jueves, 28 de octubre de 2010

Semana política




Síntesis GALMA


27 de octubre, 2010
 
¡Hola!  Adjuntamos los sucesos más interesantes de esta semana.

    1. PAN: la estrategia oficial     
    2. Impuesto al cigarro: ¿salud o recaudación?

PAN: la estrategia oficial. Son cinco los candidatos a presidir el Partido Acción Nacional (PAN), cada uno tiene su propio peso y representa distintas corrientes políticas, sin embargo, dos sobresalen como parte de la estrategia oficial. Tanto el Senador Gustavo Madero como el Diputado Roberto Gil son considerados candidatos del Presidente Calderón, sin embargo, la reciente aparición de Gil como aspirante podría indicar que la presentación anticipada de la candidatura de Madero cumplió la función de asumir el costo del golpeteo político que la candidatura oficial implica, además de obligar a las demás corrientes del partido a presentar a su candidato.  Ya sin la carga de la candidatura oficial, pero con el apoyo de personajes que han sido significativos durante la administración del Presidente Calderón, la presentación de Gil podría ser la mejor opción oficial, ya que contrario a los demás candidatos cuenta con pocas opiniones negativas, tanto dentro, como fuera del partido. Si se considera el perfil de los demás candidatos –algunos identificados con los grupos más conservadores del partido y otros con fuertes pasivos por su desempeño reciente en cargos públicos– estando en juego el rumbo del partido hacia 2012, la candidatura de Gil podría generar cierta unidad y consenso. De darse este escenario, el futuro del PAN en las próximas elecciones se estaría definiendo nuevamente desde los Pinos.

Impuesto al cigarro: ¿salud o recaudación? Comprar cigarros en México sigue siendo barato comparado con países, principalmente europeos, que desde hace un par de décadas han emprendido campañas agresivas para desincentivar su consumo por los costos que implica para sus sistemas de salud. El cigarro se grava por IVA y por IEPS. Estos impuestos tienen como finalidad –al menos teóricamente– gravar un producto que causa daño social. Sin embargo, en el caso de México, las externalidades negativas que genera el consumo de cigarro no son el motor que impulsa al Congreso a aumentar la recaudación por este concepto. El tema es que los ingresos recaudados por IEPS son participables, es decir, tienen como finalidad llenar una bolsa que será repartida entre los estados, a través de las participaciones estatales. Es por ello que cada año se observan álgidas negociaciones al interior del Congreso para aumentar el impuesto al cigarro. Si bien un aumento en el precio puede funcionar como un mecanismo de disuasión para los consumidores, el cigarro es un producto con una demanda inelástica, es decir, una variación en el precio no altera significativamente los niveles de consumo. Por lo tanto, lo que hoy se observa en el Congreso es simplemente una urgencia por recaudar más por la vía más sencilla y no una política pública para hacer frente al tabaquismo.

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martes, 26 de octubre de 2010

Los 23 mitos del capitalismo

Por Marcelo Justo (*)

Los países ricos recetan la medicina que ellos no se tomaron, dice el economista Ha-Joon Chang. El estallido financiero de 2008 dejó desnudo un ídolo que parecía indestructible desde la caída del muro de Berlín: el capitalismo.

El economista surcoreano de la Universidad de Cambridge, Han-Joon Chang, autor de dos libros traducidos a decenas de idiomas -el recién publicado las "23 cosas que no le dijeron del Capitalismo" y "Malos Samaritanos, El mito del libre comercio y la historia secreta del capitalismo"- se encuentra entre los más destacados críticos del rumbo neoliberal adoptado desde los '80.

A pesar de esta postura crítica, Chang no es un anticapitalista."El capitalismo es el peor sistema, si uno quita al resto", ironiza.

BBC Mundo entrevistó a Chang durante una visita suya a Londres para promover la publicación de su libro.

¿Qué son entonces estas 23 cosas que no nos dicen del capitalismo?

La verdad de los mitos según Ha-Joon Chang esta es la realidad de algunos mitos difundidos por el capitalismo.

1 - El libre mercado no existe.
2 - La máquina de lavar transformó más el mundo que el internet.
3 - El libremercado raramente hace rico al pobre.
4 - El capital no es trasnacional: tiene nacionalidad.
5 - No vivimos en una era postindustrial.
6 - EE.UU. no tiene el más alto nivel de vida del mundo.
7 - La educación por sí misma no garantiza la riqueza de una nación.
8 - A pesar de la caída del comunismo somos sociedades planificadas.
9 - La igualdad de oportunidades es desigual.
10 - Los mercados financieros tienen que ser menos y no más eficientes.
11 - La gente en los países ricos es menos emprendedora que en los pobres.
A uno le puede gustar o no el capitalismo, pero todo el mundo asume que sabe de qué se trata. Lo que intento mostrar es que muchas de las premisas que se usan para el capitalismo son medias verdades o directamente mitos.

La idea del libre mercado, por ejemplo. El mercado libre no existe. Todo mercado tiene reglas y límites que restringen la libertad de elección.

¿Por qué un chofer de autobús de Suecia gana 50 veces más que uno de Nueva Deli? Porque el de Nueva Deli no puede ir a Suecia pues hay límites a los flujos migratorios.

Otro mito es que cuando más libre mercado y menos gobierno, más riqueza. Esto no es así. Se vio claramente en el caso de la desrregulación del sistema financiero que tomó lugar desde la década del '80 que, como se vio en la crisis financiera de 2008, destruyó mucha riqueza.

Por eso digo también que los mercados financieros tienen que ser menos eficientes: una mayor eficiencia intensificaría la especulación y el cortoplacismo de las inversiones.

En el libro que publicó en 2008, "Malos Samaritanos", usted examina otro tipo de mitos: los que hay en torno al desarrollo económico.

El libre comercio es uno de los mitos. Los países desarrollados dicen que los países en desarrollo tienen que permitir el libre flujo de capitales y mercancías para desarrollarse.

Esta posición ignora la política adoptada históricamente por los mismos países desarrollados.

Tomemos el caso del Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial. En el siglo XVII, Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, que era también empresario y espía, publicó una historia sobre el comercio inglés que muestra el proteccionismo aplicado desde el siglo XV.

Esta política sigue hasta el siglo XIX, cuando el Reino Unido se vuelve partidario del librecomercio porque ya ha desarrollado plenamente su industria, de modo que no necesita protegerla.

Lo curioso es que inmediatamente borra su propia historia y pregona lo que no practicó para desarrollarse, es decir, le exige al resto del mundo que adopte el Libre Comercio.

Estados Unidos no siguió el ejemplo que pregonaba el Reino Unido.

En el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, EE.UU. fue el país más proteccionista del mundo. Eso sí, una vez que desarrolló plenamente su industria, exigió al resto que se convirtieran al Libre Comercio.

La lista de países que usaron una estrategia similar es muy larga: Francia, Japón, Alemania, Finlandia, Italia, Noruega, Austria, entre otros.

En su libro usted menciona el caso de su propio país, Corea del Sur.

Nací en 1963. En esos años, el ingreso per capita de Corea del Sur era menos de la mitad del de Ghana.

En 1977 el ingreso per capita ya era de US$1.000 y el país se había convertido en un gran exportador de coches, semiconductores y otros productos de alta elaboración manufacturera.

Corea del Sur aplicó todas las recetas que los países desarrollados dicen que no hay que aplicar: subsidios, proteccionismo, planes estatales, intervencionismo.

No digo que esta política sea una varita mágica. Lo que digo es que si uno estudia la realidad de los países en desarrollo de la posguerra, la historia oficial que pregona el neoliberalismo con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza, no se condice con la realidad.

El milagro japonés es un ejemplo bien claro, pero también lo es China o Corea del Sur.

Se habla, por ejemplo, de los años '60 y '70 como "la época negra del proteccionismo" en el Tercer Mundo.

El ingreso per capita durante esa "época negra" de México fue del 3,1 %. Entre 1985 y 1995, el período en que empieza la liberalización económica, fue del 0,1% y con el supuesto paraíso de libre comercio del NAFTA, creció un 1,8% entre 1995 y 2002.

¿No cambia esto con transacciones en los mercados financieros que se hacen en microsegundos gracias a la revolución tecnológica?

Uno de los mitos del capitalismo que analizo es precisamente esta idea de que la globalización es inevitable debido a internet.

El telégrafo en el siglo XIX produjo una revolución de las comunicaciones mucho mayor que internet.

Antes del telégrafo se tardaba dos semanas en barco transmitir un mensaje transatlántico. Con el telégrafo, se redujo a siete minutos.

Y si se compara ambas épocas, el mundo del barco a vapor y el telégrafo, estaba mucho más globalizado que el de los años '40, '50 y '60 del siglo XX, a pesar de la enorme diferencia tecnológica.

Es cierto que las transacciones financieras que se hacen en segundos, pero ¿por qué son posibles esas transacciones? Porque los mercados financieros fueron desrregulados.

El recurso a la tecnología es una manera de negar que en realidad se trata de una decisión política.

(*) Periodista.



Un balance de 2010

Por Joseph Stiglitz (*)

El pasado 4 de octubre, el diario británico Sunday Telegraph publicó un extracto del prólogo a la segunda edición del libro de Stiglitz Caída libre (Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy, segunda edición, Londres, octubre 2010, £9.99, editorial Penguin), cuya primera edición fue a comienzos de este año.

El epílogo es un balance de lo ocurrido en los primeros 9 meses de 2010, y queda bien resumido en el título con que lo reproducimos en castellano: la crisis se enquista, la supervivencia del euro está gravemente amenazada y la política de austeridad fiscal podría llevar a España a un callejón sin salida como el experimentado por la Argentina hace 10 años.

Desdichadamente, en los ocho meses transcurridos desde que apareció la edición en tapa dura de Caída libre, la sucesión de acontecimientos ha superado ampliamente las expectativas: el crecimiento se mantiene débil, lo suficientemente anémico como para que el desempleo se mantenga estupefacientemente alto; las ejecuciones hipotecarias siguen en curso, y aunque los bonos y los beneficios bancarios se han recuperado, la oferta de crédito no lo ha hecho, a pesar de que la revitalización del mismo fue la razón alegada para proceder a los rescates bancarios.
Unas cuantas cosas la crisis en Europa y el alcance de las prácticas fraudulentas e
inmorales de los bancos han ido peor de lo esperado, y otras la dimensión de las pérdidas en los rescates bancarios han ido un poco menos mal. Las reformas en la regulación del sector financiero son más fuertes de lo que yo esperaba.

Sin embargo, los bancos se mostraron capaces de mitigar lo bastante esas regulaciones como para que no resulte despreciable la perspectiva de una nueva crisis atravesada en nuestro camino: hemos comprado un poco de tiempo extra antes de la próxima crisis y, tal vez, reducido el probable costo de la presente para nuestra economía.

Las verdaderas novedades de los últimos ocho meses han sido la paulatina aceptación por parte de economistas y gobernantes de la triste imagen del futuro contra la que yo previne: una nueva normalidad con elevadas tasas de desempleo, menor crecimiento y menos servicios públicos en los países industriales avanzados.

La prosperidad ha sido substituida por un malestar à la japonesa sin final divisable. Pero al menos en la década perdida japonesa , a despecho del bajo crecimiento, el desempleo se mantuvo bajo y la cohesión social, alta.

En Europa y en Norteamérica, en cambio, algunos economistas hablan ya de una tasa de
desempleo del 7,5%, harto por encima de la del 4,2% de que disfrutamos en los 90. La crisis financiera, en efecto, ha generado daños duraderos a nuestra economía, de los que
tardaremos en recuperarnos.

No fue sólo el sector privado el que vivió en un mundo de fantasía sostenido por las burbujas en los bienes raíces y en los mercados de valores. Los gobiernos han participado indirectamente en esa ensoñación, pues recibieron parte del ingreso fantasma en forma de recaudación fiscal.
Para países fiscalmente atolondrados como los EEUU o Grecia, las cosas fueron todavía más dolorosas. En 2009, el déficit estadounidense se disparó hasta el 9% del PIB; en Gracia, hasta el 13,6%.
Reducir esos déficits a cero no es cosa simplemente de esperar a la recuperación, pues esos países incurrieron en déficits incluso cuando sus economías disfrutaban de empleo casi pleno y su recaudación fiscal se veía robustecida por impuestos a los beneficios dimanantes de las burbujas. Se precisará, pues, de substanciales incrementos recaudatorios o de substanciales recortes de gastos. Pero aquí está el problema: a falta de recuperación global, cualesquiera recortes en el gasto o incrementos en la recaudación llevarán con toda seguridad a un crecimiento aún más lento, lo que tal vez empujará a las economías a una segunda zambullida en la recesión.

A pesar de estas duras perspectivas para la economía mundial, no tardaron Wall Street y los mercados financieros en lanzar vociferantes exigencias de reducción de los déficits.
Su miopía dio origen a esta crisis, y ahora son igualmente miopes al exigir políticas que no pueden sino traer consigo la persistencia de la misma.

Exigen recortes presupuestarios. Sin esos recortes, advierten de consuno con las agencias de calificación , subirían los tipos de interés, se cortaría el acceso al crédito y a los países no les quedaría otra solución que volver a recortar.
Pero, no bien anunció España recortes presupuestarios en mayo pasado, las agencias de
calificación y los mercados respondieron: dijeron, yo creo que fundadamente, que los recortes dañarían las posibilidades de crecimiento.

Con menor crecimiento, los ingresos fiscales bajarían, los gastos sociales (como la ayuda al desempleo) subirían y los déficits aumentarían. Fitch, una de las tres agencias principales, degradó la calificación de la deuda española, y siguieron subiendo los intereses que España tiene que pagar por su deuda pública. Evidentemente, los países salen perjudicados tanto si recortan el gasto como si no lo hacen.
Todo eso resulta tanto más perturbador, si se recuerda que, en el punto culminante de la crisis, hubo un momento de unidad nacional e internacional, cuando los países se enfrentaron de consuno a la calamidad económica. Por vez primera, el G20 juntó a los países desarrollados con los países de mercados emergentes para buscar soluciones al problema global del mundo.
Hubo un momento en que todo el mundo era keynesiano y quedó desacreditada la malhadada idea de que los mercados desembridados eran estables y eficientes.

Brotó la esperanza de que pudieran emerger un capitalismo nuevo y más temperado y un orden económico global más equilibrado: un orden que pudiera al menos lograr una mayor estabilidad a corto plazo y comenzar a enfrentarse a cuestiones inveteradas, como la gran y creciente desigualdad entre ricos y pobres o la necesaria adaptación de nuestra economía a la amenaza del cambio climático, liberándola de su dependencia de los combustibles fósiles y reestructurándola para que pudiera competir eficazmente con los países emergentes de Asia.

Esas esperanzas alimentadas en los primeros meses de la crisis pronto quedaron sofocadas.
Lo que ahora domina es un humor de desesperanzado: el camino a la recuperación puede llegar a ser todavía más lento de lo que yo sugería hace ocho meses, y las tensiones sociales, harto más graves. Los altos ejecutivos bancarios han vuelto a los bonos de siete dígitos, mientras que los ciudadanos de a pié no sólo se enfrentan a un desempleo desapoderado, sino a unas tasas de cobertura del mismo que distan por mucho de estar a la altura de los desafíos de la Gran Recesión.
Hay críticos que sostienen que el keynesianismo sólo logró aplazar el día del juicio final. Yo digo, en cambio, que a menos que volvamos a los principios básicos de la teoría económica keynesiana, el mundo está condenado a un prolongado declive.

La crisis ha empujado al mundo hacia una tierra incognita preñada de incertidumbres. Pero hay una cosa de la que podamos estar absolutamente seguros: si los países industriales avanzados siguen por el camino que parecen haber emprendido hoy, la probabilidad de que volvamos a tener algún día no lejano una economía robusta es nula; las posiciones económicas y políticas relativas de Europa y Norteamérica quedarán muy disminuidas, así como nuestra capacidad para enfrentarnos a cuestiones de largo plazo de las que depende crucialmente nuestro futuro bienestar.
Cerca de tres años después del comienzo de la recesión, resulta claro que, aun si la economía pudiera hallarse en vías de recuperación, esas vías están atravesadas de obstáculos imprevistos.
Entre las cosas más impredecibles que nos aguardan, están el cambio de la política y de las actitudes públicas.

Aun antes de que llegara a restaurarse el crecimiento económico, y cuando los EEUU siguen empantanados en una alta tasa de desempleo, la atención cuando menos en algunos centros de decisión se ha desplazado hacia la inflación y la deuda pública. Ahora mismo, la inflación no constituye una amenaza, y es improbable que sea de otro modo mientras el desempleo siga alto. Los bajos tipos de interés de los bonos públicos a largo plazo sugieren que el mercado mismo no está preocupado por la inflación, ni siquiera a largo plazo.

Para mí, el problema real no ahora, pero posiblemente sí en unos pocos años no es tanto la inflación o la deuda, cuanto las preocupaciones por la inflación y la deuda manifestables en los mercados financieros. Si el mercado empieza a anticipar inflación, exigirá tipos de interés más altos como compensación por el disminuido valor de los dólares que recibirá en pago. Unos tipos de interés más altos llevarán a un aumento de los déficits y de la deuda públicos, lo que, combinado con las expectativas de inflación, ejercerá una presión a favor del recorte del gasto público antes de que la economía comience a pisar suelo firme.

El problema real hoy sigue siendo el desempleo y una insuficiente demanda agregada,
precisamente el problema al que se enfrentó John Maynard Keynes hace 75 años, durante la Gran Depresión. La política monetaria, entonces como ahora, había llegada a sus límites: ulteriores rebajas de los tipos de interés, cuando no eran imposibles, carecían de efecto estimulante sobre la economía.
No nos queda sino usar políticas fiscales para restaurar la salud de la economía. Las pruebas de que eso funciona son abrumadoras. China puso por obra uno de los mayores paquetes de estímulos del mundo y ha tenido una de las recuperaciones más robustas, a pesar de que su economía se enfrenta choques nada despreciables. En Europa y en Norteamérica, los paquetes de estímulos fueron demasiado pequeños como para desactivar la onda de choque procedente del sector financiero; pero de no haber andado esos estímulos de por medio, las tasas de desempleo serían ahora mucho más altas.
Los ataques de los mercados financieros contra Grecia muestran que los déficits no pueden ser ignorados. Grandes déficits pueden llevar a incrementos en las tasas de interés pagaderas por la deuda pública, lo que empeora los problemas fiscales del país en cuestión.

Pero la respuesta ingenua a esa situación recortemos el gasto y/o aumentemos los
impuestos todavía hace peores las cosas, como ha tenido ocasión de verse harto
dramáticamente con la respuesta de los mercados a las nuevas políticas de austeridad del gobierno de España.

La metáfora que compara a los Estados con los hogares y las familias no sólo anda muy
equivocada, sino que es peligrosa. A los hogares que viven por encima de sus posibilidades esto es, que gastan más de lo que ingresan y no hallan banco que les financie el derroche, no tienen más opción que la de recortar sus gastos. Un recorte suficientemente grande logrará poner orden en su cuentas. Pero cuando los Estados recortan el gasto público, el crecimiento se desacelera, crece el desempleo y caen los ingresos (y por lo mismo, la recaudación fiscal).
Hay una vía para salir de este aparente brete. Las preocupaciones por la dimensión de la
deuda deberían llevar a un cambio en las pautas del gasto público: a un gasto público que trajera consigo elevados rendimientos económicos.

También debe cambiar la estructura fiscal, que debe orientarse hacia un mayor crecimiento y a menores déficits. Por ejemplo: hay aumentar los impuestos a los ingresos empresariales de aquellas empresas que no reinviertan en su negocio, y disminuir los impuestos a aquellas empresas que sí invierten (a través, pongamos por caso, de créditos fiscales de inversión).
Mayor inversión lleva a mayor crecimiento, y mayor crecimiento lleva a mayores ingresos fiscales. Otro ejemplo: aumentar los impuestos a las personas con elevados ingresos y bajarlos a las personas de bajos ingresos.
El Estado puede hacer más todavía para ayudar al crecimiento del sector privado: si los viejos bancos no prestan, puede crear nuevos bancos que presten. Con una fracción de lo que se gastó en resolver el problema de los malos préstamos de los viejos bancos, el gobierno podría haber creado un conjunto de nuevas instituciones financieras no contaminadas por las malas decisiones del pasado.
Cuando se creó el euro como moneda común en Europa, no fuimos pocos los que
manifestamos reparos. Los países que comparten moneda tienen una tasa de cambios fija entre sí, lo que les priva de una herramienta importante de ajuste.

Si Grecia y España hubieran tenido la posibilidad de depreciar su moneda, sus economías se habrían robustecido aumentando las exportaciones. Además, al uncir su moneda al euro, lo que hicieron esos dos países fue renunciar a otro importante instrumento útil para reaccionar al desplome: la política monetaria. De no ser por eso, habrían podido responder a sus respectivas crisis reduciendo los tipos de interés para estimular la inversión.

Nada de eso: los países de la eurozona tienen las manos atadas. Mientras no se produjeran choques, el euro tenía que funcionar. La prueba vendría cuando alguno de los países se enfrentara a una caída económica- La recesión de 2008 fue la prueba, y se diría que Europa no la pasó.
Para hacer frente a la pérdida de esos instrumentos vitales de ajuste, la eurozona debería
haber creado un fondo de ayudas para los países con problemas. Los EEUIU constituyen un área de moneda única , pero cuando California tiene un problema y se dispara su tasa de desempleo, una buena parte de los gastos son sufragados por el gobierno federal.

Europa no tiene manera de ayudar a los países que se enfrentan a problemas graves. España tiene una tasa de desempleo del 20%, con entre un 40% y un 50% de jóvenes en el paro.
Tenía excedente fiscal antes de la crisis; luego de la crisis, su déficit fiscal rebasa el 11% de su PIB.
Pero esas son las reglas del juego: España tiene ahora que recortar el gasto, lo que casi con toda seguridad elevará todavía más su tasa de desempleo. A medida que se encoja su economía, la mejora de su posición fiscal sólo puede ser mínima.

España podría estar entrando en el tipo de espiral mortal que afligió a la Argentina hace ahora una década. Sólo cuando Argentina rompió su vínculo con el dólar logró empezar a crecer y a reducir su déficit. Hasta ahora, España no ha sido objeto de ataques especulativos, pero eso podría ser sólo cuestión de tiempo.

Tal vez no fue una sorpresa el que Grecia fuera el primer país atacado por la especulación. A los especuladores les gustan los países pequeños, porque se los puede atacar con menos dinero. Y los problemas de Grecia eran, por distintas vías, los más graves (a pesar de que su tasa de desempleo del 10% estaba en línea con la media de la eurozona, su déficit público un 13,6% del PIB en 2009 era el segundo mayor de Europa, tras el de Irlanda). Su deuda significaba el 115% del PIB. Como los EEUU, tenía déficit ya antes de la crisis (5,1% del PIB en 2007, peor aún que el de los EEUU, que era del 2,5% del PIB).
Como muchos Estados y muchas empresas del sector financiero, Grecia se deslizó por la pendiente de la contabilidad fraudulenta, asistida en ello, y aun empujada, por empresas financieras privadas. Varias empresas financieras norteamericanas que habían descubierto la forma de servirse de esas prácticas contables y de productos financieros como derivados y repos para engañar a sus accionistas y a sus gobiernos, vendieron esas técnicas y esos productos a gobiernos deseosos de ocultar sus déficits.
Resulta preocupante que haya una ola de austeridad abatida sobre toda Europa (la cual, según observé antes, toca ya las costas norteamericanas). En la medida en que muchos países recortan simultánea y prematuramente el gasto público, la demanda agregada global dsminuirá y se desacelerará el crecimiento, lo que tal vez traiga consigo una segunda zambullida en la recesión.
Es posible que la recesión traiga su origen en los EEUU, pero Europa está poniendo ahora de su parte, y con creces.

La eurozona necesita una mejor coordinación económica, no sólo una coordinación reducida reglas presupuestarias; es preciso que los países europeos cooperen entre si para que Europa vuelva al pleno empleo y para ayudar a los que sufran choques económicos importantes.
Europa creo un fondo de solidaridad para ayudar a los países de nuevo ingreso en la UE, en su mayoría más pobres. Pero no creo un fondo de solidaridad para ayudar a las partes de la eurozona en apuros. Sin un fondo de ese tipo, las perspectivas de futuro de la eurozona son nulas.
Hay una solución: la salida de Alemania de la eurozona, o en su defecto, la división de la eurozona en dos subregiones.

El uro ha sido un experimento interesante pero, al igual que el casi olvidado sistema del MTC (Mecanismo de Tasa Cambiaria) que le precedió y que su hundió cuando los especuladores atacaron la libra esterlina en 1992 , carece del apoyo institucional necesario para que funcione.
Si Europa no logra encontrar la vía para hacer esas reformas institucionales perentorias, entonces mejor sería admitir el fracaso y sacar las oportunas consecuencias que pagar un alto precio en desempleo y sufrimiento humano en nombre de una configuración institucional fracasada, incapaz de estar a la altura de sus ideales fundacionales.

La primera década del siglo XXI ha quedado ya registrada como una década perdida. La mayoría de los norteamericanos tienen ahora menores ingresos que al romper el siglo. Europa empezó la década con un osado experimento, el euro, que podría estar revelándose ahora como un fracaso.
En ambos lados del Atlántico, el optimismo de comienzos de década ha quedado cubierto por una tiniebla de nuevo cuño. A medida que las semanas del desplome el Nuevo Malestar trocan en meses y los meses, en años, una nueva y grisácea palidez proyecta su sombra.

Yo escribí a comienzos del presente año que limitarse a salir del paso a trompicones no bastaría, y que no era demasiado tarde para sentar las bases de un curso alternativo. Lo cierto es que hemos seguido dando tumbos para salir del paso: en algunas cosas, como la reforma regulatoria, mejor de lo que yo me temía, pero peor de lo que esperaba; en otras, como la creación de una nueva visión, mis temores se han revelado plenamente fundados. Todavía no es demasiado tarde. Pero la ventana de las oportunidades podría estar a punto de cerrarse.

(*) Economista, premio Nóbel de economía en 2001

jueves, 21 de octubre de 2010

Semana política




Síntesis GALMA


23 de octubre, 2010
 
¡Hola!  Adjuntamos los sucesos más interesantes de esta semana.

  1. El fuero militar: ¿la reforma posible?     
  2. Godoy: litigio mediático     
  3. Órganos reguladores: las motivaciones para reformar    

El fuero militar: ¿la reforma posible? La iniciativa de reforma a la justicia militar que presentó el Presidente Calderón refleja la tensión extraordinaria que subyace a su estrategia de seguridad y a la relación entre las fuerzas armadas y el poder civil. Tratando de balancear la necesidad de contar con el apoyo irrestricto del Ejército –evitando criticar su actuación para no bajar la moral de las tropas– y sus compromisos internacionales en materia de derechos humanos, el Ejecutivo Federal se encuentra en una coyuntura compleja. La iniciativa, limitada como pueda encontrarse, es un paso adelante. Y es que al contrario de lo que afirman sus críticos, es probable que la iniciativa cumpla —aunque sea en el sentido más estricto— con lo que determinó la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Rosendo Radilla, desaparecido en la guerra sucia de los 1970, en tanto que transfiere a los juzgados federales los delitos de violación, secuestro y desaparición forzada. s cierto que la iniciativa protege también el derecho del Ejército a castigar las faltas contra la “disciplina militar” –que incluirían, por ejemplo, el homicidio en un retén— pero también introduce ya la noción de que hay derechos que están por encima de las canonjías del Ejército. Junto con la nueva Ley de Seguridad Nacional, “congelada” en la Cámara de Diputados por el cabildeo del Ejército, se está avanzando hacia la posibilidad de que las fuerzas armadas estén sujetas a las reglas básicas de un régimen democrático. Es tiempo pues de observar la actuación del Poder Legislativo. Si es incapaz de aprobar —como en el caso de la Ley de Seguridad Nacional— incluso estas reformas tan limitadas, el mensaje para los mexicanos será claro: el Ejército preservará sus privilegios, no importa quién sea el Ejecutivo Federal ni qué compromisos se hayan asumido.

Godoy: litigio mediático. La filtración a medios de comunicación de las grabaciones que vinculan al Diputado Godoy con el crimen organizado asentado en Michoacán han logrado revertir el respaldo político con el que hasta hace pocos días contaba. El propio PRD, consciente de que los costos de arroparlo se habían incrementado a niveles insostenibles, presionó al legislador para que renunciara a su militancia. La opinión pública, en general, se ha volcado a descalificar –sin juicio previo– al diputado. Ante esta situación Godoy tendrá que decidir entre continuar su defensa legal –en libertad– con el fuero constitucional que su cargo le otorga, o solicitar licencia y ponerse a disposición de las autoridades federales. Lo primero, más allá del resultado del proceso legal, pondría a Godoy ante el escarnio público. Por otro lado, si solicitara licencia, la autoridad federal tendría que presentar todas las pruebas que debieron ser reunidas durante el tiempo en que el legislador estuvo en calidad de prófugo –a partir de que se giró la orden de aprehensión. En caso de que la PGR solicitara su arraigo se haría evidente que la autoridad ministerial, o no cuenta con los suficientes elementos legales que acrediten su culpabilidad, o las pruebas en su contra no son suficientes o carecen de valor procesal. Ante la falta de eficacia del sistema de procuración e impartición de justicia en el país, el litigio en los medios de comunicación a través de la filtración parece ser la salida más recurrente en casos de alto impacto. Lo contradictorio es que esta práctica pone en riesgo el propio proceso penal y la eventual desestimación de las pruebas –que debieran estar bajo custodia de la autoridad encargada de procurar justicia. El costo para la autoridad será muy alto si no logra encontrar la culpabilidad que en los medios ya se dictó.
 
Órganos reguladores: las motivaciones para reformar. La naturaleza jurídica de los órganos reguladores –como la Comisión Federal de Competencia y la Comisión Federal de Telecomunicaciones– se ha colocado en el debate de la clase política, particularmente en el Congreso. Si bien es cierto que el actual diseño institucional de los órganos reguladores es obsoleto, también lo es que antes de proponer una reforma que los rediseñe por completo es importante entender para qué se está proponiendo el cambio. En juego están dos temas. El primero es la participación que el Congreso debería tener en la designación de comisionados y la rendición de cuentas de los órganos reguladores. El segundo es la asignación de presupuesto a los mismos. La bancada del PRI en el Senado se muestra consternada por el nivel de interferencia política que el Ejecutivo ejerce sobre los órganos reguladores y para eso propone un mayor involucramiento del Legislativo. Sin embargo, otorgar autonomía constitucional a estas instituciones no necesariamente las blindaría contra la interferencia política, ni de los diferentes poderes de gobierno, ni de los privados a quienes regulan, como tampoco garantizaría que contaran con el presupuesto y personal suficientes. Si, como ocurre con el Instituto Federal Electoral hoy en día, esta reforma implicara que cada nombramiento y asignación presupuestal concerniente a los órganos reguladores tendría que pasar por una negociación política, no necesariamente se resolvería el tema de la interferencia política. Conceder mayor autonomía, por sí misma, no cambiará el desempeño de los órganos reguladores. Lo verdaderamente esencial es sentar las bases para contar con órganos reguladores que entiendan bien su objetivo (para qué regular) y que cuenten con las facultades y herramientas (presupuesto y personal) necesarias para promover mercados más competitivos. El rol del Legislativo podría ser muy positivo en esta discusión, pero hasta ahora las razones dadas en el debate parecen las equivocadas.

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lunes, 18 de octubre de 2010

China y el Nuevo orden mundial

Por Noam Chomsky (*)

En medio de todas las supuestas amenazas a la superpotencia mundial reinante, un rival está emergiendo en silencio y con fuerza: China. Y Estados Unidos está analizando de cerca las intenciones de ese país.

El 13 de agosto, un estudio del Pentágono planteaba la preocupación de que China estuviera expandiendo sus fuerzas militares de manera que “pudiera neutralizar la capacidad de los buques de guerra estadounidenses de operar en aguas internacionales”, da cuenta Thom Shanker en The New York Times.

Washington ha hecho sonar la voz de alarma de que “la falta de transparencia de China sobre el crecimiento, las capacidades y las intenciones de sus militares inyecta inestabilidad a una región vital del globo”.

Estados Unidos, por el contrario, es bastante transparente sobre sus intenciones de operar libremente a lo largo y ancho de la “región vital del globo” que rodea China (y donde sea).

EEUU publicita su vasta capacidad para hacerlo: con un presupuesto militar en crecimiento que casi alcanza al del conjunto del resto del mundo, cientos de bases militares por todo el planeta, y un indiscutible liderazgo en la tecnología de destrucción y dominación.

La falta de entendimiento de las reglas de urbanidad internacionales por parte de China quedó reflejada en su objeción al plan de que el portaaviones nuclear USS George Washington participara en las maniobras militares de EEUU y Corea del Sur cerca de las costas chinas en julio, alegando que este tendría la capacidad de hacer diana en Pekín.

En cambio Occidente entiende que dichas operaciones se llevaron a cabo para defender la estabilidad y su propia seguridad.

El término estabilidad tiene un significado técnico en el discurso de las relaciones internacionales: la dominación por parte de EEUU. Así, ninguna ceja se arquea cuando James Chace, ex editor de Foreign Affairs, explicaba que, a fin de conseguir “estabilidad” en Chile en 1973, fue necesario “desestabilizar” el país, derrocando al Gobierno legítimo del presidente Salvador Allende e instaurando la dictadura del general Augusto Pinochet, que procedió a asesinar y torturar sin miramientos y estableció una red de terror que ayudó a instalar regímenes similares en otros lugares, con el apoyo de EEUU, por el interés de la estabilidad y la seguridad.

Es fácil reconocer que la seguridad estadounidense requiere un control absoluto. El historiador John Lewis Gaddis, de la Universidad de Yale, dio a esta premisa una impronta académica en Surprise, Security and the American Experience, donde investiga las raíces de la doctrina de la guerra preventiva del presidente George W. Bush. El principio operativo es que la expansión es “el camino a la seguridad”, una doctrina que Gaddis rastrea con admiración dos siglos hacia atrás, hasta el presidente John Quincy.

Adams, autor intelectual del Destino manifiesto.

En relación con la advertencia de Bush de que los estadounidense “deben estar listos para acciones preventivas cuando sea necesario luchar por nuestra libertad y defender nuestras vidas”, Gaddis observa que el entonces presidente “se estaba haciendo eco de una vieja tradición, en vez de establecer una nueva” al reiterar principios que varios presidentes ya habían defendido y que desde Adams a Woodrow Wilson “habrían entendido muy bien”.

Lo mismo ocurre con los sucesores de Wilson hasta el presente. La doctrina de Bill Clinton era que EEUU estaba autorizado a utilizar la fuerza militar para asegurar “el acceso desinhibido a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos”, sin siquiera la necesidad de inventar pretextos del tipo de los de Bush hijo.

Según el secretario de Defensa de Clinton, William Cohen, EEUU debe consecuentemente mantener una enorme avanzadilla de fuerzas militares “desplegadas” en Europa y Asia “con el fin de moldear la opinión de la gente sobre nosotros”, y “para forjar acontecimientos que afectarán nuestra subsistencia y nuestra seguridad”. Esta receta para la guerra permanente –observa el historiador militar Andrew Bacevich– es una nueva doctrina estratégica, que fue amplificada más tarde por Bush Jr. y por Barack Obama.

Como todo capo de la Mafia sabe, incluso la pérdida más sutil de control puede desembocar en el desmoronamiento del sistema de dominación cuando otros se animan a seguir un camino similar.

Este principio central de poder se formula como la teoría dominó en el lenguaje de los estrategas políticos. Se traduce en la práctica en el reconocimiento de que el “virus” del exitoso desarrollo independiente puede “contagiarse” en cualquier otro lugar y, de esta manera, debe ser destruido mientras las víctimas potenciales de la plaga son inoculadas, normalmente a manos de brutales dictaduras.

Según el estudio del Pentágono, el presupuesto militar de China se expandió a unos 150.000 millones de dólares, cerca de “la quinta parte de lo que el Pentágono se ha gastado para operar y llevar a cabo las guerras de Iraq y Afganistán” en ese año, lo cual es sólo un fragmento del total del presupuesto militar estadounidense, por supuesto.

Las preocupaciones de Estados Unidos son comprensibles si uno toma en cuenta la virtual e indiscutida suposición de que EEUU debe mantener un “poder incuestionable” sobre la mayoría del resto de países, con “una supremacía militar y económica”, mientras asegura la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” por parte de los Estados que pueda interferir con sus designios globales.

Estos fueron los principios establecidos por los planificadores de alto nivel y expertos de política exterior durante la Segunda Guerra Mundial, cuando desarrollaron el marco para el mundo de la posguerra, el cual fue ampliamente ejecutado.

EEUU debía mantener esta dominación en una “Gran Área”, que debía incluir, como mínimo, el hemisferio occidental, el lejano Oriente y el antiguo Imperio Británico, incluyendo cruciales recursos energéticos de Oriente Próximo.

Mientras Rusia comenzaba a pulverizar a los ejércitos nazis tras Stalingrado, las metas de la “Gran Área” se extendieron lo máximo posible por Eurasia. Siempre se ha entendido que Europa pudiera escoger seguir una causa alternativa, quizás la visión gaullista de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales. La Organización del Tratado del Atlántico Norte nació en parte para contrarrestar esta amenaza y este asunto permanece muy vivo hoy en día en momentos en que la OTAN se expande hacia una fuerza de intervención de Estados Unidos, responsable del control de “infraestructuras cruciales” del sistema global del que depende Occidente.

Desde que se convirtiera en la potencia mundial dominante durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha buscado mantener un sistema global de control. Pero ese proyecto no es fácil de mantener. El sistema se erosiona visiblemente, con implicaciones significativas para el futuro. China es un jugador potencial muy influyente y desafiante.

De todas las “amenazas” al orden mundial, la más consistente es la democracia –a menos que esté bajo algún control imperial– y, más generalmente, la afirmación de independencia. Estos temores han guiado al poder imperial a lo largo de la historia.

En Latinoamérica, tradicional patio trasero de Washington, los sujetos son cada vez más desobedientes. Sus pasos hacia la independencia experimentaron un avance adicional en febrero pasado con la formación de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, que abarca a todos los países del hemisferio excepto Estados Unidos y Canadá.

Por primera vez desde las conquistas española y portuguesa hace más de 500 años, América Latina está avanzando hacia la integración, un prerrequisito para la independencia. También está empezando a resolver el escándalo interno de un continente dotado de ricos recursos pero dominado por diminutas islas de élites acaudaladas en un mar de miseria.

Además, las relaciones Sur-Sur se encuentran en pleno desarrollo, con China desempeñando un papel destacado tanto como consumidor de materias primas como inversionista. Su influencia está creciendo rápidamente y ha superado a la de Estados Unidos en algunos países ricos en recursos.

Más significativos aún son los cambios en la arena de Oriente Medio. Hace 60 años, el influyente planificador A. A. Berle aconsejó que controlar los incomparables recursos energéticos permitiría “un control sustancial del mundo”. A su vez, la pérdida de control amenazaría el proyecto de dominio global. En los años setenta, los productores importantes habían nacionalizado sus reservas de hidrocarburos, pero Occidente retenía una influencia sustancial. En 1979, Irán se “perdió” con el derrocamiento de la dictadura del Sha, que había sido impuesta por un golpe militar de EEUU y Reino Unido en 1953 para garantizar que este trofeo permaneciera en las manos adecuadas.

Ahora, sin embargo, el control se está escapando incluso de los clientes tradicionales de EEUU.

Las mayores reservas de crudo se encuentran en Arabia Saudí, una dependencia estadounidense desde que EEUU desplazó a Reino Unido en una miniguerra librada durante la Segunda Guerra Mundial. EEUU sigue siendo de lejos el mayor inversor en Arabia Saudí y su mayor socio comercial, y el país árabe apoya la economía estadounidense vía inversiones.

No obstante, más de la mitad de las exportaciones petroleras saudíes se dirigen ahora a Asia, y sus planes de crecimiento apuntan a Oriente. Lo mismo puede resultar cierto con Iraq, el país con las segundas reservas más importantes del mundo, si puede reconstruirse después de las asesinas sanciones impuestas por EEUU y Reino Unido y de la posterior invasión. Y la política de EEUU está empujando a Irán, el tercer productor mundial de petróleo, en la misma dirección.

China es actualmente el segundo mayor importador de crudo de Oriente Medio y el mayor exportador a la región, reemplazando a EEUU. Las relaciones comerciales están creciendo de manera acelerada y se han duplicado en los pasados cinco años.

Las implicaciones para el orden mundial son significativas, como lo es el ascenso de la Organización de Cooperación de Shanghái, que incluye buena parte de Asia, pero que ha rechazado a EEUU. Se trata “potencialmente de un nuevo cártel energético que involucra a productores y consumidores”, comenta el economista Stephen King, autor de Perdiendo control: las amenazas emergentes a la prosperidad occidental.

Entre los diseñadores de estrategias políticas y los comentaristas políticos occidentales, 2010 es llamado “el año de Irán”. La amenaza iraní se considera el mayor peligro para el orden mundial y enfoque prioritario de la política exterior de EEUU, doctrina que Europa sigue cortesmente un poco atrás, como de costumbre. Oficialmente se reconoce que la amenaza no es militar. En realidad, la amenaza es de independencia.

Para mantener la “estabilidad”, EEUU ha impuesto severas sanciones a Irán, pero, fuera de Europa, pocos están prestándole atención. Los países no alineados –la mayor parte del mundo– se han opuesto vigorosamente durante años a la política de EEUU hacia Irán.

Las cercanas Turquía y Pakistán se han embarcado en la construcción de nuevos oleoductos hacia Irán, y el comercio va en aumento. La opinión pública árabe está tan encolerizada por las políticas occidentales que la mayoría incluso aprueba el desarrollo iraní de un arma nuclear.

El conflicto beneficia a China. “Los inversores y comerciantes de China ahora están llenando un vacío en Irán a medida que los inversores de muchas otras naciones, particularmente de Europa, se retiran”, informa Clayton Jones en The Christian Science Monitor. En particular, China está expandiendo su papel dominante en las industrias energéticas iraníes.

Washington reacciona a todo esto con un toque de desesperación. En agosto, el Departamento de Estado advirtió de que “si China quiere hacer negocios en todo el mundo, también tendrá que proteger su propia reputación, y si alguien adquiere la reputación de un país dispuesto a evadir y esquivar las responsabilidades internacionales, eso tendrá un impacto a largo plazo… Sus responsabilidades internacionales son claras”. En otras palabras, que debe seguir las órdenes de Washington.

Es poco probable que los líderes chinos se sientan impresionados por tales declaraciones, que constituyen el lenguaje de una potencia imperial tratando desesperadamente de aferrarse a una autoridad que ya no posee. Una amenaza mucho mayor que Irán a su dominio internacional es una China que rehúsa obedecer sus órdenes. Y que, de hecho, como potencia mayor y en crecimiento, las descarta con desprecio.

(*) Lingüista, filósofo y activista es profesor emérito de Lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. A lo largo de su vida, ha ganado popularidad también por su activismo político, caracterizado por una visión fuertemente crítica de las sociedades capitalistas y socialistas, habiéndose definido políticamente a sí mismo como un anarquista o socialista libertario. Estados Unidos.

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Perspectivas brasileñas para el 31

Por Niko Schvarz (*)

Cuando se cierre el segundo turno de las elecciones el próximo domingo 31 es posible (aunque parezca una paradoja) que la izquierda haya realizado en Brasil la mejor elección de su historia.

Todo indica que Dilma Rousseff será consagrada como la primera mujer presidenta de la República, y a ello se sumarán los grandes avances alcanzados en primera vuelta en las dos ramas del Congreso y en las gobernaciones de los estados. Además fueron borrados del mapa viejos carcamanes de la política, representantes del ancien régime que fueron desplazados o ni siquiera pudieron presentarse.

Ya he dicho que en la noche del 3 de octubre reinaba en la sede del PT en Brasilia un ambiente mustio (similar al del Hotel Columbia en el primer turno de la elección del Pepe Mujica) porque no se había definido la elección presidencial a pesar de que las encuestas apuntaban en esa dirección. Se produjo un retroceso en los últimos días. Quizá no se valoró adecuadamente el avance de Marina Silva a partir del pronunciamiento en su favor de los evangélicos. Pero además, los contrarios también juegan, y ya veremos en qué forma.

Ubiquemos el tema en sus justos términos. Lula no ganó en el primer turno ninguna de las dos elecciones en que alcanzó la presidencia. En 2002 obtuvo el 46,47% de los votos válidos contra José Serra y en 2006 el 48,61% contra Geraldo Alckmin (que perdió una ponchada de votos en la segunda vuelta). Dilma se situó en el medio con 46,91% y 47:651.434 votos. Recuerdo la calma absoluta con que Lula acogió aquellos resultados sin dudar de la definición final, cuatro semanas después. Además, fue notable la evolución de la curva de Dilma: empezó muy abajo, ascendió, cruzó la línea de Serra, lo distanció netamente y, a pesar del retroceso final, terminó ganándole por 14 millones y medio de votos y 14,3%.

Un logro sensacional se produjo en la elección del Senado y la Cámara de Diputados. Hoy en el Congreso la bancada del PT y sus aliados es minoría, por lo que vio frustrada la aprobación de reformas constitucionales y proyectos relevantes del gobierno, como la reforma política. Ahora pasa a ser mayoría, lo que facilitará la gestión del futuro presidente. En el Senado de 81 miembros (3 por cada uno de los 27 estados, incluido el Distrito Federal, de los cuales se renovaban 2) contará con más de 50 (de 52 a 58 según las estimaciones) y la oposición cae a 22, perteneciendo los restantes a otras formaciones independientes, que en Brasil son prolíficas. El PT pasó de sus actuales 8 senadores a 15. Proporcionalmente, quien ganó más espacio en el Senado fue el PT escribía Folha de Sâo Paulo bajo el título: Los aliados de Lula derrotan a la vieja guardia en el Senado .

En la Cámara de Diputados de 513 escaños, los partidos que apoyan al gobierno tendrán una inédita presencia, que sobrepasará la mayoría absoluta y también las mayorías calificadas. Marco Aurelio García nos explicaba en Brasilia que el PT hizo grandes esfuerzos y sacrificios para que en cada lugar se presentara el miembro de los partidos de la coalición de gobierno en mejores condiciones de triunfar. Esta política benefició al conjunto y también al propio PT, que logró el mayor crecimiento, de 79 a 88 bancas, lo que le permite aspirar a la presidencia de la Cámara. También creció el PSB (que tuvo una muy buena votación a nivel nacional), de 27 a 36 escaños, mientras que el PMDB, miembro centrista de la coalición de gobierno, disminuyó de 90 a 79. En algunos estados los legisladores fueron electos gracias a un flexible sistema de alianzas con los numerosos partidos que se ramifican en el país. En el campo de la oposición, la mayor caída fue para el derechista DEM, que pasó de 56 a 44 bancas y está en un proceso de regresión.

También la elección de gobernadores ha dado un formidable espaldarazo a la coalición de gobierno. Los gobernadores del PT fueron reelectos. Así sucedió en Bahía con Jaques Wagner, cuya primera elección en 2006 significó una reversión total en un estado dominado de tiempo inmemorial por la cáfila oligárquica de Antonio Carlos Magalhâes y familia; en Sergipe con Marcelo Deda; en el estado fronterizo de Acre, que gobierna desde hace 12 años, con Tiâo Viana; y disputará en segunda vuelta la reelección de Ana Júlia Carepa en Pará.

Se reconquistó tras un interregno de 8 años el gobierno de Río Grande do Sul con Tarso Genro, ex ministro de Lula. Además, el PT contribuyó a la elección, en coalición, de gobernadores de partidos a aliados, a saber: de Sergio Cabral, del PMDB, en Río de Janeiro; de Renato Casagrande, del PSB, en Espírito Santo; de Eduardo Campos, del PSB, en Pernambuco; de Cid Gomes, del PSB, en Ceará.

En el segundo turno se disputarán además las gobernaciones de Brasilia, Distrito Federal, con Agnelo Queiroz, del PT, que va en punta; de Alagoas, con Ronaldo Lessa, del PDT; de Paraíba, con José Maranhâo, del PMDB; de Goiás, con Iris Rezende, del PMDB; de Piauí, con Wilson Martins, del PSB; de Amapá, con Camilo Capideribe, del PSB; de Roraima, con Neudo Campos, del PP; y en Rondonia con Confucio Moura, del PMDB.

Por añadidura, varios gobernadores ya electos hacen causa común con la candidatura de Dilma. Son ellos: Roseana Sarney, obviamente en Maranhâo; Omar Aziz, del PMN (un partido local) en Amazonas; y de Silval Barbosa, del PMDB, en Mato Grosso.

Por su parte la coalición que sostiene a Serra, integrada por el PSDB, el DEM y (para vergüenza) el PPS, podrá contar con los gobernadores de Sâo Paulo, Minas Gerais, Paraná, Tocantins, Mato Grosso do Sul, del PSDB; y de Santa Catarina y Río Grande do Norte, del DEM.

Decíamos que otro rasgo altamente revelador de la actual elección fue el desplazamiento de viejos líderes políticos derechistas al extremo, que pasaron al archivo. Ya citamos lo sucedido desde la anterior elección en Bahía. Ahora se agregan los siguientes casos, entre otros: Tarso Jereisatti, del PSDB, tres veces gobernador de su feudo en Ceará y senador desde 2002, fue derrotado por los llamados senadores de Lula; en Pernambuco pierde por primera vez en décadas Mario Maciel, que fuera vicepresidente de FHCardoso y senador, y en ese estado, que es la cuna de Lula, gana la gobernación Eduardo Campos, del PSB, con 82% de los votos; también son barridos dos representantes casi vitalicios de Piauí, Heráclito Fortes, del DEM, y otro conocido como Mâo Santa; lo mismo el senador de Amazonas Arturo Virgilio, del PSDB, y el tránsfuga César Maia, que fue vicepresidente de Leonel Brizola, luego prefeito de Río, y ahora en el DEM. Dice Folha de Sâo Paulo que los senadores nombrados fueron puntas de lanza del bloque opositor al presidente Lula en el Senado y trancaron proyectos importantes del gobierno. Ahora la miran de afuera.

Esto señala el sentido y la magnitud de los cambios impresos por el gobierno de Lula, que significó la llegada a los órganos de gobierno de representantes de otros sectores sociales, relegando a miembros conspicuos de las clases dominantes. Se va insinuando un cambio de composición social.

El PT procesa la discusión sobre el primer turno y al mismo tiempo intensifica la campaña. Dilma tuvo un notable desempeño en la confrontación con Serra el domingo pasado por la Bandeirantes. De las razones que ya se han señalado respecto al trasiego de votos de Dilma hacia Marina Silva en los días finales, quiero subrayar el papel mayúsculo de los medios de difusión, de la prensa, la TV y las radios.

Quien no lo haya visto en directo es difícil que pueda imaginar la virulencia, la intensidady la absoluta falta de escrúpulos de esta campaña, concentrada en los días decisivos. Ahora se ha hecho la luz sobre la gigantesca manipulación en torno a la posición de la iglesia católica en la contienda. Apenas tres de los 466 obispos que alberga la CNBB (Conferencia Nacional de Obispos de Brasil) llamaron a no votar a Dilma, pero esto se presentó como una posición oficial de la iglesia católica, y diarios, canales y radios machacaron sin cesar en esos días con ataques a Dilma sobre esa base.

La CNBB aclaró que ese documento era falso, que no se había pronunciado sobre la elección, lamentó profundamente la tergiversación y la manipulación, pero lo hizo recién el 8 de octubre, cuando el daño ya había recorrido todo Brasil. Ahora Dilma y su comando realizan un esfuerzo didáctico para revertir la situación. Leonardo Boff difundió una nota titulada Por una alianza entre Marina y Dilma , que recuerda los orígenes de la primera en el PT como ministra del gobierno de Lula. Por otra parte, en su discurso de la noche de la elección, en que celebró su inesperada votación de cerca de 20 millones de votos, Marina se mantuvo neutral ante el segundo turno, sin brindar ninguna indicación a sus electores.

(*) Periodista y analista.

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El lenguaje del poder: entrevista a Jean Bricmont

Jean Bricmont, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de Física Teórica en la Universidad de Lovaina, Bélgica, y miembro del Tribunal de Bruselas. Es autor de Humanitarian Imperialism y coautor, con Alan Sokal, de Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals Abuse of Science [Imposturas intelectuales, Paidós, Barcelona, 1999]. Ha criticado en sus escritos el intervencionismo humanitario desde la guerra de Kosovo en 1999. En esta entrevista con Thomas Kollmann discute el abuso del discurso de los derechos humanos, las relaciones con Irán y el valor del Derecho Internacional.

Ha investigado usted la forma en que la retórica de los derechos humanos ha servido de cobertura a las recientes intervenciones humanitarias de Occidente. Sin embargo, tras la ola global de cinismo respecto a las justificaciones oficiales de la invasión y ocupación de Irak, ¿cuáles son las perspectivas del lenguaje de los derechos humanos como punto movilizador de futuras intervenciones?

Mi primera observación es que las intervenciones militares no se deben a la retórica de derechos humanos sino a la decisión, por parte de los dirigentes de los países que tienen el poder y los medios para intervenir, de hacerlo así. Considerando cómo se han desarrollado las guerras de Irak y Afganistán, no espero que los Estados Unidos se lancen a nuevas guerras en el futuro, salvo en el caso de Irán posiblemente. Pero la retórica de los derechos humanos continuará como forma de demonizar a países cuyos gobiernos son demasiado independientes de Occidente, como Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, China, etc. No llevará necesariamente a la guerra, pero mantendrá un clima de hostilidad y desconfianza.

Respecto a Irán, ¿cree que existe alguna probabilidad de que este clima se deteriore hasta el punto de que se produzca un ataque contra este país?

No me gusta hacer predicciones, sobre todo en lo referente a guerras, porque no creo que haya leyes de la historia cuando se trata de guerra y paz. No creo que los EE. UU. quieran comprometerse en otra aventura militar en un próximo futuro ni lo desean aquellas partes más sanas de los círculos dirigentes norteamericanos (y eso probablemente incluye a Obama). Hay, sin embargo, un país que no dejará de mostrarse histérico respecto a Irán y es Israel. Dado el poder de sus grupos de presión, es probable que continúe la presión sobre Irán en un futuro previsible. Irán, sin embargo, tiene el deseo y los medios de resistir esta presión (y eso resulta bastante independiente de quién se encuentre al mando del país, pues todo el mundo apoya en Irán la cuestión de la independencia nacional).

De modo que durante bastante tiempo estaremos atrapados en una situación absurda: los sionistas de Occidente, ayudados por una cohorte de activistas de derechos humanos, feministas y laicistas seguirá bramando acerca de la amenaza de Irán, pero sin efecto sobre la política de Irán (que dejará por supuesto que sigan los bramidos).

La única solución razonable consistiría en admitir el hecho de que, si posee Israel armas nucleares, como sucede, y las utiliza para mantener su incuestionada superioridad en Oriente Medio, otros países de esa región intentarán obtener dichas armas. Como en el caso de la Guerra Fría, la única salida sería la distensión, pero eso presupone la aceptación de alguna clase de derechos para los palestinos, lo que resulta impensable.

¿Respalda usted una visión de los derechos humanos alternativa a la que domina en el debate central en Occidente?

No creo tener una visión alternativa de los derechos humanos. Concuerdo plenamente con que los principios de la Declaración Universal son metas deseables. Pero sólo si incluye uno los derechos sociales y económicos que forman parte de la Declaración. Con lo que no concuerdo necesariamente es con la interpretación establecida de la Declaración en que esta última tiende a ignorar los derechos socioeconómicos o a considerar que se seguirán a largo plazo si uno respeta los derechos individuales y políticos, que se consideran por tanto como absolutos .

Sólo que, en primer lugar, si el respeto por los derechos individuales y políticos lleva, por medio de la acción del libre mercado , a enormes disparidades en la riqueza, no veo cómo se puede justificar esa situación como deseable. Esta es, en lo esencial, la crítica de la visión liberal de los derechos humanos realizada por Marx y otros socialistas en el siglo XIX. Compárese, por ejemplo, Cuba y el resto de América Latina. En Cuba están limitados los derechos políticos (aunque no tantísimo, comparado con muchas otras situaciones históricas), en tanto que hoy en día hay democracias formales en la mayor parte del resto de América Latina, pero con masivas violaciones de derechos humanos de tipo socio-económico. ¿Cómo se decide qué situación es preferible?

Por lo que respecta a la idea de que, a largo plazo, los derechos socioeconómicos llegarán si se respetan los demás, no veo ninguna prueba de ello. La gente sostiene a veces que esto es lo que demuestra la historia de Occidente, pero la verdad es todo lo contrario. Occidente edificó su prosperidad mediante una masiva violación de los derechos humanos, precisamente de tipo político y individual, con la supresión del derecho de voto de trabajadores, mujeres y minorías, abiertas dictaduras (en muchas partes de Europa), conquistas coloniales, eliminación de pueblos indígenas, etc. Nuestro desarrollo fue desde luego bastante más brutal que el de China hoy, por ejemplo. Pero nuestros imperialistas humanitarios no pueden dejar de dar lecciones a China por las violaciones de derechos humanos.

Podría usted desarrollar lo que entiende por ese enfoque absolutista de los derechos individuales y políticos al que usted se refiere?

Doy un ejemplo en mi libro: en 2003, Jacques Chirac, el entonces presidente francés, declaró acerca de Túnez (una dictadura bastante rígida) que la situación de los derechos socioeconómicos era mucho mejor en ese país que en otros. No quiero comentar la veracidad de ese aserto, pero las reacciones fueron típicas y casi unánimes: condenaron a Chirac afirmando que los derechos humanos eran indivisibles . Pero cuando la gente celebra la democracia en Sudáfrica, India o Brasil, nadie pone objeciones por el hecho de que se producen en esos países violaciones masivas de los derechos económicos y que los derechos humanos son indivisibles . Lo que resultaba cómico es que hasta el Partido Comunista se sumara a la denuncia sobre esa base, cuando Chirac (que había sido simpatizante comunista en su juventud) no hacía más que expresar una versión suave de la ideología que el Partido Comunista tenía cuando era, bueno, comunista, a saber que no se pueden considerar las libertades políticas independientemente de todo lo demás.

También cito una afirmación de Jeane Kirkpatrick, la cual, cuando era embajadora ante las Naciones unidas con Reagan, afirmó que los derechos socioeconómicos eran una carta a los Reyes Magos . Huelga decir que si un dirigente chino llamase a los derechos políticos carta a los Reyes Magos , habría airadas protestas en Occidente.

¿Qué responsabilidad tienen, si es el caso, las organizaciones de derechos humanos en la creación del discurso de derechos humanos que sirve para legitimar la intervención humanitaria ?

Creo que tienen una gran responsabilidad. Por supuesto, algunas organizaciones son peores que otras: Human Rights Watch, por ejemplo, sigue bastante de cerca la política del Departamento de Estado. La historia siempre se escribe de modo crítica: ¡véanse los horrores del colonialismo! ¡O del estalinismo! Pero en el momento en que sucedían esos horrores , gran número de gente inteligente, honesta y bienintencionada los apoyaba.

Conjeturo que cuando se escriba la historia de nuestra época de manera crítica, la gente se asombrará de la santurronería y unilateralidad, de la crasa ceguera del discurso contemporáneo occidental sobre los derechos humanos. Se quedarán desconcertados por el silencio casi unánime ante las víctimas causadas por el embargo contra Irak, las dudas en la oposición a las guerras contra ese país, la larga indiferencia a las aspiraciones nacionales de los palestinos, la falta de reacciones a la histeria sobre Irán, el entusiasmo por la guerra de Kosovo, que fue la guerra para empezar todas las guerras (de tipo humanitario), y las matanzas masivas en el Congo oriental, en buena medida debidas a las intervenciones extranjeras en ese país por parte de Ruanda y Uganda.

También se darán cuenta de que el principal problema de nuestro tiempo es el desarrollo del Sur, que el desarrollo no es ni fácil ni indoloro y que presupone la soberanía nacional y la independencia, que es precisamente lo que el movimiento de derechos humanos ignora y a lo que se opone.

No olvidemos que el estalinismo se justificó apelando a los ideales socialistas, y el colonialismo a la misión civilizadora y la carga del hombre blanco . El imperialismo de la actualidad, aunque mucho más débil que antes, se justifica con la retórica de los derechos humanos.

No siempre fue así. Cuando se fundó Amnistía Internacional, se la consideró en Occidente demasiado amistosa para con los revolucionarios. Pero tras el final de la guerra de Vietnam, Carter desplazó la retórica norteamericana hacia los derechos humanos , que se convirtieron en la principal arma ideológica contra el comunismo; después, con el crecimiento de las organizaciones de derechos humanos, y su necesidad de financiación, se volvieron cada vez más respetables y aceptadas.


En relación al respeto a la independencia y soberanía nacionales, hay quien respondería, por supuesto, que no es legítimo que una dictadura brutal vindique la soberanía o independencia. ¿Qué piensa al respecto?

Creo que esta cuestión expresa una versión radical de la ideología de los derechos humanos: los países regidos por dictadores no existen como estados soberanos y están disposición de países más poderosos. Pero la invasión de Irak debería haber demostrado que un país no es sólo su forma de gobierno. También incluye, entre otras muchas cosas, un sistema educativo y de salud que en Irak ha quedado en buena medida destruido por las guerras y la invasión. Y, lejos de reconstruir lo que han destruido, los norteamericanos se están retirando ahora en medio de la autocomplacencia. Pero eso, como mínimo, muestra que el destino de los pobres y sufridos iraquíes importaba cuando se encontraban bajo un régimen considerado hostil por los EE. UU. e Israel, y no es motivo de preocupación alguna cuando el mayor interés de los EE. UU. consiste en marcharse.

Por supuesto, lo mismo sucedió cuando se derrumbó la Unión Soviética: el bajo nivel de vida de las masas, causa de gran preocupación para los liberales occidentales antes del derrumbe, cayó todavía mucho más, pero entonces los mismos liberales mostraron su indiferencia hacia su sufrimiento. Cuando Putin intentó recuperar el control de la economía rusa, como era de prever resurgió la preocupación por los pobres rusos.

Además, cuando las elecciones las ganan los malos , Chávez, Milosevic, Putin, Hamás, etc., Occidente declara simplemente que no son democráticas. Por supuesto que las elecciones nunca son perfectas y siempre surge la cuestión de quién controla los medios. ¿Pero, qué sucede con Occidente? ¿Quién controla aquí a los medios y su grado de objetividad?

Aboga usted por el derecho Internacional como una defensa útil contra la agresión imperial. Sin embargo, ¿no sucede que dentro del actual sistema de las Naciones Unidas, el activismo por parte del Consejo de Seguridad o sus miembros, como durante la subversión por parte de EE. UU. y Gran Bretaña del régimen de sanciones contra Irak (1991-2003) - basta para sabotear los intentos de promover cualquier clase de imperio del Derecho Internacional?

Sí y no. Lo que apoyo es la Carta de las Naciones Unidas y la soberanía por igual de todas las naciones sobre la que se funda. Creo asimismo que los votos de la Asamblea General, aunque no tengan fuerza, son mucho más representativos de la opinión mundial que los del Consejo de Seguridad, corrompido desde luego por el derecho de veto de las Grandes Potencias. Creo todavía que el sistema de las Naciones Unidas, por imperfecto que sea, representa un progreso de importancia con respecto a la situación que existía con anterioridad a la II Guerra Mundial. Por un lado, permite cierto tipo de discusiones entre diferentes naciones, lo que en conjunto, es más bien un factor a favor de la paz. ¿Quién sabe qué podría haber pasado durante la Guerra Fría sin esos intercambios?

Además, muchas agencias de las Naciones Unidas realizan un trabajo útil. El sistema de las Naciones Unidas también reconoce que hay algo llamado Derecho Internacional que, al menos sobre el papel, constituye una limitación del ejercicio de la fuerza por parte de los poderosos. Al fin y al cabo, todo el mundo podía darse cuenta de que la guerra contra Irak era ilegal, sin el Derecho Internacional, una idea así no podía siquiera formularse. Entre paréntesis, la guerra de Kosovo también fue ilegal, aunque muy poca gente lo reconoció en Occidente.

El defecto básico del sistema de las Naciones Unidas es que no dispone de ninguna fuerza de policía para hacer valer sus decisiones, por lo menos cuando van en contra de las exigencias de estados poderosos, como los EE. UU. e Israel. Y el efecto del veto es que, con suma frecuencia, no se toma ninguna decisión contra estos países. Con todo, hay una serie de resoluciones de las Naciones Unidas que pueden invocar los palestinos. Pero, por supuesto, no sigue siendo más que eso: un trozo de papel que puede uno blandir.

Lo que preferiría es que las Naciones Unidas se reconstruyeran desde cero, empezando por el movimiento de los no alineados, que agrupa ya a la inmensa mayoría de la población mundial, y en el que podrían solicitar su ingreso los países occidentales y entrar a condición de que cumplieran estrictamente las reglas: respeto por la soberanía por igual de todas las naciones y no interferencia en los asuntos internos de otros países.

¿Requeriría esta propuesta de establecer una alternativa a las Naciones Unidas la creación de una institución paralela, semejante a ellas? Si así es, ¿no se correría el riesgo de balcanización en el seno de este grupo o entre este grupo de estados y otros estados en el seno de las Naciones Unidas?

Bueno, evidentemente lo dije como humorada, puesto que la verdad es que no espero que los dirigentes del movimiento de los no alineados presten atención a mi modesta propuesta. Pero lo que está sucediendo es que, cada vez más, se establecen alianzas políticas entre países del Sur, incluso entre aquellos con regímenes muy diferentes, como Brasil, Turquía e Irán, o entre Venezuela e Irán, con el fin de contrarrestar las ambiciones hegemónicas de los EE. UU. Y debería ser evidente que esas ambiciones no llevan a ninguna parte, véase el desastre de Afganistán, y sólo debilitan a los EE. UU. nacional e internacionalmente. Sin embargo, podemos dar por descontado que el coro de los autoproclamados defensores de los derechos humanos denunciará a estas fuerzas contrahegemónicas con su retórica habitual, cegando así a la opinión pública occidental sobre las aspiraciones de la mayoría de la población mundial. En nombre de la democracia, por supuesto.

Con respeto a su respaldo general del papel del Derecho Internacional, aún tomando en cuenta las mejores que usted propone, algunos izquierdistas sostendrían que no deberíamos limitarnos a ningún tipo de enfoque legalista, del mismo modo que por lo general tampoco lo consideramos en relación con el derecho nacional.

No argumento en favor de ningún enfoque legalista. En 1991, me opuse a la guerra de Irak, aunque fuera legal en un sentido muy reducido, habiendo sido aprobada por el Consejo de Seguridad. La base legal era reducida, pues parte del Consejo de Seguridad fue sencillamente sobornado: la entonces desfalleciente Unión Soviética recibió ingentes cantidades de dinero de Arabia Saudita con el fin de que apoyase la guerra y hubo otras presiones que serían impensables en un tribunal de justicia corriente de un país democrático. Además, la falta de verdaderas negociaciones y la peculiar situación de esa parte del mundo, en donde Occidente insiste en que Israel puede ocupar tierras árabes si así lo desea, pero que Kuwait ha de ser independiente, puesto que se trata de un estado prooccidental productor de petróleo, suponían razones suficientes para oponerse a esa guerra.

Pero hay que distinguir entre el principio sobre el que se fundaron las Naciones Unidas y su práctica. En esto mi actitud es semejante a la que tengo respecto a lo que a veces se llama justicia de clase. Debido al profundo sesgo en la administración de justicia, algunos izquierdistas tienden a rechazar toda noción de derecho burgués . Creo que esto es un error; hay muchos aspectos positivos en los principios de nuestro sistema legal, que representa avances genuinos sobre anteriores sistemas. Lo mismo vale para el Derecho Internacional y las Naciones Unidas.
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