiguo, en el sentido de que se van implementado normas, se van añadiendo ideas, pero el fenómeno sigue existiendo. Pareciera como que es imposible vencer a ese fenómeno y, en ese sentido, el problema es general, universal, es transnacional. Ningún país se encuentra libre, en alguna de sus fases, de la incidencia de este fenómeno.


Por tanto, la primera reflexión que tendríamos que hacer es si nos estamos equivocando en el mismo planteamiento de abordar el fenómeno del narcotráfico y, en este sentido, hay muchas discusiones, tanto académicas como políticas, jurídicas e, incluso, la última iniciativa que la propia Universidad Nacional Autónoma de México ha presentado a la sociedad, y en su momento al gobierno, y en la que se plantean estos temas.


Efectivamente, llevamos demasiados años anclados en una dinámica que se reproduce cada equis tiempo en diferentes países. Hoy día estamos viviendo este fenómeno en México de forma cruenta y cruel.


En segundo lugar, y partiendo de esa primera fase de análisis, es decir si lo estamos haciendo bien o no. Yo entiendo que el fenómeno del narcotráfico hay que analizarlo en un contexto de crimen organizado. Hoy día hasta el mínimo trueque o cambio o pase de una papelina (papel con una dosis de droga) de una persona a otra, de un pequeño traficante a un consumidor, tiene algo que ver con el crimen organizado. Si nosotros centramos ese pequeño tráfico de drogas como una manifestación de la inseguridad ciudadana, sin enmarcarlo en un fenómeno general del crimen organizado, no vamos a conseguir nada.


En tercer lugar, tenemos que plantearnos en algún momento que quizá la solución pueda venir por una despenalización de determinadas figuras y comportamientos en su menor escala y compaginarlo con otras medidas alternativas que van más en el área de la prevención, de la educación, de la creación de espacios de vida saludable, donde como con otros productos ha sucedido, la sociedad pueda convivir con ellos sin usarlos. El fenómeno del alcohol, en su momento, fue claro y evidente. Hoy en día hay unanimidad en considerar el alcohol como una droga legal. En definitiva, es un problema internacional, transnacional, por tanto, las medidas tienen que ser afrontadas en ese conjunto. Pero creo que es el momento de profundizar en las causas de ese fenómeno y quizá tomar medidas muy valientes y nada políticamente pacíficas, por supuesto, pero yo creo que son necesarias.


¿Y hacia dónde se hace el mundo para buscar soluciones, cuando las soluciones aplicadas hasta ahora parecen poner en amenaza las libertades?


¿Hacia dónde vamos?, y ¿qué podemos hacer? Pues evidentemente cualquier acción tiene que ser integral, que abarque a todas y cada una de las instituciones de forma y alcance equivalentes a la gravedad y complejidad del fenómeno. En ese sentido, todas las instituciones cada una desde su esfera y con su independencia tienen que remar en un mismo sentido.


Hay algo que es fundamental, que ya se resuelva de una vez por todas, y es la coordinación efectiva entre las diferentes estructuras de combate de este tipo de fenómenos y especialmente del crimen organizado. Ya no valen excusas. No hay argumento que justifique una acción parcial, inconexa o descoordinada de otras instituciones que trabajan en el mismo ámbito. La sociedad es el otro elemento fundamental de esta historia. La organización de la sociedad civil resulta básica. Cualquier política de seguridad que se haga tiene que contar con la sociedad civil, tiene que contar con ciudadanos a los que va dirigido. Muchas de las ocasiones en las que las políticas de seguridad de un país fracasan, es porque se hacen a espaldas de la propia sociedad a la que van dirigidas, en una oficina cerrada con dos o tres personas que muy sesudamente establecen cuáles son las pautas. Pero ocurre que a veces esas pautas no coinciden con la realidad, o con lo que la sociedad está demandando. Por tanto, hay que bajar e ir a pie de obra y a partir de ahí tomar decisiones.


Los jueces alegan que lo que está en los códigos es lo que pueden aplicar ellos, pero hay muchas voces en el sentido de que hay que innovar la visión sobre esos códigos que en México son muy rigurosos. Y hay la visión en algunos personajes de la Corte, y de otros ámbitos, de que hay que ir más allá de lo que dice el libro, precisamente frente a un desafío de esta naturaleza. ¿Qué piensa usted?


Ninguna norma es tan restrictiva que no permita dos interpretaciones, y normalmente admite muchas más. La cuestión no está tanto en que los códigos sean muy rígidos, eso está bien, porque eso significa garantías jurídicas. Pero en lo que no se puede caer es en el excesivo formalismo y garantismo; garantismo no es igual que garantías. Si es una norma legal y se acomoda la constitución y reúne todos su condicionantes, hay que aplicarla en su integridad. Pero, además, hay que aplicarla atendiendo a la realidad social del tiempo en que tiene que ser aplicada. Las normas en su desarrollo van mucho más lentas que la realidad a las que se aplican. Evidentemente, si te enfrentas a fenómenos complejos, esas normas, las buenas normas, tienen un ámbito de interpretación más amplio para, precisamente, cubrir ese espacio de tiempo de ventaja que se va a producir por el avance del crimen organizado y de las técnicas criminales. Lógicamente, (los criminales) van aprendiendo en forma inmediata de las resoluciones judiciales, de cuáles son esas líneas en negativo para beneficiarse. Por tanto, lo que no puedes hacer es seguir aplicando la misma interpretación cuando el que está recibiendo la aplicación de esa norma ya tiene el método de violentarla en esa nueva interpretación. Los jueces tienen la obligación legal de no ser restrictivos en la aplicación de esa norma. Tienen la obligación de cumplir la norma en su integridad y hacerlo con una visión nada localista, sino cada vez más internacional. Vivimos en un mundo globalizado y eso debe de conllevar a una universalización en la interpretación y la aplicación de esas normas.


Ha hablado usted de la coordinación necesaria entre instituciones, pero también mencionó que había que tomar medidas políticas poco pacíficas. ¿A qué se refiere con esto?


Cuando digo que no son medidas políticamente correctas, quiero decir que hay que asumir determinadas decisiones que pueden ser criticadas en un momento determinado, pero esas decisiones tienen que estar siempre guiadas por un respeto absoluto a los límites del Estado de derecho. Entonces, cuando digo que hay que tomar medidas políticas, por ejemplo, en el ámbito del combate contra el narcotráfico, habrá que profundizar en el análisis de por qué la situación de hoy es real, es la que se está viviendo, porque esto tiene una causa y cuando lleguemos a esa causa, pues a lo mejor no en México, sino con carácter general, habrá que plantearse la despenalización de determinadas conductas, que es el eterno tabú que siempre hay cuando se refiere a determinado tipo de crímenes, como los relacionados con el tráfico de drogas tóxicas y estupefacientes. Las figuras penales no son inalterables. Son inalterables, por ejemplo, las que se refieren a la vida. Matar a una persona siempre será un acto ilegal cuando se hace cumpliendo determinados requisitos que son los establecidos en las leyes. Pero ha habido conductas que han sido penalmente sancionables en un momento y luego no lo ha sido, y han sido legalizadas esas conductas y recompuesta la situación penal de aquellos que las quebrantaron. En el tráfico de drogas ocurre algo similar. Todavía sigue viva la polémica en algunos países acerca del consumo de drogas y su penalización. Incluso, se oye en los últimos días que algún responsable político señala como una de las causas de la inseguridad del país el consumo de drogas en otro país. A mí me parece eso un regreso gravísimo. En España nunca ha estado castigado el consumo de drogas; nunca ha sido delito porque se ha considerado como un ámbito de la autonomía, de la libertad de las personas y lo que se han establecido son mecanismos de rehabilitación y de prevención. En Italia, cuando se sancionó el consumo, se llenaron las cárceles y dos años después tuvieron que volver a legalizar la situación. En Estados Unidos, que es sancionable en algunos estados, se hace una política de dejar pasar la situación y de no hacer nada, porque no se atreven a tomar la decisión de decir: “Regulemos esto de una vez. Establezcamos cuáles son los límites. Hagamos que los negocios no sean negocios”. A eso me refiero. Para eso tenemos que hacer un diagnóstico y tenemos que hacer un diagnóstico sincero y muy crudo. Soy de los que dicen no que haya que legalizar, porque no se trata de legalizar, pero sí hay que reconducir esa política.


¿Esta posibilidad de legalizar puede hacerse de manera aislada por un solo país?


No, ese es el tema. Sí hay cosas que se pueden hacer. Hay que tomar iniciativas, hay que atender a la sociedad; cada país tiene algunas particularidades y luego hay algunas que son generales a todos los países. La política de represión del narcotráfico y del crimen organizado en México, según Naciones Unidas, según el último informe de Naciones Unidas sobre tráfico de drogas y crimen organizado, es que el enfrentamiento entre los distintos cárteles ha producido que se busquen espacios más cómodos para continuar en el negocio. Como a su vez, desde el sur, desde Colombia, se está desarrollando una política muy firme de combate en contra del narcotráfico, pues si la presión viene de arriba y la presión viene de abajo, se ha concentrado el problema en Centroamérica y tenemos el auténtico nuevo “triángulo de oro”, que ahora está en El Salvador, Honduras y Guatemala, donde los índices de criminalidad y de violencia son comparables relativamente a los que acontecen en México. Ante esa especie de acción acordeón es que no podemos fijarnos en un lugar olvidando al otro.


Cuando el actual gobierno mexicano asumió el mando dijo que la situación era tan grave que la única alternativa que había era involucrar a las Fuerzas Armadas en el combate a la delincuencia organizada. ¿Usted cree que haya sido una decisión correcta? ¿Cree que había otra?


Yo no quiero criticar para nada las decisiones de un gobierno democráticamente elegido, para eso están ustedes los mexicanos y mexicanas, para criticarlo. Ahora, a lo que no renuncio es a mi planteamiento sobre el tema. Siempre me he mostrado contrario a la participación de las fuerzas militares en investigaciones de criminalidad ordinaria, ni si quiera en las de terrorismo, en tanto que yo siempre he considerado que el terrorismo se debe abordar como un delito y no como un fenómeno frente al cual se tenga que desencadenar una guerra.


Involucrar cuerpos militares que no están pensados, ni diseñados en su forma, en su génesis, en su dinámica, en su actuación para actividades de investigación, en donde se involucran muchas más cosas que la simple acción militar, es muy complejo cuando menos, y discutible también.


¿Y cuál es el riesgo en materia de derechos humanos?


El riesgo en el área de los derechos humanos es muy grande, porque además, yo no sé si aquí se ha hecho o no, pero la acción de las fuerzas militares en el ámbito de la lucha contra el narcotráfico y la violencia derivada del crimen organizado, deberían haber ido acompañadas, si no precedidas, de una clarísima doctrina de respeto y defensa de los derechos humanos, eso como mínimo. Ya que se toma la decisión política de intervención, es que simultáneamente se les exijan los mismos requisitos que a otros cuerpos le son obligatorios.


¿Cree usted que los tomadores de decisiones que eligieron la estrategia que se iba a seguir para combatir a la delincuencia organizada podrían correr el riesgo de ser juzgados por tribunales internacionales una vez que termine el sexenio?


Las decisiones que se toman del ámbito penal tienen que tener unas condiciones, unos requisitos que integren el tipo penal y que la conducta tenga relevancia jurídico-penal. Por tanto, lo primero que tendríamos que analizar es que esas conductas, las que fueren, tengan esa relevancia jurídico-penal, pueden no tenerla, pueden tener una relevancia política importante, pero no trascienden al punto penal. Si verdaderamente por acción-omisión o por comisión, por omisión, se han producido hechos que pueden tener relevancia penal, deberán ser los tribunales nacionales los que establezcan esa responsabilidad con toda y cada una de la cadena y de los pasos que existen en cada uno de los países. Sólo en el caso y en el supuesto que eso no se produjera y los crímenes fueran catalogados como crímenes internacionales, es decir, genocidio, crímenes de lesa humanidad o de agresión, que no es el caso que me pregunta, podría tener un reflejo en otros tribunales diferentes a los del país.


En México ha habido atentados contra jueces. ¿Qué decirles a los que por diversos motivos se inhiben de la persecución judicial?


Hay que reconocer que cuando hablamos de corrupción, no excluimos a ningún cuerpo, en el cuerpo judicial hay corrupción como en cualquier otro y además, hay que combatirla con más ahínco y con más eficacia, pero también es verdad que hay comportamientos que van más allá de lo que se debería exigir a un funcionario público. En el papel de juez no va escrito que tenga que ser un héroe, sino que es un administrador de justicia dentro de las instituciones democráticas de un país que debe de funcionar, pero a la vez, también el juez debe de asumir que por el hecho de administrar justicia recta, imparcial e independiente, se asumen riesgos y esos riesgos te pueden llevar a las peores consecuencias contra tu propia persona. Yo comprendo que algunos colegas en un momento determinado pues antepongan su seguridad personal, familiar y cambien de profesión, pero no comparto que esto tenga que ser así. El juez es el último garante de los derechos de la sociedad y debe ser el último que abandone su labor, por el contrario creo que si la labor de los jueces partiendo de la convicción y de la generalización de cada uno y su trabajo fuese en ese marco que he dicho de independencia, legalidad, imparcialidad, contundente y coordinada llegaría un momento en que se ganaría la partida.

Tomada de El Universal.

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¿Cómo evitar el prolongado letargo de la economía?

Por Joseph Stiglitz (*)

En este diluvio de malas noticias económicas, el único pensamiento reconfortante es que las cosas podrían haber sido peores: el conjunto de las tres agencias clasificadoras habrían podido bajar la nota a los EE.UU., las Bolsas podrían haber caído más aún y los EE.UU. podrían haber caído en el default de su deuda.
La opinión general es que todavía existe, en este nuevo episodio de la Gran Recesión el elevado riesgo de que las cosas empeoren, sin que los gobiernos encuentren un instrumento eficaz. El primer punto es certero, pero el segundo no lo es.

Durante la crisis y aún antes los economistas keynesianos plantearon una coherente interpretación de los acontecimientos. Antes de la crisis, y en gran medida en los EE.UU., la economía mundial se hallaba sostenida por una burbuja. La explosión de la burbuja dejó un excedente de endeudamiento e inmobiliario. El consumo se mantendrá bajo y en ambos lados del Atlántico la austeridad garantiza que no será el Estado quién llene el vacío. No es sorprendente, por lo tanto, que en estas condiciones las empresas aún las que tienen acceso a los capitales se resistan a invertir.

Es cierto que quienes se preocuparon por la falta de instrumentos políticos, en parte tienen razón. La mala política monetaria que nos ha sumergido en el cenagal no está en condiciones de auxiliarnos. Pero si logramos calmar a los halcones de la inflación de la Reserva Federal, un tercer período de flexibilización cuantitativa sería todavía menos eficaz que el precedente. El que más contribuyó probablemente a generar burbujas en los mercados emergentes, sin relanzar sin embargo los préstamos ni las inversiones en los EE.UU.

El anuncio realizado por la Reserva Federal de que mantendría sus tasas testigo a un nivel cercano a cero durante los dos años próximos revela manifiestamente su desesperación ante las dificultades económicas. Por lo tanto aunque esa medida consiga poner límites, por lo menos temporalmente, a la caída de los precios de las acciones, no echará las bases de la recuperación: no son las elevadas tasas de interés las que impiden reflotar la economía.

Las grandes empresas regurgitan liquidez, pero los bancos no otorgan préstamos a las empresas medianas y pequeñas que en toda economía son fuente de creación de empleos. La FED y el Tesoro han fracasado lamentablemente en la revigorización de ese tipo de préstamos, que serían mucho más eficaces para reactivar la economía que el mantenimiento de bajas tasas de interés hasta 2015.

Por lo tanto la verdadera solución, al menos en lo concerniente a países como los EE.UU., prestar a bajas tasas de interés es sencilla: utilizar el dinero para proceder a inversiones altamente rentables. Eso reactivaría el crecimiento y generaría ingresos fiscales, reduciendo de ese modo la relación entre la deuda y el producto bruto interno (PBI) y mejorando la sustentabilidad de la deuda.

Aun con las condiciones presupuestarias que conocemos, reorientar los gastos y los impuestos hacia el crecimiento reduciendo las retenciones salariales y aumentándoles los impuestos a los ricos, pero bajándoles también los impuestos a las empresas que invierten y aumentándoselos a las que no lo hacen, permitiría mejorar la sustentabilidad de la deuda.

Las políticas actuales se resisten sin embargo a encarar esas soluciones. Los mercados saben que la ola de bajos impuestos y de fetichismo que circula actualmente por el Atlántico norte significa que no existe disponible ningún instrumento: la política monetaria no funcionará, la política presupuestaria está trabada, el crecimiento declinará y el mejoramiento de los déficit (resultado de la austeridad) será decepcionante.

Pero, como lo muestra la degradación anunciada por Standard and Poors (S&P), también los mercados tienen su agenda política. Ningún economista se contentaría con tomar en consideración solo la columna deudora del balance. Es sin embargo lo que ha hecho S&P. Más revelador es aún el hecho de que los EE.UU. regulan su deuda en dólares y que son ellos los que controlan la emisión de billetes. No hay por lo tanto ningún riesgo de default excepto en el tipo de pantomima política que nos acaba de brindar S&P.

Los mercados se equivocan a menudo, pero el balance de las agencias de calificación no inspiran confianza, en todo caso no se justifica ciertamente que se sustituya la opinión convergente de millones de personas por el criterio de un puñado de tecnólogos que trabajan para una firma cuya conducción y motivaciones son problemáticos. Los dirigentes europeos tienen razón cuando acaban de pedir que no hay que fiarse demasiado de las calificaciones de esas agencias.

Europa y Estados Unidos se hallan actualmente enfrentados a excepcionales dificultades políticas. Es difícil opinar sobre cual de las situaciones es peor: la parálisis estadounidense o la tambaleante estructura política europea. Los dirigentes europeos han tomado medidas decisivas pero los acontecimientos van más rápido aún que sus ratificaciones y su puesta en marcha.

En Europa la relación entre la deuda y el PBI es más baja que en los EE.UU.; si tuviera igualmente un adecuado presupuesto común, Europa estaría en mejores condiciones que los EE.UU.

El otro problema de Europa es que hay demasiada gente que piensa que la austeridad presupuestaria es la respuesta adecuada. Recordemos sin embargo que antes de la crisis España e Irlanda registraban excedentes y una débil relación entre deuda/PBI. Aumentar la austeridad no tendrá otro resultado que desacelerar el crecimiento de Europa y acrecentar los problemas presupuestarios.

Los responsables europeos no advirtieron sino ahora que Grecia y los demás países alcanzados por la crisis necesitaban crecer y que la austeridad no es el camino.

Todo lo anterior acrecienta la probabilidad de que el Atlántico norte sufra una recesión de doble vacío, pero tampoco hay nada mágico en el número cero. La tasa de crecimiento crítica es aquella a partir de la cual deja de ahondarse el déficit laboral. El problema es que la actual tasa de crecimiento de Europa y de los EE.UU. que está alrededor del 1% es menos de la mitad de lo que se necesitaría para lograrlo.

A comienzos de la recesión, escuchamos muchas amables palabras acerca de que habíamos aprendido lecciones de la Gran Depresión y del prolongado letargo japonés. Ahora sabemos que no habíamos aprendido nada. El plan de reactivación estadounidense es demasiado modesto, poco durable y mal concebido.

No se ha obligado a los bancos a volver a prestar. Nuestros dirigentes han intentado camuflar las debilidades de la economía, temiendo tal vez que hablando francamente se corría el riesgo de destruir totalmente una confianza ya demasiado frágil. Pero la partida ya está perdida.

Ahora la amplitud del problema ha salido a la luz y ha surgido una nueva certeza: la certeza de que cualesquiera que sean las medidas que se adopten, las cosas van a emporar. Un prolongado letargo parece ser de ahora en más el escenario más optimista.

(*) Premio Nobel de Economía.
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Brasil: auge de la cooperación Sur-Sur

Por Thalif Deen (*)

Como potencia económica emergente, Brasil cumple con uno de los objetivos clave de la agenda de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en materia de desarrollo, la cooperación Sur-Sur. La Agencia de Cooperación brasileña participa en numerosos proyectos, la mayoría en el sector agrícola, en más de 80 países de Asia, África, América Latina y el Caribe.
Las iniciativas van desde ganadería y pesca hasta horticultura y la producción de alimentos, en general.

Brasil colabora con el desarrollo de una plantación experimental de algodón en Mali, otra de arroz en Senegal, un centro de capacitación y un programa de seguridad alimentaria en Timor Oriental y con la producción de soja en Cuba.

Además, brinda asesoramiento técnico a Haití para desarrollar tecnología agrícola, otro centro de capacitación en Paraguay y la creación y consolidación del Instituto de Agricultura y Ganadería en Bolivia.

El gobierno brasileño firmó 21 acuerdos internacionales en 2010 con una sola organización regional, la Comunidad del Caribe (Caricom), además de suscribir pactos bilaterales con Jamaica, Guyana, Suriname y Haití.

Hay seis ministerios brasileños involucrados en la cooperación Sur-Sur, como el de Desarrollo Rural, Desarrollo Social y Lucha contra el Hambre, Pesca y Acuicultura, Ambiente, Agricultura, Ganadería y Suministros y Relaciones Exteriores.

El peso de Brasil es por demás importante al formar parte, con India y Sudáfrica, del grupo de potencias emergentes, IBSA.

"La identidad de IBSA radica en promover el desarrollo, pero no solo entre sus miembros" sino en el Sur, en general, dijo a IPS el embajador Gilberto Moura, director del Departamento de Mecanismos Interregionales.

El grupo también asiste a las naciones en desarrollo a través del Fondo IBSA para Aliviar la Pobreza y el Hambre, inaugurado por los jefes de Estado y de gobierno durante la Asamblea General de la ONU de septiembre de 2003.

El millón de dólares que dona cada miembro del grupo al año se utiliza para proyectos de cooperación, en especial en los países menos desarrollados y los que sufrieron conflictos armados, indicó Moura.

Las iniciativas se ajustan a los principios de la cooperación Sur-Sur, como el fortalecimiento de las capacidades nacionales, la participación de actores locales, pero también promover la nacionalización de empresas estratégicas y asegurar su sustentabilidad, añadió.

Las naciones en desarrollo que comparten conocimiento, intercambian ideas y tienen planes coordinados pueden obtener mayores réditos de los logarían por su cuenta, señaló el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.

La cooperación Sur-Sur es un componente vital de la respuesta mundial para luchar contra el hambre y la pobreza en el mundo, añadió.

La administradora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Helen Clark, suscribió un acuerdo para reforzar las actividades de la agencia en Brasil.

El PNUD "está comprometido a facilitar la cooperación Sur-Sur y espera trabajar más de cerca con Brasil en distintos países", indicó.

Entre los proyectos de IBSA se cuenta un complejo deportivo en la ciudad cisjordana de Ramalah, otro de recolección de residuos sólidos en Haití y la renovación de dos centros de atención médica en zonas aisladas de Cabo Verde.

El Fondo concluyó cuatro proyectos, en Cabo Verde, Guinea-Bissau, Haití y Palestina. Tiene otros cuatro en curso en Burundi, Cabo Verde, Camboya y Guinea Bissau y, siete más por empezar: dos en Guinea Bissau y Palestina y uno en Laos, Sierra Leona y Vietnam, dijo Moura.

Hay otras iniciativas que están a estudio en países como Sudán, Sudán del Sur y Timor Oriental, añadió.

Todos los proyectos de IBSA requieren la participación activa de los tres miembros, indicó Moura.

Sudáfrica que encabeza ahora la Secretaría rotativa de IBSA (responsable de coordinar las reuniones) organizará la próxima cumbre presidencial en octubre, cerca de la costera ciudad de Durban.

Pero antes, Brasil organizará un seminario sobre la Sociedad de la Información en Río de Janeiro el 1 y 2 de septiembre.

Hay 16 grupos de trabajo en áreas específicas, indicó Moura, como gestión pública, administración de ingresos, agricultura, turismo, asentamientos humanos, ciencia y tecnología, comercio, cultura, defensa, desarrollo social, educación, energía, ambiente, salud, sociedad de la información y transporte.

Son espacios para intercambiar experiencias y desarrollar iniciativas comunes, observó Moura.

En materia de ciencia y tecnología, IBSA lanzó el programa llamado Ibsaocean en el que participan científicos de los tres países. "También trabajan en un satélite", apuntó.

Además, representantes de IBSA trabajan sobre varios temas con la Organización Mundial de la Salud.

(*) Periodista IPS.
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Chile: una revolución en marcha

Editorial de “Punto Final” (*)

Resulta difícil para muchos aceptar que en Chile estamos viviendo una verdadera revolución, en este caso un proceso de profundos cambios que llevarán a término la democratización que dejó a medio camino la hoy agonizante Concertación de Partidos por la Democracia.
Como toda revolución verdadera, es diferente y sorprende incluso a sus propios actores, pero sobre todo, a las fuerzas conservadoras encargadas de mantener incólume, a sangre y fuego, el orden heredado. Así ocurrió en Chile en 1970, y vuelve a suceder hoy en condiciones bien diferentes. Esta revolución -con un sello juvenil e imaginativo- no pretende derrocar al gobierno ni tomar el poder, ni reemplazar el sistema capitalista por otro más justo que no se sustente en la propiedad privada de los medios de producción. Aún no es hora.

La palabra “revolución” para definir al bullente movimiento de estudiantes que desde hace tres meses conmueve al país, no es excesiva. Los jóvenes han tomado las banderas de la protesta social de amplios sectores -incluyendo las usualmente pasivas capas medias-, y las han proyectado al futuro, libres de todo reduccionismo dogmático y del cálculo pequeño que ha envilecido la política nacional. Basta observar el cambio producido en el plano de las conciencias. El pensamiento revolucionario ha ganado su primer y más importante enfrentamiento: nadie hoy se atreve a poner en duda la legitimidad de las demandas estudiantiles y ciudadanas.

Un avezado revolucionario como Fidel Castro, sostiene que la “batalla de las ideas” es el principal desafío al que están convocados los rebeldes de nuestro tiempo. Allí fue, en efecto, donde sufrimos nuestras derrotas más importantes. El caso de Chile es muy aleccionador. La generación de los 70, cuyos sobrevivientes -partidos, grupos y personas- sólo pueden aspirar hoy al honroso papel de ponerse a disposición incondicionalmente de los nuevos liderazgos político-sociales, sufrió la pérdida de miles de compañeros y compañeras muy valiosos. Pero fue en lo ideológico donde la derrota fue aún peor. Son los nietos de aquella generación los que han tomado en sus manos el testimonio actual de la eterna lucha por la justicia, la solidaridad y la igualdad de derechos de los ciudadanos. La protesta social que encabezan los estudiantes -a la espera que los trabajadores asuman su rol histórico-, ha logrado instalar la necesidad de un cambio profundo en Chile. Se ha producido lo que hasta hace pocos meses se consideraba imposible: que una clara mayoría comparta la idea de que el modelo económico, social, institucional y cultural que instauró la dictadura de generales, almirantes y grandes empresarios tiene que ser modificado hasta en sus raíces para abrir paso a la justicia social. Esta demanda por el cambio, a partir de la exigencia de igualdad de derechos en la educación, basada en una vigorosa denuncia de la desigualdad y discriminación que padece nuestro pueblo en educación, salud, vivienda, salarios, etc., se ha producido en un país de América Latina alabado como ejemplo por su modelo de economía de mercado. Por eso el cambio que tiene lugar en Chile en estos días, como fruto de una sostenida protesta social que se dimensiona como una revolución, ha sorprendido al mundo. Pero también a muchos chilenos privilegiados por el sistema que no percibieron la indignación que estaba fermentando en las entrañas de la sociedad. Hoy, después de tres meses de movilizaciones estudiantiles pacíficas -pero agredidas por el atropello policial- es difícil encontrar defensores a ultranza del modelo o que nieguen lo justo del reclamo de poner fin al lucro en la educación. Hasta el presidente de la República, el connotado empresario Sebastián Piñera, cuya fortuna asciende -dicen- a 2.400 millones de dólares, admite los “grados excesivos de desigualdad” social que existen en este país y que a él le correspondería intentar corregir. Lo mismo opinan políticos, empresarios y autoridades eclesiásticas que desde la derecha y la Concertación intentan apagar el incendio y salvar sus privilegios. Ellos balbucean su miedo ofreciendo mediaciones, reformas constitucionales y -quizás- hasta tributarias si los apretan un poco.

El temor y desorganización de las clases dirigentes revelan cómo la batalla de las ideas se está resolviendo a favor del cambio. La institucionalidad ha entrado en una etapa en que algunos de sus usufructuarios alertan sobre el peligro de la ingobernabilidad, y otros -en franco estado de pánico- invocan como de costumbre a las fuerzas armadas para encargarse del trabajo sucio que creen inevitable. Los administradores del sistema saben que la revolución democrática y desarmada -que rescata los valores y derechos del ciudadano- pondrá fin al modelo neoliberal y sus huellas se prolongarán en el tiempo. Con esta revolución juvenil y creadora ocurrirá lo que sucedió con el cambio cultural de los años 60, con el movimiento hippie, las repercusiones de la revolución cubana y de la guerra de Vietnam, la independencia de los países africanos y asiáticos, las jornadas de mayo del 68, en Francia, y la “primavera de Praga”. Porque esta revolución en Chile ha dejado al descubierto las tripas del sistema neoliberal, sumando evidencias lacerantes a la crisis global que experimenta el sistema. La revolución encabezada por los jóvenes chilenos es creativa, plural y sorprendentemente ideológica en el más limpio sentido de la palabra. No obstante su fuerza, no tiene un destino asegurado. Puede sufrir considerables dificultades si termina atrapada en una institucionalidad hábil en hacer trampas y en cooptar al movimiento social. Sin embargo, las demandas de hoy en educación, salud, derechos sociales y políticos, no tienen solución en el marco de la actual Constitución. Hay que volcar esfuerzos en avanzar hacia una Asamblea Constituyente que elabore y plebiscite la nueva Constitución democrática de Chile. Ese camino se puede ver hoy con más optimismo, ha nacido un espíritu que lucha por ideales que parecían perdidos. Se están trazando las líneas de un nuevo Chile que recoge, sin decirlo y hasta olvidándolo, el sedimento de muchas luchas victoriosas y derrotas terribles, de ejemplos buenos y malos que no están -felizmente- en el primer lugar de las preocupaciones de los jóvenes que se vuelcan al futuro y a la esperanza de un cambio. Hay en nuestra dispersa Izquierda un agotamiento de lenguaje, de ritos y exterioridades que debe ser asumido conforme a los ejemplos que están dando los jóvenes. Ideas nuevas para problemas viejos y criterios novísimos para los fenómenos emergentes.

Algunas demandas pueden resolverse ahora mismo, si se mantiene la presión para lograrlo. Otras tomarán más tiempo, como la Asamblea Constituyente. Hay demandas más complejas, como la renacionalización del cobre, entrabada tanto por la Constitución actual como por las leyes orgánico-constitucionales y hasta por los tratados de libre comercio suscritos por los gobiernos de la Concertación. Lo importante es que lo central está conseguido: se ha puesto en cuestión un modelo de dominación que se creía inamovible. El rechazo al lucro en todas aquellas cuestiones fundamentales para el individuo y su familia, el respeto pleno al medioambiente, la vigencia absoluta de los derechos humanos, la representatividad efectiva del sistema democrático y de los mecanismos de consulta directa a la ciudadanía, el derecho a la participación, se han instalado como objetivos legítimos en la conciencia ciudadana. La “clase política” no podrá seguir rehuyendo su responsabilidad de ayudar a abrir paso pacíficamente a la nueva época que quiere vivir Chile. El cambio sólo asusta a la derecha económica y política y a las cúpulas concertacionistas que validaron los remiendos de la Constitución dictatorial, y que cifraron sus esperanzas de estabilidad y ascenso social en éxitos macroeconómicos, olvidando que su precio era la desigualdad y la marginación de grandes sectores que ahora hacen oír su potente voz y que exhiben su enorme fuerza.

 

(*) Edición Nº 740,
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Libia: las lecciones de Irak

Por FRED KAPLAN (*)

Con el reinado de Muamar Gadafi en Libia casi finalizado, ahora la pregunta es: ¿Y ahora qué? Nadie de los que están allí lo sabe y los que estamos fuera -y que no hemos tenido acceso a las conversaciones entre líderes rebeldes y sus contactos occidentales—sabemos menos.

Por lo menos en esta ocasión todo el mundo comprende (o debiera comprender) que "cambio de régimen" solamente marca el comienzo de la historia, no su final. Y, en cualquier caso, esta vez (una importante diferencia entre la Libia post-Gadafi y, digamos, el Irak post-Sadam) los libios estarán al mando; ha sido su guerra, y pronto será su victoria, no la nuestra.

En este sentido, la política del presidente Barack Obama de apoyar a los rebeldes sólo hasta el punto de hacer las cosas que ningún otro puede hacer -una política censurada por sus críticos como excesiva o como insuficiente- ha resultado ser casi perfecta.

Sin el bombardeo de precisión al inicio del conflicto, los aviones no tripulados de vigilancia y ataque más tarde, y las redes de control y mando continuamente, es casi seguro que la rebelión hubiera sido aplastada. (Mi impresión es que la CIA y los servicios de operaciones especiales de otros países occidentales también han ayudado a adiestrar a los soldados rebeldes sobre el terreno.)

Al mismo tiempo, debido a que Estados Unidos ha mantenido un perfil bajo (en comparación con otras naciones de la OTAN, especialmente Reino Unido, Francia e Italia, que tienen un interés mayor en el destino de Libia), la regla del "puesto de cerámica" -si lo rompes, lo compras—no se aplicará.

Los senadores republicanos John McCain, por Arizona, y Lindsey Graham, por Carolina del Sur, han hecho pública una declaración realmente desagradable, felicitando a "nuestros aliados británicos, franceses y de otros países, así como a nuestros socios árabes, especialmente Catar y los EAU, por su liderazgo en este conflicto", añadiendo, casi como por si acaso, "los norteamericanos pueden estar orgullosos del papel que ha desempeñado nuestro país contribuyendo a la derrota de Gadafi, pero lamentamos que ese éxito haya tardado tanto por no haber empleado Estados Unidos todo el peso de nuestra fuerza aérea."

Primero, seis meses, aunque es más tiempo de lo que la mayoría preveía (y una eternidad en el mundo de 24 horas de noticias por cable), no es un tiempo terriblemente largo para una operación cuyo fin es deponer a un dictador que ha conseguido permanecer en el poder durante cerca d 42 años.

Segundo, si un par de prominentes demócratas hubiera hecho pública semejante declaración, digamos, después de que el presidente George W. Bush contribuyera a desalojar del poder a los talibanes en Afganistán, se les hubiera tachado de partidistas resentidos o de algo peor.

Si Obama hubiera emprendido una campaña de bombardeo masivo, y no digamos si hubiera dispuesto a la infantería norteamericana sobre el terreno (como algunos neoconservadores pedían con insistencia), y si, como resultado de ello, Gadafi se hubiera rendido o muerto entre los escombros de su palacio, el mundo -quizá los propios rebeldes—se habría indignado por la "agresión imperialista" y habría exigido que Estados Unidos restaurase el orden, y luego nos hubiera criticado severamente si nuestro esfuerzo se quedaba corto.

Sin embargo, ahora mismo, los libios no pueden restaurar el orden o reconstruir su país ellos solos. Gracias en buena parte a las cuatro décadas de gobierno de Gadafi, no tienen tradiciones o instituciones democráticas, su economía está patas arriba, sus fuerza armadas y su policía están en retirada, y, por mucho que los rebeldes hayan aprendido estos últimos meses a maniobrar contra un enemigo armado y a coordinar un asalto a una ciudad, es una incógnita saber si serían capaces de ejercer labores de policía en esa misma ciudad.

Hay lecciones que deben aprenderse de lo que se hizo, y no se hizo, en los primeros meses de la ocupación de Irak comandada por Estados Unidos. Esperemos que alguien haya entendido cómo aplicar esas lecciones a Libia.

Por ejemplo:

Imponer la ley y el orden inmediatamente. Si las autoridades bajo mando estadounidense hubieran disparado contra algunos saqueadores en los primeros días posteriores a la huída de Saddam Hussein de Bagdad (en vez de anunciar el caos como una desbordante expresión de libertad, como hizo Donald Rumsfeld) la ocupación de Irak podría haber seguido un curso muy diferente. Después de que Gadafi se venga abajo, los nuevos poderes, sean quienes sean, podrían declarar un toque de queda, quizá incluso una ley marcial, al menos durante un tiempo. Eso no debería ser necesariamente causa de alarma; es probablemente algo esencial, no solo para prevenir que resistentes pro-Gadafi continúen luchando, sino también para reprimir las tensiones entre facciones y tribus en el seno de los rebeldes.

Como condición previa para imponer el orden los mandos rebeldes necesitarán aprender el modo de compartir el poder, al menos a corto plazo. Puede que no sea fácil. Las "fuerzas rebeldes" consisten en al menos una docena de facciones, algunas de las cuales se odian mutuamente. (Hace solo unas semanas el comandante en jefe de los rebeldes fue asesinado, casi con toda seguridad por un oficial rival.) Uno espera que se hayan decidido ya por alguna fórmula. Si no es así, la situación podría ser desastrosa.

Liberar el dinero. Al comienzo del conflicto las naciones occidentales congelaron los activos de Libia (30.000 millones de dólares solo en Estados Unidos), en espera de la llegada de un nuevo régimen. La administración de Obama ha reconocido ahora al Consejo Nacional de Transición como gobierno legítimo (como lo han hecho la mayoría de los países occidentales involucrados) y sus responsables ya han dicho que la congelación será levantada.

Una gran lección no solo del Irak post-Sadam sino también de Afganistán, de la Primavera Árabe, y de casi toda agitación política de esa magnitud en la historia, es que las revoluciones alimentan altas expectativas y, si las expectativas no son satisfechas al menos de algún modo, vuelve la tiranía o surge el caos. Una manera de impedir esas fatalidades es proporcionar trabajo, y un medio de hacerlo es financiar proyectos. En Libia es necesario reconstruir mucho, o simplemente construir. Es preciso canalizar dinero para ese tipo de proyectos lo antes posible.

La frase clave, por supuesto, es "lo antes posible". Uno solamente puede esperar que esté ya listo el mecanismo, de rápida puesta en práctica, que pueda procesar, administrar y controlar el cash flow. Ese mecanismo no tiene que ser perfecto, o "a prueba de" FMI. En algunos aspectos, es mejor si supone la participación de tradicionales, o de algún modo conocidas, redes de autoridad. Pero el simple vertido de dinero es una receta para la inflación, la corrupción intensiva (cierta corrupción es casi inevitable, pero más de la cuenta será ruinosa), y la ausencia de verdadero desarrollo.

Una vez que se haya establecido algún mecanismo, el dinero deberá ser canalizado hacia proyectos locales, preferiblemente muchos y pequeños, después de (rápida) consulta a (o de abierto control de) personas que sepan qué tipo de mejoras son necesarias y factibles. Aquí Irak nos da una lección negativa. Cuando, después de algún retraso, Estados Unidos asignó 18.500 millones de dólares para la reconstrucción económica de Irak, el dinero se gastó en grandes proyectos y se contrató con corporaciones cuyos dirigentes eran incompetentes acerca del medio ambiente local. Por ejemplo se gastó un montón de dinero en una nueva central eléctrica pero no había cables para llevar la electricidad a los hogares. También se adjudicó mucho dinero a la construcción de una nueva instalación para el tratamiento de aguas residuales, pero el contrato no contenía la provisión para el tendido de las tuberías de desagüe.

Ayudar a organizar las elecciones locales rápidamente. Es ingenuo esperar que la nueva Libia brote como una democracia. Pero cualquiera que sea el sistema político que resulte o se desarrolle, es improbable que arraigue pacíficamente a menos que una masa crítica de la población sienta que el nuevo sistema es suyo y que su éxito les incumbe. Quizá los mayores errores que cometieron los responsables estadounidenses de la ocupación en el Irak post-Sadam (además de tolerar a los saqueadores, disolver el ejército e impedir que los miembros del partido Baas ocuparan puestos de trabajo gubernamentales) fueron los de instalar un primer ministro y crear un complicado sistema de caucuses para seleccionar un parlamento nacional. Hubiera sido mejor reconocer la naturaleza tribal y regional de Irak como base para la creación de foros para elegir a los representantes locales. En pocas palabras, permitir que el gobierno se desarrollara más "orgánicamente" desde sus raíces.

Solo es de esperar (y, otra vez, si no es el caso, las cosas pronto irán mal) que diplomáticos, responsables de inteligencia y otros asesores que han celebrado reuniones con los rebeldes en las pasadas semanas o meses incluyeran en ellas a personas que supieran algo sobre la estructura social de Libia, y que esas personas fueran escuchadas por funcionarios de alto rango que es casi seguro (y comprensible) que no lo saben.

¿Un papel que le corresponderá a la CIA? Puede que sea una casualidad que el general David Petraeus vaya a ser investido director de la agencia el 6 de septiembre. En los meses iniciales de la ocupación de Irak, Petraeus, entonces al mando de la 101 División Aerotransportada, hizo en el norte de Irak (concretamente en Mosul, la capital de la provincia de Nínive) todo lo que de algún modo se necesita hacer en Libia. Impuso la ley y el orden mediante el despliegue de patrullas, organizó elecciones locales con la ayuda de líderes locales y dotó a miles de proyectos de reconstrucción con dinero que Saddam Hussein había atesorado en sus palacios. (Ese dinero, conocido como Programa de Respuesta de Emergencia del Mando, se obtuvo para proyectos similares por varios otros jefes militares norteamericanos en Irak, no solo por Petraeus.)

Es dudoso que a la CIA de Petraeus se le implique realmente en organizar ese tipo de programas en Libia (la agencia no tiene un claro mandato ni una predisposición cultural para llevar a cabo "operaciones de estabilidad"; y el Departamento de Estado, que se prepara para establecer una embajada en Trípoli en cuanto se despeje el humo, es probable que insista en tomar la iniciativa en ese terreno, en la medida en que los Estados Unidos tienen un papel que desempeñar.)

Sin embargo, la agencia puede (y lo hará, si se le ordena, incluso si Petraeus no estuviera a punto de convertirse en su director) llevar a cabo operaciones de inteligencia que ayuden a identificar los mejores destinos a los que dirigir los fondos de estabilización. En cualquier caso, ya que será una autoridad con nivel ministerial, sería tonto no aprovechar su experiencia en la materia. (Algunos funcionarios de la Casa Blanca no se fían mucho de Petraeus y le consideran un tanto ambicioso, una razón por la que no fue nombrado Jefe del Estado Mayor Conjunto. Pero la superarán.)

Mantener la internacionalidad. Ante todo (y estoy seguro de que la Casa Blanca lo entiende como una premisa básica), sea cual sea el tipo de gobierno que se cree en Libia, y sean cuales sean los tipos de programas de reconstrucción que se ofrezcan desde fuera de sus fronteras, Estados Unidos no estará a la cabeza. Ni debería estarlo. El presidente Obama se alistó en esta misión de una manera decisiva pero limitada, y en el marco de la política norteamericana se podría apostar que el alcance de ese compromiso seguirá siendo "decisivo pero limitado".

En su declaración del lunes pasado, Obama alabó la operación como, entre otras cosas, una demostración de "lo que la comunidad internacional puede lograr cuando nos mantenemos unidos como si fuéramos uno solo". Desde el final de la Guerra Fría, los norteamericanos han estado esperando a que los aliados tomen la iniciativa, y los aliados se han estado quejando (a veces falsamente) de la tendencia de Estados Unidos a dominar. Todas las señales sugieren que Obama está decidido a que Libia siga siendo un teatro -en la guerra y en la paz, en el conflicto y en su solución—en el que los actores de ambos lados del Atlántico (e incluyamos también aquí a los aliados árabes) vean cumplidos sus deseos.

Fred Kaplan es periodista y columnista de Slate Magazine.
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Las Américas serán la capital mundial de la energía

Por Amy Myers Jaffe (*)

Durante medio siglo, el centro de gravedad mundial del suministro de energía ha sido Oriente Medio. Este hecho ha tenido enormes consecuencias para el mundo en el que vivimos y esto está a punto de cambiar.

En la década de 2020, la capital de la energía se habrá desplazado muy probablemente hacia el hemisferio occidental, donde estaba antes del ascenso de megasuministradores de Oriente Medio como Arabia Saudí y Kuwait, en los años 60. Las causas de este cambio son en parte tecnológicas y en parte políticas. Los geólogos saben hace mucho que las Américas albergan grandes cantidades de hidrocarburos atrapados en depósitos offshore (en el subsuelo marítimo) de difícil acceso, rocas de pizarra bituminosa en tierra firme, arenas petrolíferas y formaciones de crudo pesado. EE UU posee petróleo no convencional en cantidades que superan los dos billones de barriles, con otros 2,4 billones en Canadá y más de 2 billones en América del Sur, mientras que las existencias de petróleo convencional de Oriente Medio y Norte de África ascienden a 1,2 billones. El problema ha sido siempre cómo desbloquearlas desde el punto de vista económico.

Sin embargo, desde principios de 2000, la industria energética ha resuelto gran parte de ese problema. Con la ayuda de la perforación horizontal y otras innovaciones, la producción de gas bituminoso de Estados Unidos se ha disparado, en menos de una década, desde prácticamente cero a entre un 15% y un 20% del suministro nacional de gas natural. En 2040, podría representar más de la mitad. Este enorme incremento de volumen ha dado un giro radical a las conversaciones en la industria estadounidense de gas natural; si antes EEUU se las veía y se las deseaba para satisfacer las necesidades de gas natural del país, ahora le preocupa encontrar compradores potenciales para el superávit.

Mientras tanto la producción de petróleo en tierra firme en EE UU, condenada por los analistas a una inexorable decadencia durante dos décadas, está a punto de protagonizar una recuperación inesperada. La producción de petróleo de pizarra bituminosa, un proceso técnicamente complejo que implica extraer hidrocarburos de los depósitos sedimentarios, sólo está comenzando, pero los analistas prevén una producción de hasta 1,5 millones de barriles diarios en los próximos años, contando solo los yacimientos de las Grandes Llanuras y Texas, lo que equivale a un 8% del consumo actual de EE UU. Este avance hace que nos preguntemos qué más podría lograr la industria de energía de Estados Unidos si los precios permanecen altos y la tecnología sigue avanzando. Un aumento de la tasa de recuperación en antiguos pozos, por ejemplo, podría también frenar los declives anteriores. Además de todo esto, los analistas esperan entre 1 y 2 millones de barriles adicionales diarios provenientes del Golfo de México ahora que se está reanudando la perforación. ¿Pico del petróleo? No en un futuro próximo.                               
El panorama en el resto de las Américas es igualmente prometedor. Se cree que Brasil tiene capacidad para extraer 2 millones de barriles diarios a partir de yacimientos de aguas profundas de capas presaladas, depósitos de crudo encontrados a más de una milla bajo la superficie del Océano Atlántico que hasta hace un par de años eran tecnológicamente inaccesibles. Avances similares van a producirse en las arenas bituminosas de Canadá, donde se obtiene petróleo en minas a cielo abierto a partir de arenas alquitranadas y sería posible producir, tal vez, entre 3 millones y 7 millones de barriles diarios adicionales si el crudo pesado o el kerógeno, disponible in situ en EEUU pudiera producirse de forma comercial, un proceso que supone calentar la roca para conseguir bombear petróleo en forma líquida. No cabe duda de que estos adelantos tienen que superar obstáculos medioambientales y la industria está empezando a darse cuenta de que debe encontrar la forma de vencerlos, invirtiendo en fluidos de perforación que no sean tóxicos, técnicas menos invasivas de fracturación hidráulica y nuevos procesos de reciclaje del agua, entre otras tecnologías, con la esperanza de reducir el impacto medioambiental de las perforaciones. Además, al igual que la industria petrolera de Estados Unidos, una China sedienta de petróleo ha reconocido también el potencial energético de las Américas, invirtiendo miles de millones en Canadá, EE UU  y América Latina.

Mientras, Oriente Medio y África del Norte, sacudidas por las revoluciones, pronto se enfrentará a una verdad incómoda sobre su legado de combustibles fósiles. Los cambios de Gobierno en la región han provocado históricamente bruscos y duraderos descensos en la producción de petróleo. La producción petrolífera de Libia nunca ha recuperado los 3,5 millones de barriles diarios que generaba cuando el Coronel Muammar Al Gadafi derrocó al rey Idris en 1969; al contrario, lleva tres décadas estancada  en los 2 millones diarios y ahora se acerca a cero. Irán producía más de 6 millones de barriles diarios en los tiempos del Sha, pero la cifra cayó estrepitosamente por debajo de los 2 millones de barriles diarios a raíz de la Revolución Islámica de 1979. No pudo recuperarse de forma significativa durante la década de 1980 y sólo ha escalado hasta los 4 millones en los últimos años. La producción de Irak también ha sufrido durante sus muchos años de agitación y ahora se sitúa en 2,7 millones de barriles diarios, por debajo de los 3,5 millones que extraía antes de que Sadam Husein llegara al poder.

La primavera árabe va a complicar más aún las cosas: una interrupción al estilo de 1979 en las exportaciones de petróleo de Oriente Medio no puede descartarse fácilmente, ni los paros o huelgas de trabajadores petroleros involucrados en el zeitgeist [espíritu de la época] político de la región. En total, más de 21 millones de barriles diarios de petróleo están en juego: una cuarta parte de la demanda mundial. El auge en las Américas, mientras tanto, debería llevar a reflexionar a los autócratas de Oriente Medio; Tal vez no puedan contar con un constante aumento de los precios del petróleo para calmar a sus inquietas poblaciones.

Esta reordenación de la geopolítica impulsada por los hidrocarburos ya está ocurriendo. El petropoder de Irán, Rusia y Venezuela ha retrocedido  ante las abundantes provisiones de gas natural de América: el superávit de recursos en las Américas está obligando a los otros proveedores extranjeros a buscar compradores en Europa y Asia, haciendo más difícil que esos exportadores se afirmen mediante la dureza de una “diplomacia” energética. La industria de la energía de Estados Unidos también podría proporcionar a Europa y China la ayuda técnica necesaria para aprovechar sus recursos no convencionales, aliviando su necesidad de plegarse a Moscú o al Golfo Pérsico. Así que vigile esta área: EE UU puede volver a tomar las riendas el sector energético.

Directora del Foro Energético del Instituto Baker de la Universidad de Rice y coautora de Oil, Dollars, Debt, and Crises: The Global Curse of Black Gold (Petróleo, dólares, deuda y crisis: la maldición Mundial de oro negro).

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EN EL MAR DEL SUR DE CHINA ESTÁ EL FUTURO CONFLICTO

Por Robert  Kaplan

Europa es un paisaje terrestre; Asia oriental, un paisaje marino. Y ahí está una de las diferencias cruciales entre los siglos XX y XXI. Las áreas más disputadas del planeta en el siglo pasado se encontraban en tierra firme, en Europa, especialmente en la extensión plana que volvía artificiales las fronteras occidentales y orientales de Alemania, dejándolas expuestas a la marcha inexorable de los ejércitos. Pero a lo largo de las décadas, el eje económico y demográfico del planeta se ha desplazado de forma considerable hacia el extremo opuesto de Eurasia, donde los espacios entre los grandes centros de población son esencialmente marítimos.


Debido a la forma en la que la geografía acentúa y establece las prioridades, estos contornos físicos de Asia Oriental auguran un siglo naval ─entendiendo naval en el sentido más amplio, que incluye las formaciones de batalla marítimas y aéreas, ahora que se han vuelto cada vez más inextricables. ¿Por qué? Sobre todo ahora que sus fronteras son más seguras que en cualquier otro momento desde el apogeo de la dinastía Qing a finales del siglo XVIII, Pekín está llevando a cabo una innegable expansión naval. Es a través del poder marítimo como China borrará psicológicamente dos siglos de irrupciones extranjeras en su territorio, obligando a todos los países de su entorno a reaccionar.


Los enfrentamientos militares terrestres y marítimos son muy diferentes, lo que afecta sobre todo a las grandes estrategias necesarias para poder ganarlas ─o evitarlas. Los terrestres involucran a las poblaciones civiles, lo que convierte los derechos humanos en un elemento característico de los estudios sobre la de guerra. Los marítimos conciben el conflicto como un asunto clínico y tecnocrático, reduciendo la guerra a meras matemáticas, en marcado contraste con las batallas intelectuales que ayudaron a definir los conflictos anteriores.


La segunda Guerra Mundial fue una lucha moral contra el fascismo, la ideología responsable del asesinato de decenas de millones de no combatientes. La guerra fría fue una lucha moral contra el comunismo, una ideología igualmente opresiva que gobernó los vastos territorios conquistados por el ejército rojo. El período inmediatamente posterior a la guerra fría se convirtió en una lucha moral contra el genocidio en los Balcanes y África Central, dos lugares donde la guerra terrestre y los crímenes contra la humanidad no se pueden separar. Más recientemente, una lucha moral contra el islam radical ha llevado a Estados Unidos hasta los confines montañosos de Afganistán, donde tratar de forma humanitaria a millones de civiles es fundamental para el éxito del conflicto. En todos estos esfuerzos, la guerra y la política exterior se han convertido en materia de estudio no sólo para soldados y diplomáticos, sino también para los humanistas y los intelectuales. De hecho, la contrainsurgencia representa, por decirlo de alguna manera, una especie de culminación de la unión entre efectivos uniformados y expertos en derechos humanos. Este es el remate de la evolución de la guerra terrestre hacia la guerra total en la edad moderna.


Asia Oriental, o más precisamente el Pacífico Occidental, que se está convirtiendo rápidamente en el nuevo centro de actividad naval en el mundo, presagia una dinámica diferente. Probablemente producirá relativamente pocos dilemas morales como los que solían producirse en el siglo XX y principios del siglo XXI, con una remota posibilidad de guerra terrestre en la península de Corea como la excepción destacable. El Pacífico Occidental devolverá los asuntos militares al ámbito estricto de los expertos de defensa. No es solo porque estemos ante un ámbito naval, en el que los civiles no están presentes. También es debido a la naturaleza de los propios Estados en Asia oriental, que, como China, pueden ser muy autoritarios, pero, en la mayoría de los casos, no son extremadamente inhumanos o tiránicos.


La lucha por la supremacía en el Pacífico Occidental no conllevará necesariamente combates; gran parte de lo que ocurra sucederá de modo pausado y en el horizonte, en el vacío reino de los mares, con un tempo glacial acorde con la paulatina y sosegada adaptación al poder económico y militar que los Estados han consumado a lo largo de la historia. La guerra está lejos de ser inevitable, aunque la rivalidad es un hecho. Y si China y Estados Unidos gestionan con éxito la próxima entrega, Asia ─y el mundo─ serán más seguros y prósperos. ¿Qué puede ser más moral que eso? Recuerde: el realismo al servicio de los intereses nacionales, cuyo objetivo es evitar la guerra, es lo que ha salvado vidas a lo largo de la historia, mucho más que el intervencionismo humanitario.


Asia Oriental es una inmensa y formidable extensión que se prolonga casi desde el Ártico hasta la Antártida ─desde el sur de las Islas Kuriles a Nueva Zelanda─ y se caracteriza por un conjunto de líneas de costa aisladas y extensos archipiélagos. Incluso teniendo en cuenta la forma en la que la tecnología ha comprimido las distancias, el mar actúa como una barrera defensiva frente a las agresiones, al menos en mayor medida que la tierra firme. El mar, a diferencia de la tierra, crea fronteras claramente definidas, lo que le otorga potencial para reducir el conflicto. Luego, hay que considerar la velocidad. Incluso los buques de guerra más rápidos viajan con lentitud en comparación [con los vehículos terrestres], pongamos a 35 nudos, reduciendo las posibilidades de que se produzcan errores de cálculo y dando a los diplomáticos más horas, incluso días de margen para reconsiderar las decisiones. Las fuerzas navales y aéreas no ocupan territorios al modo de las terrestres. Precisamente los mares de Asia oriental ─el centro de la producción global y del incremento de compras militares─ son la razón por la que el siglo XXI tiene mayores posibilidades que el XX de evitar grandes conflagraciones militares.


Naturalmente, el este asiático sufrió grandes conflagraciones militares en el siglo XX, que el mar no impidió: la guerra ruso-japonesa, el casi medio siglo de guerra civil en China que llegó con la lenta caída de la dinastía Qing, las diversas conquistas del Japón imperial; seguidas de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, la guerra de Corea, las guerras en Camboya y Laos y las dos de Vietnam, con participación de los franceses y los estadounidenses. El hecho de que la geografía de Asia Oriental sea principalmente marítima tuvo poco impacto en esas guerras, que en esencia eran conflictos de consolidación nacional o de liberación. Pero esa época, en su mayor parte, ha quedado atrás. Los ejércitos del Asia Oriental, en lugar de centrarse en el interior, con ejércitos de baja tecnología, están centrándose en el exterior, con marinas de guerra y fuerzas aéreas de alta tecnología.


En cuanto a la comparación entre la China de hoy y la Alemania previa a la Primera Guerra Mundial que muchos hacen, es errónea. Mientras que Alemania fue una potencia principalmente terrestre, debido a la geografía europea, el gigante asiático será una potencia esencialmente naval, debido a la geografía de Asia Oriental.


El Este asiático puede dividirse en dos áreas generales: el noreste asiático, dominado por la península de Corea, y el sureste asiático, dominado por el mar del Sur de China. El noreste pivota sobre el destino de Corea del Norte, un Estado totalitario aislado con escasas perspectivas en un mundo regido por el capitalismo y la comunicación electrónica. Si Corea del Norte implosionara, China, Estados Unidos, Corea del Norte y las fuerzas terrestres de Corea del Sur podrían encontrarse en la mitad norte de la península en lo que sería lamadre de todas las intervenciones humanitarias, labrándose incluso sus respectivas esferas de influencia. Las cuestiones navales serían secundarias. Pero una eventual reunificación de Corea pronto las convertiría en asuntos de primera fila, con una Gran Corea, China y Japón en un delicado equilibrio, separados por el mar de Japón, y el mar Amarillo y el Bohai. Aun así, puesto que Corea del Norte todavía existe, la fase de la guerra fría en la historia del noreste asiático no ha acabado y el poder terrestre podría llegar a dominar los titulares allí antes de que lo haga el poder marítimo.

El sureste, por el contrario, hace mucho tiempo que está en la fase de posguerra fría. Vietnam, que domina la orilla occidental del mar del Sur de China, es una apisonadora capitalista a pesar de su sistema político, que busca lazos militares más estrechos con Estados Unidos. China, consolidado como un Estado dinástico por Mao Zedong tras décadas de caos y convertida en la economía más dinámica del mundo por las liberalizaciones de Deng Xiaoping, está ejerciendo presión con su fuerza naval sobre lo que llama la "primera cadena de islas" del Pacífico Occidental. El gigante musulmán indonesio, después de soportar y poner fin a décadas de dictadura militar, está preparado para resurgir como una segunda India: una democracia estable y vibrante con el potencial de proyectar poder por medio de su floreciente economía. Singapur y Malaisia también están dando un salto económico, siguiendo el modelo de ciudad-Estado mercantil y a través de combinaciones diversas de democracia y autoritarismo. La imagen global es un conjunto de Estados que, dejando atrás sus problemas de legitimidad interna y construcción del Estado, están preparados para defender los que consideran sus derechos territoriales fuera de sus fronteras. Este movimiento colectivo hacia el exterior está localizado en la locomotora demográfica del planeta, pues es en el sureste asiático, con 615 millones de habitantes, donde convergen los 1.300 millones de chinos con los 1.500 millones de habitantes del subcontinente indio. Y el lugar de reunión geográfica de estos Estados y sus fuerzas armadas, es marítimo: el mar del Sur de China.


El mar del Sur de China enlaza los Estados del sureste asiático con el Pacífico Occidental, como la gargantade las rutas marítimas mundiales. Ese es el centro de la Eurasia marítima, salpicada por los estrechos de Malaca, la Sonda, Lombok y Makassar. Más de la mitad del volumen anual de mercancías transportadas por las flotas mercantes de todo el mundo pasa por estos cuellos de botella, y un tercio de todo el tráfico marítimo. El petróleo transportado a través del estrecho de Malaca, procedente del Océano Índico en dirección a Asia Oriental a través del mar del Sur de China, es seis veces mayor que la cantidad que pasa a través del Canal de Suez y 17 veces mayor que la que transita por el Canal de Panamá. Aproximadamente dos tercios del suministro energético de Corea del Sur; casi el 60% de los suministros de Japón y de Taiwan, y alrededor del 80% de las importaciones de crudo del Imperio del Centro llegan a través del mar del Sur de China. Además, este mar tiene reservas probadas de petróleo que suman 7.000 millones de barriles y alrededor de 900 billones de pies cúbicos de gas natural, un botín potencialmente enorme.


No son sólo la ubicación y las reservas energéticas lo que promete otorgar una importancia geoestratégica fundamental al mar del Sur de China, sino también las disputas territoriales larvadas que han rondado durante mucho tiempo estas aguas. Varias controversias refieren a las Islas Spratly, un miniarchipiélago situado en el sureste del mar del Sur de China. Vietnam, Taiwan y China reclaman todo o la mayor parte del mar del Sur de China, así como todos los conjuntos de islas Spratly y Paracel. En particular, Pekín sostiene una línea histórica: sitúa sus derechos sobre el corazón del mar del Sur de China en un gran anillo (conocido como "lengua de vaca") que abarca desde la isla china de Hainan en el extremo norte del mar del Sur de China hasta 1.200 millas de distancia de Singapur y Malaisia.


El resultado es que los nueve Estados bañados por el mar del Sur de China están más o menos enfrentados con Pekín y por lo tanto, dependen del apoyo diplomático y militar de EE UU. Este cruce de reivindicaciones territoriales puede hacerse aún más agudo a medida que el vertiginoso crecimiento de la demanda energética de Asia ─se espera que el consumo de energía se haya duplicado en 2030, con la mitad del incremento originado por China─ haga del mar del Sur un garante aún más central de la solidez económica de la región. En realidad, este mar es cada vez más un campamento armado, a medida que los rivales con reivindicaciones territoriales construyen y modernizan sus marinas de guerra, aun cuando las escaramuzas por las islas y los arrecifes se hayan prácticamente terminado en las últimas décadas. China ha confiscado hasta ahora 12 elementos geográficos, Taiwan uno, Vietnam 25, Filipinas ocho y Malaisia cinco.


La propia geografía china orienta al gigante a mirar al sur, hacia una cuenca acuífera formada, en el sentido de las agujas del reloj, por Taiwan, Filipinas, la isla de Borneo dividida entre Malaisia e Indonesia (así como el pequeño Brunei), la península malaya dividida entre Malaisia y Tailandia, y la larga y serpenteante costa de Vietnam: todos ellos Estados débiles en comparación con China. Como el mar Caribe, salpicado por pequeños Estados insulares y envuelto por un Estados Unidos de tamaño continental, el mar del Sur de China es un evidente teatro de operaciones para la proyección del poder chino.


De hecho, la posición de China en este espacio marítimo es en muchos aspectos similar a la posición de EE UU frente al Caribe, de similar tamaño, en el siglo XIX y principios del XX. Estados Unidos reconoció la presencia y las reivindicaciones de las potencias europeas en el Caribe, pero trató de dominar la región. Fue la Guerra hispano-estadounidense de 1898 y la excavación del Canal de Panamá entre 1904 y 1914 lo que marcó el ascenso de EE UU a potencia mundial. El dominio de la Gran Cuenca del Caribe, además, dio a Washington el control efectivo del hemisferio occidental, lo que le permitió influir en el equilibrio de poder en el hemisferio oriental. Y hoy China se encuentra en una situación similar en el mar del Sur de China, una antecámara del Océano Índico, donde Pekín también desea tener presencia naval para proteger sus suministros de energía de Oriente Medio.


Pero algo más profundo y más emocional que la geografía impulsa al Imperio del Centro hacia adelante en el mar del Sur de China y en el Pacífico: me refiero a la desintegración parcial de China por las potencias occidentales en el pasado relativamente reciente, después de haber sido durante milenios una gran potencia y civilización mundial.


En el siglo XIX, cuando la dinastía Qing se convirtió en el hombre enfermo de Asia Oriental, China perdió gran parte de su territorio a manos de Gran Bretaña, Francia, Japón y Rusia. En el siglo XX llegó la sangrienta conquista japonesa de la península de Shandong y Manchuria. Todo esto se añadió a las humillaciones impuestas a Pekín por los acuerdos de extraterritorialidad de los siglos XX y XIX, mediante los cuales los países occidentales le arrebataron el control de ciertas partes de las ciudades chinas, los llamados "tratados de puertos". En 1938, según afirma el historiador de la Universidad de Yale Jonathan Spence en The Search for Modern China (La búsqueda de la China moderna), debido a estos expolios, así como a la guerra civil, había incluso un temor latente a que “China estuviera a punto de ser desmembrada, a que dejara de existir como nación y que los cuatro mil años de su historia terminaran de forma brusca”. La necesidad del gigante asiáticode expandirse constituye un aviso de que no volverá a permitir que los extranjeros se aprovechen de ella.


Del mismo modo que el suelo alemán fue el frente militar de la guerra fría, las aguas del mar del Sur de China constituyen el frente militar de las próximas décadas. A medida que la marina china se haga más fuerte y sus reivindicaciones en este mar entren en contradicción con las de otros Estados ribereños, estos se verán obligados a desarrollar más su capacidad naval. También tomarán una posición más clara contra Pekín al depender cada vez más de la marina de guerra de Estados Unidos, cuya fuerza probablemente ha tocado techo en términos relativos, a pesar de que tenga que desviar recursos considerables hacia Oriente Medio. El multilateralismo internacional ya es una característica de la diplomacia y de la economía, pero el mar del Sur de China podría indicarnos qué supone en la práctica el multilateralismo en un sentido militar.


No hay nada romántico en este nuevo frente, vacío de batallas morales. En los conflictos navales, a menos que haya bombardeos a tierra, no hay víctimasper se; tampoco hay un enemigo filosófico al que enfrentarse. No es probable que se produzca nada similar a la limpieza étnica en este nuevo campo central de operaciones. China, aparte de sus sufridos disidentes, no da la talla para ser objeto de la ira moral. El régimen chino se percibe sólo como una versión light del autoritarismo, con una economía capitalista y poca ideología oficial de la que se pueda hablar. Además, tiene más posibilidades de volverse una sociedad abierta que una cerrada en los próximos años. En lugar de fascismo o militarismo, China ─junto con otros Estados de Asia Oriental─ se define cada vez más por la persistencia del nacionalismo de viejo cuño: una idea, sin duda, pero que no resulta atractiva para los intelectuales desde mediados del siglo XIX. E incluso aunque el país se vuelve más democrático, su nacionalismo, probablemente, no hará sino aumentar, como determina con claridad cualquier encuesta informal que sondee las opiniones de sus relativamente libres ciudadanos de la Red.


A menudo pensamos en el nacionalismo como un sentimiento reaccionario, una reliquia del siglo XIX. Pero el nacionalismo tradicional es la fuerza principal que impulsa la política en Asia, y seguirá haciéndolo. Éste está llevando al crecimiento de los ejércitos de la región ─especialmente de las fuerzas armadas navales y aéreas, para defender su soberanía y reivindicar los recursos naturales en disputa. No hay en ello ningún encanto filosófico. Se trata de la fría lógica del equilibrio de poder. Si el frío realismo, aliado con el nacionalismo, tiene un hogar geográfico, está en el mar del Sur de China.


Cualquier drama moral que tenga lugar en Asia Oriental tomará, así, la forma de una política austera de poder de las que suelen dejar pasmados a muchos intelectuales y periodistas. Como Tucídides dijo en su memorable relato sobre el sometimiento de los antiguos atenienses de la isla de Melos, "los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben". En el relato que se haga del siglo XXI, con China en el papel de Atenas como la potencia marítima regional preeminente, los débiles seguirán sometidos. Pero así son las cosas. Esa es la estrategia no declarada de Pekín, y los países más pequeños del sureste asiático podrían unirse a Estados Unidos para evitar esta suerte. Pero no habrá matanzas.


El mar del Sur de China presagia un tipo de conflicto distinto a los que estamos habituados. Desde principios del siglo XX, nos han traumatizado los enfrentamientos convencionales terrestres masivos, por un lado, y pequeñas y sucias guerras irregulares, por otro. Debido a que ambos tipos de conflictos producían bajas masivas de civiles, la guerra ha sido un tema de estudio para los humanistas y los generales. Pero en el futuro sólo podrá verse una forma más pura de conflicto, limitada al ámbito naval. Se trata de un escenario positivo. Los conflictos no pueden eliminarse por completo de la condición humana. Un trasunto de losDiscursos a la década de Tito Livio, de Maquiavelo, es que el conflicto, controlado correctamente, tiene más probabilidades de conducir a un progreso humano que una estricta estabilidad. Un mar repleto de buques de guerra no es óbice para que haya una época de gran promesa para Asia. A menudo, la inseguridad genera dinamismo.


¿Pero se pueden controlar adecuadamente los conflictos en el mar del Sur de China? Hasta ahora, mi argumento presupone que no estallará una guerra generalizada en la zona y que, al contrario, los países se contentarán con tomar posiciones en alta mar con sus barcos de guerra y, al tiempo, reivindicarán y competirán por los recursos naturales y quizá incluso acordarán una distribución justa de estos. Pero ¿y qué pasaría si China, contra todas las tendencias marcadas por las pruebas, invade Taiwan? ¿Y si China y Vietnam, cuya intensa rivalidad se remonta muy atrás en la historia, se declaran la guerra como lo hicieron en 1979, esta vez con armas? Porque no solo Pekín está reforzando enormemente sus fuerzas militares; los países del sureste asiático también lo están haciendo. Sus presupuestos de defensa han aumentado alrededor de un tercio en la última década, aun cuando se han reducido los presupuestos de defensa europea. Las importaciones de armas de Indonesia, Singapur y Malaisia han subido un 84%, un 146% y un 722%, respectivamente, desde 2000. El gasto va a parar a plataformas navales y aéreas: buques de guerra de superficie, submarinos con sistemas avanzados de misiles, y aviones de combate de largo alcance. Recientemente, Vietnam desembolsó 2.000 millones de dólares en seis novedosos submarinos rusos de tipo Kilo y mil millones de dólares en aviones de combate rusos. Malaisia acaba de abrir una base de submarinos en Borneo. Mientras Estados Washington estaba distraído por guerras terrestres en el Gran Oriente Medio, el poder militar ha ido trasladándose de forma discreta de Europa a Asia.

Estados Unidos garantiza el incómodo statu quo en el mar del Sur de China con su presencia, confinando las agresiones de China básicamente a sus mapas y vigilando a los diplomáticos y a la marina de guerra chinos (aunque eso no quiere decir que EE UU actúe con decencia y Pekín sea automáticamente malvada). Lo que Estados Unidos proporciona a los países de la región del mar del Sur de China no es tanto el hecho de su virtud democrática como el hecho de su pura fuerza. Es el propio equilibrio de poder entre EE UU y China lo que, en última instancia, mantiene libres a Vietnam, Taiwan, Filipinas, Indonesia, Singapur y Malaisia, capaces de ejercer una gran presión unos con otros. Y dentro de ese espacio de libertad, el regionalismo puede surgir como una potencia en sí misma, personalizada en la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático). Sin embargo, esta libertad no puede darse por sentada. Pues el constante y tenso enfrentamiento entre Washington y Pekín, que se extiende a una compleja variedad de asuntos comerciales desde la reforma monetaria a la seguridad cibernética pasando por la inteligencia, amenaza con evolucionar a favor del gigante asiático en Asia Oriental, debido en gran parte a la centralidad geográfica de China en la región.


La recapitulación más completa del nuevo panorama geopolítico de Asia no ha llegado de Washington ni de Pekín, sino de Canberra. En un artículo de 74 páginas publicado el año pasado, titulado ‘El poder se desplaza [Power Shift]: el futuro de Australia entre Washington y Pekín’, Hugo White, profesor de estudios estratégicos en la Universidad Nacional de Australia, describe su país como la potencia del statu quo por excelencia, una potencia que desea que las cosas sigan exactamente como están en Asia y que China siga creciendo para que Australia pueda comerciar más y más con ella, y que EE UU siga siendo "la potencia más fuerte en Asia" y el "máximo protector de Australia". Pero como escribe White, el problema es que ninguna de estas cosas puede continuar. Asia no puede continuar cambiando económicamente sin cambiar política y estratégicamente. Por supuesto, el gigante económico chino no se aceptará con la primacía militar estadounidense en la región.


¿Qué quiere China? White postula que los chinos pueden desear tener en Asia un imperio al nuevo estilo que Washington instauró en el hemisferio occidental tras asegurar el dominio sobre la cuenca del Caribe (como Pekín espera hacerlo algún día sobre el mar del Sur de China). Este estilo de imperio, en palabras de White, dejaba “más o menos libres” a los vecinos de Estados Unidos “para gobernar sus propios países", aunque Washington insistiera en que sus puntos de vista tenían "plena validez" y gozaban de preferencia sobre los de potencias externas. El problema de este modelo es Japón, que probablemente no aceptaría una hegemonía china, por muy suave que fuese. Eso nos deja el modelo de concierto europeo, en el que China, India, Japón, Estados Unidos y quizás uno o dos países más se sienten como iguales a la mesa del poder asiático. ¿Pero aceptaría EE UU un papel tan modesto, habiendo asociado la estabilidad y prosperidad de Asia con su propia primacía? White sugiere que, ante el creciente poder de China, el dominio estadounidense podría significar, de ahora en adelante, inestabilidad para Asia.


El dominio de Washington se basa en la noción que puesto que China es autoritaria dentro de sus fronteras, actuará "de forma inaceptable en el extranjero". Pero puede que no sea así, afirma White. El gigante asiáticose concibe como una potencia benigna, no hegemónica, que no interfiere en las filosofías nacionales de otros Estados del modo en que lo hace Estados Unidos, con su moral metomentodo. Porque China se ve como el Imperio del Centro; la base de dominio es su inherente centralidad en la historia del mundo, y no un sistema que pretenda exportar.


En otras palabras, Estados Unidos en lugar de China, podría ser el problema en el futuro. Puede que nos preocupe demasiado la naturaleza interna del régimen chino e intentemos limitar el poder de China en el extranjero porque no nos gustan sus políticas internas. Sin embargo, el objetivo de Washington en Asia debería ser el equilibrio, no la dominación. Precisamente porque el poder duro sigue siendo la clave de las relaciones internacionales, debemos dejar espacio para el auge de China. Estados Unidos no necesita aumentar su poderío naval en el Pacífico Occidental, pero no puede permitirse reducirlo considerablemente.


La pérdida de un grupo de ataque de portaaviones estadounidenses en el Pacífico Occidental debido a recortes presupuestarios o a un redespliegue en Oriente Medio podría provocar intensas discusiones en la región sobre un declive estadounidense y la consiguiente necesidad de hacer las paces con China y alinearse con ella. La situación óptima es mantener la presencia naval y aérea de EE UU más o menos en el nivel actual, aunque la superpotencia haga todo lo posible para forjar lazos cordiales y predecibles con China. De este modo, EE UU puede adaptarse con el tiempo a una flota marítima china. En los asuntos internacionales, bajo las cuestiones morales subyacen las relacionadas con el poder. La intervención humanitaria en los Balcanes fue posible sólo porque el régimen serbio era débil, a diferencia del régimen ruso, que estaba cometiendo atrocidades a una escala similar en Chechenia sin que Occidente hiciera nada. En el Pacífico Occidental en las próximas décadas, lo moral puede ser renunciar a algunos de nuestros ideales más queridos por el bien de la estabilidad. ¿Cómo si no vamos a hacer sitio a una China quasi autoritaria a medida que sus fuerzas armadas se expandan? Con frecuencia, el equilibrio de poder es en sí mismo la mejor salvaguarda de la libertad, incluso en mayor medida que los valores democráticos de Occidente. Y esta es una lección que sacaremos del mar del Sur de China en el siglo XXI –otra más que los idealistas no quieren escuchar.

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